PENSABA ejercer cierto humor sobre el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo que desencadenó la Primera Guerra Mundial, una de las más cruentas con trece millones de muertos, pero después he pensado que si me juzgan y alguien sale en mi defensa, a renglón seguido me afeará la conducta, criticando mi mal gusto y cargando sobre mí el tan denostado papel de troll en la red. Es un síndrome que me hace pensar en lo peor de las sentencias judiciales, pero también en los que, por no justificar las burradas en Internet, se dedican a poner de vuelta y media a los que las escriben, como si la libertad de expresión tuviera que ser libre y mona, no hacer sangrar los ojos. Por lo demás, ese impulso de poner todo lo que se nos pasa por la cabeza viene a ser otro síndrome en ese gran estercolero de Internet por donde ahora hay que pasearse con cuidado. En la calle te detienen si vas desnudo; en la red, si te mofas de una víctima algo más cercana en el tiempo que Julio César, apuñalado en un crimen execrable propio del odio. Cassandra, Zapata, Strawberry. Todos dibujan ese paseíllo de haters por una Audiencia Nacional que, a diferencia del coronel, tiene quien le escriba ahora que ETA no actúa y no hay demasiado trabajo como tribunal de excepción. Para algunos, la sentencia de Cassandra es ejemplarizante: serán juzgados hasta que entreguen de forma legal, verificable y sin contrapartidas sus mortíferos smartphones.

susana.martin@deia.com