Nada más lejos de mi meta que ser policía, pero en cierto momento me invitaron a serlo y supongo que algo queda. Sin placa ni pistola salgo por la calle -Dios no lo permita nunca-, menos aún con la libreta de multas, y en estas fue que me encontré con un anciano que me contó como su perro odia a otros perros por haber sido víctima de sus acosos. Considerando las secuelas que me narró dije comprenderlo, pero quede claro que la causuística no es general. Y me explico. En esta ronda alcohólica de ir probando vermús me gusta variar, no solo alternar los días alcohólicos con descansos abstemios. Siempre me fijo en los bares de las mejores zonas porque creo que sus dueños deben sentirse privilegiados, así sufran de almorranas crónicas, por disponer de un local comercial en una zona de tránsito turístico o masivo. Por eso les exijo máximo respeto al ciudadano cliente. Un osado camarero me extorsiono hace nos días al perdirle el tique de compra de un Martini. Como lo leen: me amenazó con subirme 50 céntimos el precio de mi cóctel si insitía en pedirle el tique. ¡Ni que fuera un cóctel molotov lo que consumo! Les digo la verdad: le llamé imbecil, porque esa extorsión es una ofensa al ciudadano y al departmento de consumo del Gobierno vasco. Sí, le llamé imbecil -lo confieso, soy culpable- y, por supuesto, dejé el vermú en la barra, sin probar. Un rencoroso habitual diría que de esta confrontación yo debería odiar a los camareros, pero mira, va a ser que no, porque a continuacion entré en un restaurante indio y me sirvieron una cerveza fresquita del país que me quitó el sentido, que no el conocimiento, claro.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
