Verdades y mentiras
PARECE mentira, pero es verdad. La radio vomita la falsa realidad. Unos policías, en operación de riesgo, han detenido a cinco terroristas. Con las armas en la mano.
Ni la redada era peligrosa ni los detenidos criminales. Solo las pistolas y los rifles eran de verdad. Los cinco, como los personajes de Enid Blyton, vivían la aventura. Creían que podían ayudar. Desatascar un conflicto. Con buena voluntad. Parece mentira, pero es verdad. ¡Que inocentes! Engañados por todos. Por quienes les dijeron que ayudarían a la paz. Y por quienes les acusaron de colaborar con la guerra.
Su misión era aflorar un arsenal. Herramientas de guerra que nadie quiere. Ni quien las usara con saña. Ni quienes las perseguían con denuedo. Cuánta falsedad.
ETA decidió acabar con su actividad hace ya cinco años. Sin violencia, ¿para qué se necesitan armas? Para nada. Desde entonces, ha hablado de su desarme. Quizá como contrapartida de algo. Una baza con la que negociar. ¿Con quien si nadie les espera? O como condición natural de un final certificado: que el último apague la luz. Pero entregar sus herramientas destructivas no puede significar a los ojos de nadie un gesto de derrota. Eso pretenden. No perciben que mientras no las destruyan y las entreguen seguirán perseguidos. Y detenidos. De derrota en derrota hasta la debacle final.
El tiempo ha pasado. Y seguimos igual. O peor. Porque sin el gesto de desmantelar la amenaza no se va a ningún sitio. Los gobiernos de España y de Francia no quieren saber nada de condiciones o de vincular la entrega de arsenales con contrapartidas. No quieren, ni tan siquiera, diálogo sobre ese tema. Simplemente, que entreguen las armas sin más.
ETA podía haber acabado ya con este lío. Hasta de la manera más estrambótica, haciendo aparecer en el anonimato de la noche un container repleto de pistolas en el aparcamiento público de un supermercado. O con una nota pública en la que apuntara las coordenadas geográficas de sus almacenes. Descabellado, sí, pero mucho más práctico que esta mentira continuada del “sellado permanente”.
Primero, engañaron a unos señores muy serios, expertos internacionales en la verificación del final de conflictos. Hicieron con ellos un paripé. Con guion cinematográfico incluido. Un ridículo sonoro con ribetes de tragicomedia que difamó el prestigio de los facilitadores externos. ¿Cómo fiarse en lo sucesivo de quienes arrastraron por los suelos la reputación de quienes pretendían mediar para solucionar un conflicto?
Sin un adversario ante el que entregar la chatarra, sin interlocución al otro lado de la mesa, ¿por qué no desarmarse ante la sociedad vasca? Bastaba que la idea fuera propuesta por el PNV o el lehendakari para que ETA la rechazara de plano. Al menos, inicialmente. ¿Cómo ceder ante Urkullu? Nadie dice a ETA lo que debe o no debe hacer. Y menos el PNV. Es la soberbia de la intolerancia. De quien no sabe percibir que su tiempo se ha acabado e intenta vivir del mito alimentado por la épica. Vivir de una mentira que creen verdadera.
Suya -de ETA- es la iniciativa, las armas, y la estrategia. Aunque, al final, no les quede más vía que la ya indicada. De ahí que se inventen excusas. Interlocutores. Foros de aquí o de allí. Sociedad “civil” por encargo. Hombres y mujeres “buenos” a los que involucrar. Sin garantías. Sin procedimientos. Sin seguridad. Así, pasa lo que pasa. Mentiras y verdades.
También los gobiernos de España y de Francia mienten. Capitaneados por el primero, para ellos el potencial armado de ETA importa poco. Quizá esperen encontrar en los arsenales huellas, vestigios de ADN que les permitan involucrar e identificar a autores materiales de crímenes aún no esclarecidos. Tal vez. Pero lo que de verdad les interesa es mantener el relato, la dinámica, del aplastamiento policial de la organización terrorista.
He llegado a la convicción de que los servicios policiales de España y Francia conocen perfectamente dónde están escondidas las armas que aún ETA posee. Saben dónde se encuentran ocultas. Cuatro, cinco o seis almacenes perfectamente vigilados -aquí y allá-, balizados a la espera de que alguien los pretenda desprecintar y vaciar. Trampas custodiadas a la espera de que el ratón busque su queso.
Tiempo, recursos, inteligencia e infiltración suficiente han tenido para desbaratar todo el complejo de infraestructuras edificado por ETA en la clandestinidad. No se entiende de otro modo que hayan visto la luz inventarios prolijos y detallados del material que aún falta por incautar. Y eso me lleva a creer que la no resolución definitiva de este episodio tiene, también, un trasfondo engañoso. Los despojos de ETA son rentables para quienes desean exprimir al máximo la verdad de una “victoria inapelable”. Réditos argumentales de una historia acabada que se pretende prolongar en el tiempo por orgullosa autocomplacencia. Y, tal vez, como pretexto que dificulte una normalidad política en Euskadi.
Cuánta mentira disfrazada de verdad. Cuánta miseria. Cuánta farsa.
Este país no tiene más tiempo que perder. Acábese ya con lo que debía estar finalizado. Póngase fin de una manera ordenada, verificada y concluyente a un desarme que permita pasar una página y empezar una nueva en nuestra historia. Déjese a un lado el cálculo político y el interés de cada cual y atiéndase el bien común. Basta ya de mentiras disfrazadas de verdad.
Las principales organizaciones políticas y sociales de este país, en un gesto poco común, acaban de suscribir públicamente ese compromiso. Pongámoslo en valor y hagamos comprender a quienes tienen en su mano la solución del problema que ya no hay excusas para no resolverlo adecuadamente.
La superación de la violencia, la construcción de un nuevo espacio para la convivencia es un ámbito que ni quita ni da votos a nadie. ¿Por qué seguir especulando con lo que se hace o se debe hacer? Hágase y punto. Dense los pasos necesarios para que desaparezca de una vez lo que fue una organización armada: Porque desprovista esta de su actividad y de su potencialidad de hacer daño, solo le quedará una decisión pendiente: deshacer su estructura.
Afortunadamente, los cinco de Louhossoa (Txetx Etcheverry, Michel Berhocoirigoin, Béatrice Molle-Haran, Michel Bergougnan y Stéphane Etchegaray) han sido puestos en libertad.
La justicia gala les imputa cargos de tenencia y transporte de armas y explosivos en relación con una empresa terrorista. Su bienintencionada acción de facilitar el desarme de ETA les ha convertido en víctimas de un despropósito. Una mentira que no puede ni debe repetirse.