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'Cosa nostra'

EN una turbadora secuencia de El Padrino III, el sicario Vincent Mancini (Andy García) le sugiere al capo Michael Corleone (Al Pacino) que incremente el número de pistoleros. A lo que este le replica: "No necesito más matones, necesito más abogados".

Es casi imposible encontrar personajes más verosímiles que los creados por Mario Puzo -autor que jamás pisó Sicilia, ni siquiera estuvo en Italia- en su novela y retratarlos con la fidelidad que lo hizo Francis Ford Coppola en su magistral trilogía. No hay famiglia que maneje los códigos del hampa como la de Don Vito Corleone, consiglieri que pueda compararse con Tom Hagen o esbirro que se pueda medir con Clemenza. Esta ficción debería enseñarse en los colegios, no solo como ejemplo de la buena literatura y del séptimo arte, sino como capítulo fundamental de nuestra controvertida historia contemporánea.

En otro orden de cosas, una de las imágenes más repugnantes que la televisión escupía días atrás es la de un nota llamado Blesa, metido a banquero de fortuna y que, tras pasar fugazmente por el trullo, suelta entre otras perlas cultivadas que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho. Y lo dice con inflexión altanera, satisfecho, seguro de sí mismo, protegido por la proximidad de sus abogados, y frente a una pobre mujer con un cartel en la mano que dice Contra el fraude de las preferentes que se desgañita con todo tipo de improperios entre la nube de reporteros que cubre la noticia. Es el retrato más desolador de la impunidad.

Cabe añadir -por si tuviera algo que ver- que el juez que instruye el caso, Elpidio José Silva, manifestó públicamente sentirse presionado por poderes políticos y mediáticos, naturalmente contrarios al encarcelamiento del susodicho, y que la Fiscalía del Estado -órgano que depende jerárquicamente del Gobierno- puede que todavía le acuse por prevaricación.

Durante las últimas décadas, la descomposición del sistema político ha trazado sobre el mapa de nuestro maltratado país un peculiar laberinto. Recientes estudios constatan que desde la instauración del imperio de la burbuja inmobiliaria, se contabilizan más de 800 casos de corrupción y casi 2.000 detenciones, siendo sus principales responsables los dos grandes partidos: el 44%, municipios gobernados por el PP, y el 31,2%, gobernados por el PSOE (fuente: Departamento de Geografía, Universidad de La Laguna, Islas Canarias, Eurobarómetro y El País). Sin embargo, desde la irrupción inaugural del saqueo público a manos de delincuentes disfrazados de concejales de Urbanismo, constructores y acreditados bufetes de abogados, con la llamada operación Ballena Blanca (marzo de 2005), pasando por el caso Malaya (marzo de 2006), hasta el pinchazo de la burbuja en 2008, la fechoría y el bandidaje corporativo ha ido mudando de disfraz.

Por cierto, de aquel olvidado casoBallena Blanca, el Supremo dictó sentencia para cinco de los 19 acusados. Entre ellos, su cabecilla, el abogado Fernando del Valle, condenado a cinco años de cárcel por blanqueo de capitales, cosa que hacía a través de más de mil sociedades, muchas de ellas domiciliadas en paraísos fiscales. A raíz de su detención, se divulgaron imágenes de su colección de coches de lujo y de suntuosos inmuebles, además de su afición a contratar exclusivamente letradas para su despacho. El juicio arrancó en marzo de 2010 con mucho ruido, incluso no exento de polémica (el extravío de varios tomos del sumario). Sin embargo, a día de hoy, Fernando del Valle ha recuperado parte de su patrimonio, solo estuvo seis meses a la sombra, hace poco que reabrió su bufete de abogados en Marbella y hay serias dudas de que vuelva a dormir entre rejas, entre otras cosas porque seguramente solicitará su indulto al Gobierno, algo parecido a lo que hará el también abogado y presidente del Sevilla, José María del Nido, si el Supremo confirma su condena de siete años por el caso Minutas, otra de las piezas de lo que, hasta hace poco, fue el hediondo puzle marbellí.

Pero de aquellos casos de corrupción y megalomanía de carnaval, de féminas rellenas de silicona y tipos con atuendo de macarra luciendo palmito por las costas españolas -casi todos procedentes directa o indirectamente de una política municipal en estado de descomposición-, hemos pasado a los macroprocesos de Rolex, gomina y traje de raya diplomática, como el caso Gürtel, el de Bárcenas, Nóos, Palau, Palma Arena, etcétera, etcétera..., con extremidades que penetran en todos los estamentos del Estado, desde la familia real hasta el chófer de un consejero de la Junta andaluza. Y lo insultante de todo ello es que semejante guiñol está ocurriendo en el mismo lugar y a la misma hora que una gran parte de la población atraviesa penurias que desconocía o que los que llegaron a conocerla ya habían olivado.

Pero hay más, sí, mucho más, algo que rebasa los límites de la obscenidad, y es la aparente tranquilidad con la que este Gobierno y el partido que lo sostiene se despachan en el día a día como si esto fuera así desde la noche de las calendas, como si no hicieran otra cosa que lo que otros ya habían hecho (origen del patético y-tú-más). Y ahora, cuando prácticamente no hay tregua para coger aire entre la irrupción de un caso de corrupción y el siguiente, sobre la mesa los sobresueldos que presuntamente cobraban cuarenta dirigentes del PP entre 1990 y 2011, unos 22 millones de euros que sus señorías se repartían mientras predicaban austeridad y nos echaban en cara vivir por encima de nuestras posibilidades, los mismos tipos que a día de hoy siguen diciendo que es preciso moderar los salarios y abaratar aún más los despidos para ser competitivos. Unos sobresueldos que en su mayor parte provienen de fondos públicos, es decir, de los impuestos que pagamos usted y yo, y que sus portavoces de gobierno (Floriano, Cospedal, González Pons?), como la guinda del pastel, salen a la palestra a tratar de justificar lo injustificable, al igual que en una nueva entrega del Club de la Comedia.

Lo sorprendente de la corrupción y el actual estado de cosas es que viajan en sentido inverso a la historia que narra Mario Puzo en su novela. Don Vito Corleone tuvo un sueño feliz: que la próxima generación de su familia llegara a codearse con el mundo respetable. Don Vito llegó a imaginar a un hijo congresista con la influencia y el poder legal que él nunca pudo tener ni siquiera comprar. Pero la realidad con la que algunos sueñan aquí, desde despachos y cargos supuestamente respetables, es la contraria: acabar con la respetabilidad para entrar a formar parte de una trama corrupta. Convertida en un reality de sí misma, la corrupción ha ingresado por derecho impropio en una versión degradada del 1984 de Orwell, un evento que ya no es metáfora de la crítica política, sino espectáculo de una política en estado crítico.