Los opinadores profesionales de primera línea ya han gastado todos los cohetes con el nuevo papa León XIV, antes incluso de que empiece la fiesta de verdad (si es que el nutrido grupo de pinchaglobos no consigue aguarla, esa es otra). Pero los cagatintas de medio pelo y del salón en el ángulo oscuro también tendremos derecho a opinar sobre el asunto, digo yo. Y es lo que me dispongo a hacer, de forma personal e intransferible, aunque no me hayan dejado más que un puñado de petardos medio mojados, de esos que tratan de salvar la dignidad con un triste “pfff” cuando se consume la mecha. Pero con entrega y seriedad, ojo.

Diré que me alegro de la elección porque en su discurso fundacional apuntó maneras que sugieren la continuidad del difunto Bergoglio. Robert Prevost, alias León XIV, se mostró a favor de los pobres, de la visibilidad de las mujeres y -last but not least- ser abiertamente contrario a las políticas migratorias de “¡Tacháaan!” Donald Trump. Hay más, claro. Pero no es poco. Al cabo, la Iglesia Católica no es lo que fue, pero sigue siendo una institución con un notable peso social. De lo que sí dan ganas es de pedir que apresuren el paso, pero será difícil que un coche con los engranajes oxidados durante casi dos mil años arranque de buenas a primeras como el de James Bond. Pero la cosa es que ande pero ya. Y sin marcha atrás, mejor. 

Además, por abundar en mis antipatías, es un placer que el subtexto de los mensajes de la Casa Blanca haya sido tan parco y significativo como “Es un honor que sea el primer Papa estadounidense” (aviso), dijo Trump, que espera verse próximamente con el nuevo Papa (segundo aviso). “¡Será un momento muy significativo”, remachó (tercer aviso y el toro de vuelta al corral porque él piensa presidir esta nueva lidia si le dejan). Pero es que me alegra mucho que al presidente del planeta le haya salido un grano en el culo en Roma, sobre todo porque me lo imagino buscando la Ciudad Eterna en un mapa de Honduras y alrededores salvo que alguno de sus colaboradores sepa leer otro tablero que el del Monopoly.

Da igual. Cualquier cosa que fastidie a Trump me resulta divertida. Y más si a Steve Bannon, gurú ultra de gringolandia, le parece un “Papa marxista”. No hay humor sin desvarío. Ni desgracia del adversario (salvo víctimas inocentes) que no sea motivo de celebración y “tú sabrás lo que has hecho, bobo”. Como me dijo un amigo enfocando el asunto como un torneo de fútbol interescolar: “Joder... la primera final la ganó Jesuitas, la segunda Agustinos... ¿Cuándo ganamos Maristas?”. Angelito... Ah, y amén, claro.