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Jugar con fuego

DIJERON que estaban dispuestos a salir de su “zona de confort” para explorar un acuerdo. Comparecieron, una, dos, tres y hasta en cuatro ocasiones para remarcar que su pretensión fundamental era propiciar una “reforma fiscal”. Aseguraron que no pedirían “cosas imposibles”. Hasta sus editorialistas más conspicuos habían escrito que, en el trance final, habría un acuerdo presupuestario. Y, al final, nada de nada. La culpa, el de enfrente. Como siempre. La excusa para quitarse la presión era fácil: “El PNV prefiere al PP”. Inconsciente e inconsistente exculpación. Entre otras cosas, porque su abandono de la negociación solo dejaba al Gobierno vasco una única vía para pactar las cuentas; los populares de Alfonso Alonso. Negociación y acuerdo por descarte. Por renuncia propia.

El vértigo a dar pasos, a comprometerse con la realidad, a sufrir el desgaste de la responsabilidad, pudo con EH Bildu. Como quien sufre agorafobia, fueron incapaces de moverse y salir a la intemperie para demostrar que su opción política se ha hecho mayor y está dispuesta a participar en la gobernabilidad del país. Al mínimo ademán de moverse, bastó que el oráculo de “la mayoría sindical” les advirtiera de las consecuencias de su tentación para que se recluyeran en la sombra. Tutelados y acomplejados. Sin claridad en las ideas. Sin rumbo ni alternativa.

En las conversaciones para configurar gobierno se vivió una circunstancia similar. La izquierda abertzale era consciente de que para asentar a futuro su proyecto, para darle credibilidad, necesitaba, de alguna manera, acordar con el PNV. En el último minuto se quedó fuera. Pero el PNV le hizo saber que si en aquel momento era imposible un entendimiento, las puertas del diálogo seguirían abiertas.

El presupuesto 2017 para la Comunidad Autónoma Vasca era la siguiente oportunidad. Y el escollo para aprovechar la circunstancia era -según repitieron por activa y pasiva- una nueva reforma fiscal.

Los partidos políticos que sustentan al ejecutivo presidido por Urkullu movieron ficha. Por escrito. En la propuesta hecha llegar a la izquierda abertzale, ambas formaciones garantizaban que, tras una evaluación de la actual normativa tributaria (modificada en 2013), propiciarían que las “Juntas Generales de los Territorios Históricos, en el ejercicio de sus competencias, aborden una revisión tributaria que atienda a los siguientes principios:

- Que no suponga una disminución en la recaudación tributaria.

- Que no suponga una desarmonización del sistema tributario de la CAE.

- Que no genere diferencias o distorsiones entre los tres territorios históricos.

- Que, aunque de carácter general, pueda centrarse en las siguientes figuras impositivas; IRPF, Sociedades y Patrimonio (Grandes Fortunas)”.

Si EH Bildu quería un compromiso, ahí lo tenía. En Araba, una transacción similar le bastó para permitir que las cuentas públicas del territorio salieran adelante. En el conjunto de la Comunidad Autónoma, pese a sus declaraciones públicas iniciales, no. ¿La razón? La advertencia de Adolfo Muñoz: “Las fuerzas de izquierda, y me refiero a EH Bildu y a Podemos, no pueden apoyar estos presupuestos. Unos presupuestos neoliberales y basados en recortes”. Así de contundente terciaba la pasada semana en el debate el secretario general del sindicato ELA. Un dirigente que con anterioridad ya había recriminado a la izquierda abertzale su apoyo a las cuentas alavesas. “¿A cambio de qué?”, preguntaba directamente Muñoz a EH Bildu. El marcaje era nítido.

Y la presión, esta vez, surtió efecto. El amago de “salir de la zona de confort”, expresada una y otra vez por el parlamentario Iker Casanova, se quedó en agua de borrajas. Para no ser menos que Elkarrekin Podemos -el otro margen de la pinza que oprime la duda existencial de EH Bildu-, presentaron una “tabla reivindicativa” fuera del sentido de realidad. Cambiar partidas por valor de 250 millones de euros. Crear 1.200 nuevos funcionarios. Subir la RGI... Ordago! Salvaban la cara. El perfil “de izquierdas” que reclamaba Muñoz.

La cuestión era vestir el desencuentro. Lo fácil era decir que el PNV lo tenía ya pactado con el PP, que los presupuestos se habían negociado en una “mesa paralela” -inexistente- en la que jeltzales y populares habían ya convenido su apoyo mutuo (aquí y en Madrid). Demasiado simple para ser creíble.

Los excesos verbales, eso de que el PNV había rechazado acuerdos con la “mayoría social” para “dar la mano” al partido que “menos adhesiones concita”, son aderezos discursivos de quien todavía no se ha dado cuenta de la aritmética parlamentaria y de la realidad numérica de cada representación. EH Bildu no ha sabido poner en valor el poder de sus 18 parlamentarios. Su espantada ha conseguido centrar a otros, al PP, que hábilmente y ante la oportunidad brindada sí ha rentabilizado el valor de sus 9 escaños. Ni “mayoría social”, ni cuentos de la buena pipa. Mayoría parlamentaria. Contante y votante.

En conversaciones previas a la negociación presupuestaria -ese diálogo constructivo y normalizador tan bueno para todos-, el PNV ya había prevenido a la izquierda abertzale que si su posición en relación con las cuentas públicas dificultaba su aprobación, los nacionalistas no dudarían en buscar otras alianzas. Resultaba evidente. Si alguien se negaba al acuerdo, si ponía en riesgo la aprobación del presupuesto, el Gobierno vasco, en ejercicio de su obligación, debería buscar otra vía de éxito para su proyecto. Así que cuando EH Bildu desapareció del escenario negociador, al ejecutivo de Urkullu no le quedó otra opción. Por descarte. La puerta abierta que EH Bildu no quiso utilizar sirvió para que los populares vascos se comprometieran a un acuerdo. No hubo nada más. Ni trastienda ni ocultismo. Simple responsabilidad para cumplir el mandato refrendado en las urnas y presentado, a modo de programa en el Parlamento Vasco.

Hay quien duda de que la intervención del secretario general de ELA haya tenido algo que ver en el retraimiento de la izquierda abertzale. Muñoz encabeza el cuadro sindical mayoritario en Euskadi. Sin embargo, pese a su notable y reconocible fuerza como organización de trabajadores, su línea estratégica de confrontación -con la patronal, con el resto de sindicatos, con la administración- le está abocando a que la influencia social que su mayoría debiera reportarle se reduzca a ámbitos exiguos. Esa soledad social está siendo compensada por su núcleo dirigente por una decidida actividad en el campo político, en el que cada vez más prodiga sus declaraciones. Su intención es condicionar decisiones políticas e institucionales.

El choque de esta estrategia con partidos como PNV y sus representantes públicos (también con EH Bildu) no es nuevo. Pero, de un tiempo a esta parte, las fricciones se han acentuado, provocando una fuerte tensión entre el primer partido del país y el primer sindicato vasco.

La situación de crisis se encendió cuando la organización de Muñoz llevó a la fiscalía (denuncia desestimada) a las diputaciones y al Gobierno vasco tras la sanción europea por las “vacaciones fiscales” en un intento vano de penalización de los principales agentes institucionales del país. Desde entonces, se ha producido una notable conflictividad laboral centrada en empresas vinculadas a la gestión de servicios públicos (mantenimiento de carreteras en Gipuzkoa, residuos y residencias en Bizkaia?) donde la utilización de la caja de resistencia ha alimentado largos meses de paro en una estrategia de desgaste que ha pretendido -y lo sigue haciendo- la vinculación del conflicto con las administraciones gobernadas por el PNV.

El mayor incendio en las relaciones entre ELA y el PNV tuvo lugar el pasado mes de septiembre cuando, por primera vez en la historia, el sindicato de Txiki Muñoz se movilizaba contra Urkullu y el Gobierno vasco en plena campaña electoral. Fue un acto inédito, interpretado como un ataque directo al PNV y a su candidato a escasos días de que los vascos se citaran en las urnas. Una injerencia electoral que obtuvo escaso éxito, según demostraron los resultados.

Ahora han sido las palabras de Muñoz advirtiendo a EH Bildu y a Elkarrekin-Podemos para que no apoyaran los presupuestos de la Comunidad Autónoma Vasca las que han vuelto a avivar las llamas de la discordia entre la ejecutiva de ELA y el PNV. La cúpula de ELA juega con fuego. Y quien juega con fuego termina por quemarse.