Elogio a la discreción
“Mira que yo soy discreta, pero tú te pasas un rato largo”. No hacia ni veinte días que acababa de llegar a un nuevo mundo laboral prologada por un sinfín de parabienes sobre sus virtudes y capacidades. El silencio se convirtió en la mejor respuesta a lo que no se quiere responder cuando no corresponde hacer del sentimiento real defensa ante semejante frescura oral.
Hija de la prudencia y casada con el camino que lleva a la perfección de la razón, conviene recordar que la discreción , la verdadera discreción, la que se mueve en épocas exhibicionistas es calificada por Shakespeare como “la mejor parte del valor”, un tiempo de espera frente al deseo ajeno de controlar la información, de reafirmarse, de tener el poder.
En El Discreto, Baltasar Gracián presenta un tratado sobre cómo ha de ser un hombre que quiere llegar a ser persona completa, la capacidad para elegir lo mejor y para distinguir y valorar aquello que ayuda a conseguirlo. Con el tiempo , el pesimismo de Gracián le llevaría a contentarse con ser medianamente persona.
Ella, cargada con su literatura, vistió de valor lo aético. Mientras, las redes sociales se cargan de frases compartidas, bonitas, dulces y profundas que se contradicen con el comportamiento diario. La eficaz discreción de Gracián nos vale para el mundo donde llueve con frecuencia.