FUE en diciembre de 2003. Se reunía en la sala Mariana Pineda del Congreso la Comisión de secretos oficiales presidida por Luisa Fernanda Rudi. Los portavoces escuchábamos el rosario de excusas del ministro de Defensa, Federico Trillo, sobre la muerte de siete agentes del CNI en Irak. Junto a él estaba el director del centro, Jorge Dezcallar, diplomático y descendiente del almirante Mazarredo. Cuando me tocó intervenir, le interpelé en relación a varias cuestiones y, al final, y mirándole fijamente le hice una inocente pregunta: "¿Espía el Centro Nacional de Inteligencia a partidos democráticos y a dirigentes de esos partidos democráticos?". Carraspeó y, poniéndose muy digno, me contestó: "Vivimos en un Estado de derecho y los partidos democráticos no son objeto de seguimiento informativo. En caso contrario eso sería un delito". Sin embargo, tan solo dos semanas después, el dirigente catalán Carod-Rovira era seguido y espiado en Perpiñán. La información aparecería veinte días después y justo al inicio del primer congreso de Víctimas del Terrorismo y en plena pre-campaña electoral. ¿Dónde se publicaba aquella información? En el diario ABC dirigido por José Antonio Zarzalejos, cuyo hermano Javier era el secretario general de la Presidencia.

Tras haber vivido varias experiencias de este tipo, hace tiempo saqué una conclusión: nunca te dirán la verdad. La aproximación a la verdad vendrá siempre de la mano de una esposa despechada, de un militar rebotado como Alberto Perote o de un Julian Assange con su Wikileaks o del arrebato ético de un espía como Edward Snowden.

Estábamos en plena ofensiva aznariana. Fernando López Aguilar, que luego fue ministro de Justicia con Zapatero y ahora reparte labeles éticos y democráticos, en un artículo publicado en El Socialista, correspondiente al mes de noviembre de 2002, planteaba la estrategia que debía seguir el gobierno de Aznar para cortar en seco lo que llamaban el Plan lbarretxe. "Ante algo así, los poderes públicos de nuestro Estado democrático de Derecho no pueden permanecer impasibles, bien al contrario, deben reaccionar enérgicamente con planificación, estrategia, pedagogía y acción política. En otras palabras: frente a un desafío como el que se ha presentado, no se puede responder con improvisación retórica, telediarios y banderas. Se ha de diseñar un plan. Para empezar, es absolutamente imprescindible conocer y prevenir futuros escenarios conexos a cada uno de los posibles movimientos secesionistas de las instituciones vascas. El Estado ha de estar informado, con mucha antelación, de lo que va a ocurrir, para lo que no resultaría en absoluto inoportuno involucrar, si se hace necesario -y huelga subrayar que en el marco más estricto de la legalidad-, a los servicios de inteligencia y análisis a disposición del Gobierno".

Este es el demócrata que ante el embajador norteamericano Eduardo Aguirre dijo que la investigación judicial que trataba de averiguar la responsabilidad de los soldados norteamericanos en el asesinato del cámara de televisión José Couso, no prosperaría. Como efectivamente no ha prosperado. Y fue él quien apoyó al secretario de Estado, Ignacio Astarloa, en aquella reforma del Código Penal para encarcelar al lehendakari si a este se le ocurría convocar un referéndum. Que no se extrañen hoy nuestros amigos catalanes lo que les está ocurriendo al tener el ojo del Gran Hermano del CNI encima buscándoles lunares. La pauta sobre lo que hacer ya la marcó el propio López Aguilar en 2002.

Y es que el CNI existe. Acabamos de saber, tras la comparecencia de Iñaki Urdangarin en la Ciudad de la Justicia de Barcelona el pasado 16 de julio, que el CNI tutelaba la seguridad del Instituto Nóos. "Cada cierto tiempo, los servicios secretos revisaban los teléfonos y las comunicaciones para garantizar la seguridad del Duque de Palma". Es decir, vigilaban su seguridad para hacer más eficaz el negocio en marcha. Mortadelo y Filemón no lo hubieran hecho mejor.

Hubo un tiempo en que no dejábamos de reivindicar que al frente de los servicios secretos españoles no estuviera un militar y que los mismos se civilizaran. Hoy siguen en manos del general Sanz Roldán, de quien estuve hace dos semanas a dos metros pero quien de repente se escabulló de la recepción. Estos generales son muy listos y seguramente no quería le hiciera una pregunta impertinente como a Dezcallar, el único civil que ha pasado por la famosa Casa.

Un buen día, el general Emilio Alonso Manglano invitó por primera vez a visitar la sede del Cesid a la comisión de Defensa. Tuvimos una reunión con aquel militar que había tenido un papel aseado el 23-F y tras ello tuvo el encargo de ir eliminando las tramas golpistas por indicación del ministro de Defensa, Alberto Oliart. Fue una decisión audaz porque el decreto de creación del Cesid reservaba el cargo a un general y Manglano era teniente coronel. Se cambió el decreto y santas pascuas.

En la ronda de preguntas se me ocurrió formularle la más políticamente incorrecta. "¿Qué sabe usted del GAL?". Un espeso silencio se hizo en la sala. Manglano, el hombre que lo sabía todo de todos, salió como pudo dando una breve explicación no creíble. Al salir de la sala se me acercó y dijo, "Cualquier día de estos me llamas, tomamos un café y te cuento cosas". Hasta hoy.

El general Manglano acaba de morir. Tenía 87 años y aquel todopoderoso personaje era ya una sombra de sí mismo en la residencia del paseo de La Habana donde ha fallecido. En las últimas semanas el general tenía una obsesión y no hablaba de otra cosa: "Mis papeles, tengo que recuperar mis papeles". En esos papeles dicen que había datos y claves para resolver las incógnitas de algunos de los casos anteriores, especialmente el 23-F y el atentado de Carrero Blanco, pero seguramente aquellas escuchas aleatorias al rey, el informe Crillón sobre Mario Conde, el montaje del vídeo contra Pedro J., la creación de los GAL, el secuestro, asesinato y enterramiento en cal viva de Lasa y Zabala, el asesinato de Santi Brouard, la muerte en una bañera de Mikel Zabalza, el secuestro y la muerte de un mendigo cuando experimentaban con él un anestésico, el atentado contra Juan Carlos García Goena. Todo en el período del gobierno socialista.

El 12 de junio de 1995, a pesar de lo que me dijo Dezcallar, El Mundo publicaba en portada que "el Cesid lleva más de diez años espiando y grabando a políticos, empresarios y periodistas". Ese año, abandonado por Felipe González, Manglano tuvo que dimitir y cuatro años después se sometió a un juicio amañado que lo condenó levemente por las llamadas "escuchas ilegales", pero el general, tras varias vicisitudes, logró una resolución absolutoria.

Su muerte este tórrido julio ha pasado desapercibida y quizás tenga esto su explicación en lo opaco y tenebroso de un mundo que el general dirigió con mano de hierro durante 14 años. Él sí sabía de verdad la historia, la real, de la transición y de todas las andanzas del rey, así como las militares y las policiales. Manglano y Sabino Fernández Campo, al parecer, se han llevado sus secretos a la tumba.

Este mes de julio se ha destapado el caso del experto informático y analista de la CIA, Edward Snowden, de 29 años, quien ahora busca asilo desesperadamente por denunciar cómo el servicio secreto estadounidense recoge datos a gran escala de usuarios de internet, Facebook y Microsoft. "No quiero vivir en una sociedad que hace estas cosas. No quiero vivir en un mundo donde todo lo que digo y hago queda registrado". La NSA construyó una infraestructura que le permite interceptar prácticamente todo y sin orden judicial. ¿Y cómo ha reaccionado el demócrata Obama? Peor que Bush. A la caza y captura del réprobo y ante eso la reacción europea ha sido vergonzosa. ¿Por qué? Todos hacen lo mismo.

Amnistía Internacional apoya a Snowden. "Los estados que intentan impedir que una persona revele este tipo de conducta ilegal están burlando el derecho internacional. La libertad de expresión es un derecho fundamental. Los intentos de presionar a los gobiernos para que bloqueen los esfuerzos de Snowden por pedir asilo son deplorables".

Es lo que hay en este tórrido julio en el que muere el general Manglano y un analista norteamericano denuncia lo que hace su país a cuenta de la seguridad, de su seguridad. Entre la ley y el orden, siempre se elige ese falso orden de unos cuantos.

Como se ve, nada nuevo bajo el sol.