DURANTE los 68 años de mi vida, creo que el año más negro dentro y fuera de nuestro país es el que nos acaba de dejar, el terrible bisiesto 2016. y eso que viví una parte del franquismo. Copiando a los antiguos romanos, cabe definirlo como “annus horribilis” por su trayectoria y por la devastación que ha dejado a su paso. Comenzado ya 2017, estos son mis deseos para los próximos doce meses:

Primero de nada, que no se cumplan las ocho profecías de Nostradamus que, según y dependiendo de sus intérpretes, pasarían por la muerte de un Papa progresista, como Francisco; por la ingobernabilidad de EE.UU., por un holocausto nuclear o por un gran terremoto en Occidente. Negro panorama que, visto desde el momento en que se publica esta reflexión no parece tan lejano, al menos en algunos de esos temas.

Pero eso son predicciones y en este inicio de año deberíamos situarnos en los deseos. Quizás el más importante sea colectivo: que seamos capaces de rebelarnos ante tanta injusticia, ante la inmensa crueldad de un capitalismo que ha sido capaz de renacer de sus cenizas a costa del esfuerzo y sufrimiento de las capas populares. Que de una vez por todas aparquemos nuestra apatía o nuestra cobardía y seamos capaces, junto a la mayoría de la ciudadanía, de alzarnos y luchar, luchar con las pocas armas que aún tenemos, incluso recuperando formas ya olvidadas. Aunque viendo el desolador panorama actual no parece demasiado fácil conseguirlo.

En un mundo, en especial el primero, cada vez más individualista e insolidario, no es muy probable que de pronto surja un movimiento de estas características. Habría que hacer una breve referencia a que si esto vale para la mayoría del personal, no es así con una minoría de personas que aún mantienen la bandera de la solidaridad y el compromiso con riesgo y sacrificio.

Así, lo ocurrido con los activistas Begoña Huarte y Mikel Zuloaga indica que existe una inmensa mayoría que pasa de lo que les esté ocurriendo a los refugiados, de sus sufrimiento, pero al mismo tiempo que hay gentes capaces de jugársela para ayudarles. Al menos, ambos mantienen la esperanza de un mundo mejor.

Por ahí debe ir otra de las peticiones igualmente difíciles de conseguir. Que la situación en lugares como Siria, Afganistán, Irak o Turquía se vaya encauzando desde iniciativas muy diferentes a las de los bombardeos que masacran a la población civil; que este nuevo año sea el de la solución de un conflicto que es el causante directo, o indirecto, del terrorismo que nos asola.

Quizás sea ingenuo pensar que si algunas mentes enloquecidas dejan de ver por nuestras televisiones cómo se desangran niños y mujeres en sus lugares de origen, se abstengan de tener impulsos criminales. O al menos que esos impulsos se vayan atenuando.

Mirando a las tres superpotencias cabe pedir un poco, o mucho, de sensatez a sus dirigentes, nuevos o antiguos. Produce escalofríos ver que el futuro de la humanidad este año pueda estar en manos de... Quizás la única esperanza sea que al menos sus asesores eviten que lleven al mundo a su extinción definitiva.

En este caso, también la cuestión económica puede tener una importancia vital. Si el proteccionismo que defiende Donald Trump choca con el dragón emergente de China o las ambiciones desmesuradas de un Vladimir Putin inescrutable, la cosa puede ponerse muy fea, en especial para una Unión Europea anclada y mirándose al ombligo.

También cabe hacer peticiones en lo referente al medio ambiente e igualmente con los mismos protagonistas. La Cumbre de París se cerró con un acuerdo histórico contra el cambio climático. Los 195 países reunidos en la capital francesa lograron ese acuerdo para limitar el aumento de la temperatura del planeta, que cada vez resulta más peligrosa. Por primera vez, la comunidad internacional se lo tomaba en serio. Pero ahora, las nuevas ideas de Trump pueden hacer peligrar ese acuerdo. Por eso hay que pedirle a este nuevo año que también ahí prevalezca de sensatez.

Otra petición tiene que ver con la izquierda, con la de aquí y la de allí, absolutamente desnortada, con crisis internas profundas, incapaz de dar alternativas a los grandes retos del siglo XXI. Que primero ordenen sus diferentes casas y luego sean capaces de entenderse para poder enfrentarse a una derecha más unida que nunca, en lo político y en lo económico. Esa izquierda necesita ideólogos o, por lo menos, sacar provecho a los pocos que aún le quedan, curiosamente todos ellos de edad avanzada. Las nuevas generaciones viven tan deprisa que son incapaces de observar la realidad y encontrar instantes de reflexión y sosiego.

También hay peticiones para el inconcluso proceso de paz, en los tres ejes que aún quedan por resolver: desarme, situación de los presos y exiliados y convivencia. Ejes en los que afortunadamente existe un Foro Social Permanente que, a contracorriente, aporta alternativas y propuestas en un momento en el que, en una actitud totalmente denunciable, los Estados español y francés se empeñan en poner palos en la rueda de una bici ya de por sí desgastada: el último incidente, la detención de cinco activistas en Louhossoa acusados de tenencia de un arsenal de armas de ETA cuando lo que realmente estaban haciendo era favorecer lo que los gobiernos impiden, que ETA se desarme definitivamente. Así que el camino emprendido por el Foro Social Permanente en la conferencia de Aiete II, sirva para que el resto, especialmente los gobiernos, lo recorran hasta lograr cerrar definitivamente este doloroso episodio de nuestra historia.

También hay peticiones sobre comportamientos sociales de efecto global. Leyendo la competición abierta sobre cuáles eran las palabras del año, la final estuvo entre dos que tienen que ver con ello, “posverdad” y “populismo”. De alguna manera, indican el camino que al menos el primer mundo está recorriendo en eso que se denomina comportamiento humano. “Posverdad” es un nuevo término que sustituye a lo que antaño definíamos como mentir, manipular o tergiversar. Ahora, en estos nuevos tiempos, estas actitudes execrables se convierten en “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”. Recuerda a ese dicho popular de “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Pidamos, pues, que la gente no se deje engañar por campañas de los medios de comunicación o las redes sociales y sea capaz de separar por su propia observación y raciocinio lo que es cierto de lo que no lo es.

“Populismo”, por su parte, tiene diferentes acepciones dependiendo de quién la utilice y contra quién lo haga. Si nos quedamos con la definición más correcta, “tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo”, parece evidente que se podía aplicar a cada partido existente, sea de derechas o de izquierdas. Pero la realidad es que “populismo” acaba siendo la utilización demagógica de la acción política para intentar engañar a la sociedad.

Ambas palabras se parecen en eso del engaño y, por tanto, también aquí cabe pedir a esa sociedad que se intenta manipular que tenga la capacidad suficiente para evitarlo desde la observación, el análisis y la reflexión. Difícil pero conveniente.

Me conformaría con que pueda ver hecho realidad, no en un año sino en lo que resta de vida, una parte importante de lo que le pido a este pobre 2017 que ya debe estar agobiado por la larga lista de peticiones. Pero si tuviera que elegir una sola de ellas me decantaría por la paz. La paz allí y la paz aquí. Una paz que evitara la terrible tragedia de los refugiados.