El Ayuntamiento donostiarra, anda todo alborotado poniendo, quitando, traduciendo... nombres de calles y plazas de la ciudad. Movido como siempre por su ingénita tendencia a colaborar en los grandes problemas que inquietan a sus amados dirigentes municipales, Simplicius ha sacado el callejero de la ciudad y lo ha estudiado concienzudamente. Y ¿qué ha encontrado Simplicius? pues unos cuantos nombres apolillados de reyes, infantes reales, militares, políticos -alguno de ellos apesta todavía a franquismo- un montón de nombres de discretas celebridades locales que hoy ya no dicen nada a nadie y otro montón de celebridades locales que dicen algo a la gente de hoy, pero que no dirán nada a la gente de mañana. Simplicius opina que en todos los pueblos y ciudades del mundo, las plazas y calles debían llevar nombres eternos, nombres universales de grandes artistas Miguel Ángel, Tiziano, Goya, Beethoven, Mozart, Bernini, Walt Disney, o grandes escritores, como Miguel de Cervantes, Charles Dickens, Fedor Dostovyeski, Stendhal, Rubén Darío, o grandes humoristas alegradores del ser humano como Charlot o bienhechores como san Vicente de Paúl o inventores e inventos que hayan aportado decisivos beneficios a la humanidad, Hipócrates y el ácido aceltilsalicílico, Gutenberg y la imprenta, Fleming y la penicilina o Pasteur y la vacuna contra la rabia. Dejo para el final a los dos gigantes de la invención. Sin embargo, y si desmerecer los méritos de los anteriores, los dos talentos que más felicidad han traído a este mundo, al enorme Noé, que además de salvar a todas las especies animales del Diluvio Universal, nos trajo el vino, Dios le tenga en su mejor gloria, y al ciclópeo sir Water Closet. ¡Cuántos traseros agradecidos bendicen diariamente su memoria!
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