La sociedad se mueve en un mar de dudas, carente de la necesaria función paterna. Padres que no saben si deben ser más autoritarios, si actuar “democráticamente” con sus hijos, o cuál corcho es su función como padres. En lo social, se ha pasado en 50 años del autoritarismo reaccionario a esta fallida democracia, donde --mira por dónde- también la función paterna se ha ido diluyendo, como un azucarillo en el agua.
Para no extenderme, diré que la función paterna tiene tres componentes básicos: la prohibición, la protección y la propulsión. Prohibición que no ha de ser caprichosa, sino basada en la lógica: se prohíbe -y hablamos de cuestiones no superficiales, sino troncales- para proteger. Como es normal y sano, nuestros hijos nos retarán sobrepasando la raya marcada, y esto deberá, obligatoriamente, tener consecuencias. Ejemplo: si rompe algo, deberá restaurarlo; si molesta en una actividad o no cumple con lo pactado, quedará excluido... Cuestión muy distinta, por ejemplo, de castigarle sin salir, o con cualquier otra ocurrencia que, más que servir para aprender, le lleve al dañino resentimiento. Para terminar, no puedo hacerlo sin hablar -ya sé que en clave- de la tercera función, la propulsión. Y lo hago con un ejemplo que la aclare: en determinados momentos de apatía, el padre, o madre, deberá empujar a sus hijos a probar actividades que consideren enriquecedoras para su proceso educativo, aunque muestren resistencia inicial y no les gusten.