ATODOS nos han adelantado en algún momento. Por la izquierda, por la derecha, por arriba y hasta por abajo. Nadie se libra. La vida está llena de disputas en las que perdemos nuestro estatus porque hay otros más aventajados que terminan enseñándonos el trasero tras ganarnos la partida. Ocurre desde que damos nuestros primeros pasos e incluso antes. El desafío se pone en marcha en el preciso instante en el que el espermatozoide inicia su carrera. Nuestra existencia es un camino de obstáculos permanente en el que si te duermes te dan hasta en el carné de identidad.
Teoría simple que sirve para explicar la evolución natural de cualquiera de nosotros, sujetos enfrentados en todo momento a situaciones en las que la competencia nos sentencia a salir victoriosos o a quedarnos aparcados en la cuneta esperando una nueva oportunidad.
Hay tantos ejemplos como experiencias vitales podamos recordar. En la guardería los más espabilados se llevaban el reconfortante beso de la cuidadora mucho antes que el resto. Después siempre hubo algún malote que nos levantaba las chicas a pesar de que creíamos disponer de mejores credenciales para resultar elegidos. Perdemos oportunidades por propia torpeza, por falta de fe o por la eficiencia de otros que pelean por los mismos premios que nosotros ambicionamos.
La eterna y recurrente comparación entre la vida y el fútbol puede servirnos de comodín para tratar de explicar algunas de las cosas que ocurren en la realidad paralela en la que sospechamos que viven los jugadores del Athletic, incluso desde que son solo proyectos de futbolistas. Un confortable universo, demasiado ideal y acomodaticio desde que aterrizan en Lezama. Suponemos que pasar las primeras cribas ya es en sí un premio, la competencia y el acierto o desacierto de los técnicos en estos pasos iniciales hace el resto. Pero el solo hecho de entrar en el clan te debe hacer sentirte un ser superior, un ganador que está en disposición del alcanzar el ansiado éxito y el consecuente reconocimiento social.
Eso está bien, y seguramente el entorno del deportista se sentirá orgulloso de que uno de sus integrantes pueda formar parte de la élite. Ahora bien, después del consecuente baño de popularidad me pregunto qué queda para la posteridad en estos bocetos de león de otros elementos esenciales como la competitividad, el sacrificio permanente para seguir mejorando o el sentimiento de pertenencia y fidelidad hacia la institución.
Tengo claro que en el Athletic, como en cualquier club referente, la primera toma de contacto de los aspirantes es determinante. En esas primeras citas la competencia es ya feroz y, normalmente, siempre se quedan los mejores. Desconozco cómo se realiza hoy el scouting de futuros talentos, lo que sí recuerdo es cómo se hacían hace años durante las vacaciones de Semana Santa los procesos de selección masiva de jugadores en el campo cubierto de Lezama. Aquellos eran castings futboleros en toda regla, pruebas a una sola carta. Se jugaban decenas de partidos de forma ininterrumpida y solo aquellos que aguantaban mejor los embates de la competencia tenían la oportunidad de repetir visita al día siguiente para una nueva prueba, esta mucho menos concurrida.
Intentar entrar en el Athletic ya por aquel entonces se reservaba a unos pocos elegidos. Hoy resultará igual de complicado, pero me gustaba el ambiente que emanaba de aquel polideportivo. Allí olía a hambre, allí confluían los sueños, la ilusión, una ambición por alcanzar lo más grande. Sentimientos exultantes que contrastaban con las lágrimas con la que recogían sus botas los descartes. Vestir la camiseta rojiblanca era lo máximo a lo que podía aspirar un chaval y quedarse fuera obviamente suponía un tremendo mazazo. Pero claro, de pequeño todo es grande y de grande nada nos parece suficiente.
Cuando pierdes también te acostumbras. Los perdedores suelen tener claros sus puntos débiles, pero el que está acostumbrado a ganar se acomoda y termina descuidándose, se olvida, por así decirlo, de los principios elementales. Está claro que el trabajo duro derrota al talento cuando el talento no trabaja duro. Llevado al fútbol me da la sensación de que el hambre con que llegan los aspirantes a Lezama se va difuminando conforme el éxito y el dinero nublan sus primigenias aspiraciones. Aquello del privilegio de pertenecer a una estirpe sin igual pasa a un segundo plano cuando irrumpe el star system. Es entonces cuando se pierde la esencia de lo que nos gustaría ver reflejado en el espíritu de nuestros futbolistas y nos sentimos poco identificados con la personalidad que exhibe un equipo al que por momentos no reconocemos. Espero que la irrupción de jóvenes del Bilbao Athletic obligue a ponerse las pilas a quien esté desconectado o no vea amenazado su estatus en el equipo. No hay como sentir el aliento en la nuca para activar los sentidos y echar a correr.