ES un gran error considerar a todo lo relacionado con la tauromaquia como algo marginal o extraño al País Vasco ya que existen una serie de hechos que obligan al reconocimiento de la tauromaquia euskadiana y que demuestran que esta tierra vasca es la madre de los actuales festejos taurinos. Vamos la madre y el padre.
La historia nos habla: los vasconavarros fueron los creadores del toreo a pie. Existen textos euskericos -Gipuzkoako Kondaira, de Juan Ignacio Iztueta (1777-1845)- que se refieren al amor de los naturales de esta tierra por las diversiones populares en las plazas públicas bailando al son del tamboril, jugando a la pelota?. “o con el novillo haciendo juegos de cintura” que van bien con la agilidad, la fuerza y la ligereza del cuerpo. Hechos que, de tratarse de un mismo juego, nos induce a relacionarlos automáticamente con los cambios, quiebros y recortes del toreo de Lapurdi, Landas, encierros de San Fermín etc.., o sea el auténtico toreo de raíz vasca, el primigenio: sin capote ni muleta.
Y como el carácter vasco es dado a la apuesta y al desafío tanto en pruebas como en concursos de fuerza, ocurrió que en la plaza de Amezketa un muchacho de dieciocho años provocó el jugarse cinco onzas de oro entre dos propietarios de Ataun si era capaz de sujetar a un toro. En la primera arremetida, cuando el animal inclinó la cabeza, el chico le agarró por los cuernos y torciéndole el cuello le hizo besar el suelo. Sujetándolo de esta manera miró en derredor preguntando: “Egin behar diot gehiago?”. Esta técnica empleada por el muchacho vasco tomó nombre, posteriormente, en Castilla: mancornar o cargar al toro. La historia también cuenta que en la villa de Deba cinco fornidos y ágiles muchachos montaraces de Lastur fueron al monte con cinco vacas domésticas con la intención de traer cuatro toros para lidiarlos en Tolosa cuando un toro se metió en un jaral extenso y uno de los apresadores decidió ir a buscarlo. El mozo se puso a una distancia en la que el toro tenía menos facilidad de embestir a su capricho y cuentan que le agarró por las dos astas y que el pugilato duró más de dos horas hasta que, al final, el toro desfallecido cayó a tierra. Lo ataron a una vaca doméstica y lo llevaron como a una oveja mansa.
Dominar al toro Los pasajes comentados vienen a demostrar que dominar al toro era para los vascos una necesidad laboral como cortar troncos o levantar piedras; hechos que llevados después a la plaza del pueblo se transforman en fiesta (tauromaquia). Desde la prehistoria, los toros eran conocidos por estos lugares y el ser humano dejó constancia de su paso en las pinturas de las cuevas de Altxerri en Orio, Santimamiñe? Y en alguna de ellas se han encontrado huesos de este animal, tal como la que está en el monte Jibijo en Kuartango de Araba. Por lo tanto, el toro, que procede del uro salvaje (Bos Primigenius) atravesó Europa Central cuando se encontró con el pastor vasco y este tuvo que defenderse de él con sus mejores armas: sus piernas. Sin embargo el toreo a caballo fue posterior y lo prodigaron los andaluces al heredar los caballos de los árabes antes que el toro.
Así pues, la vivencia del toro en Euskal Herria condicionó el poder utilizarlos para celebrar las fiestas. El primer festejo del que existe constancia documental tuvo lugar en 1160 en el caserío Irure del término municipal de Placencia de las Armas-Soraluze, función que se celebró en honor del rey navarro Sancho el Sabio. Este hecho demuestra la costumbre existente de celebrar esta clase de actos en los solares vascos y plasmado está aún en el escudo heráldico de la propiedad actual, donde aparecen toros con perros (Zezen-Txakur) encargados de apresarlos.
Por otro lado, considerando que esta zona no fue objeto de invasión por los diferentes pueblos que ocuparon la península -romanos, godos o musulmanes- y apoyándonos en el impresionante hermetismo político-social del pueblo euskaro en esa época, se puede decir que esta costumbre de celebrar funciones de toros es propia, genuina y habitual en el pueblo vasco. Se debe considerar entonces que la solera taurina vasca es un factor enlazante que determinó la extensión del festejo taurino por los pueblos peninsulares.
Zezen-txakurrak y otros En la Baja Edad Media se prodiga el toro enmaromado o ensogado que los vascos llamamos sokamuturra, modalidad condicionada a la falta de espacio físico de las villas cercadas y con calles estrechas, cuando los toros eran sometidos con la ayuda de los dogos (zezen-txakurrak) que se empleaban en los espacios abiertos del campo como ocurre, hoy día, en Karrantza, apresando así a los vacunos de raza autóctona conocida como montxina que, bravos y acometedores, por ausencia de selección aparecen broncos y ásperos para la tauromaquia actual.
Hay asimismo esculturas que decoran los capiteles del claustro de la catedral de Pamplona, en los que se representa a los perros que hacen presa en las orejas de los toros (siglo XIV) ya que Nafarroa ofrece un panorama taurino vastísimo gracias a su afición, ganado bravo y lidiadores. Y ya en el siglo XVII los virreyes dan órdenes a los pueblos de La Ribera para que reserven toros para Pamplona, aunque los tengan cedidos, con la condición de “que los toros sean feroces, de mucho cuerno y bastante edad”. Y el Fuero de Sobrarbe decía:.. “Si conduciendo un toro por el pueblo causara daños los pagará el dueño pero si es para celebrar las fiestas no debe imponerse pena”.
Gutiérrez de Altamirano, primo de Hernán Cortés, formó en Toluca -México- la ganadería de Atenco con toros navarros y siendo la primera vacada que cruzó el charco. El Valle de Toluca, en lenguaje vernáculo, quiere decir tierra de toros. Los toros navarros de Zalduendo, Lizaso, Pérez Laborda, Díaz, Elorz y Bermejo, Poyales y Alaiza, Beriaín y Díaz, Melitón Catalán, constituían el ideal de la bravura y de la furia para los escritores de la época: “...más bravío que un toro navarreño”, dijeron de un fraile Jerónimo extremeño que consideraba a Nafarroa como la cuna de los toros de lidia del resto del Estado español, tales como Ibarra, Lesaca, Murube, Urcola, Urquijo... El apellido Miura procede de Hondarrribia y significa muérdago.
Al pie de la aldehuela de Gazteiz está la calle de La Correría, dónde se celebraban las fiestas de vecindad con corridas de novillos que se fueron extendiendo a todas las calles del Casco Viejo, en especial la calle Pintorería, o se hacían para conmemorar hechos históricos tales como la conquista de Granada del año 1492 o el retorno del Tercio Alavés en 1860; mientras las fiestas de la Virgen Blanca se celebran por primera vez en 1769 lidiándose durante las mismas, entre mañana y tarde, treinta y un toros. La presencia del toro bravo en Euskal Herria se pierde en la oscuridad prehistórica y existían ejemplares en los montes de Jaizkibel, en Gorbea, Lastur, en el monte Oskia de Irurtzun y quedan reminiscencias en Orozko, en Karrantza y en Iparralde vive la raza denominada betizuak o larrabeiak, herederas, con la montxina, del toro bravo.
La evolución de los festejos Era tanto el arraigo de los vascos al festejo taurino que no se comprendía fiesta alguna sin danzas, sin txistu ni tamboril y sin toros. El padre Larramendi (s. XVII), sin confesarse aficionado, dijo que “las fiestas en las que no haya corridas de toros apenas se tienen por fiestas y es tan grande esta afición que si en el cielo se corrieran toros los guipuzcoanos todos fueran santos por irlos a ver”. Por el contrario, el padre Mendiburu recelaba de las danza y corridas porque “ existía el peligro de producirse desviaciones morales o por concupiscencia, con promiscuidad de ambos sexos cuando los jóvenes se retiraban de noche a los caseríos”. Y así, en 1605, en Eibar, no se pudo celebrar la corrida porque los curas habían llenado la plaza, a propósito, con materiales religiosos; como también el clero influye sobre el Consejo Real de Navarra para que las cuadrillas de mozos de Peralta no corran los toros por las calles: “porque perturban la devoción y la concurrencia a los templos, hacen mal uso del vino y se gastan el dinero del sustento”. Con todo, los mozos de Peralta mantuvieron a su costa y clandestinamente las reses objeto de su diversión. Se corrían toros, también, en Tudela, Estella, Tafalla, Puentelarreina, Falces..
En la primera mitad del siglo XVII la mayoría de las plazas que se construyen son de forma cuadrada o rectangular con la premisa impuesta antes de construirse de que las casas que den al Agora debían de tener balcones corredizos con la única y exclusiva función de celebrar y presenciar las fiestas con toros, tales como la plaza del Castillo, la de la Constitución en Donostia, Pasajes de San Juan, Zestoa (cerca de este lugar está el barrio de Ezenarro, zezenarro, que significa lugar o cuenca de toros. En Deba se celebraba la corrida anual de arrantzales precedida de un aurresku con los toreros vestidos de alpargatas y mahón de manera excepcional pues el traje de torear de los mozos vascos se compone de pantalón y camisa blancos, faja roja y alpargatas, como si de otro espectáculo más o deporte autóctono se tratara. En 1622 ya hicieron toros en Azpeitia para celebrar la canonización de San Ignacio y en 1682 las Juntas de Gernika ordenan celebrar festejos taurinos al proclamar al mismo santo de Bizkaia.
La evolución de los festejos que se celebraban en estas plazas era de total corte gimnástico, y derivó en la actual corrida para configurarse definitivamente en el siglo XIX y en la zona sur, especialmente, cuando los andaluces introducen el toreo en redondo basado en el juego de muñeca e imponen una manera nueva de lidiar más sobre los brazos que sobre las piernas, lo que va mermando la vigencia del toreo vasco. Por eso, los lidiadores vascos que aparecen en los siglo XIX y XX como Diego Mazquiarán Fortuna, Torquito, Luis Mazzantini y Eguia, Castor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao, Pedro Basauri Pedrucho de Eibar, Martín Agüero, Rekondo... se ajustan a las normas de la reciente escuela andaluza y, aunque no se les consideraba exquisitos artistas con capote y muleta, se acreditaron como excelentes estoqueadores y banderilleros.
En resumen, el toreo vasco basa su poder sobre las piernas y el toreo andaluz se manifiesta, preferentemente, con los brazos. Al igual que en el baile: el euskaldun (el aurresku) tiene su máxima expresión en los saltos y en la fortaleza de las piernas; y el andaluz, en cambio, se expresa con los brazos y componiendo la figura.