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Callejeando

Andar por Bilbao estos días es una experiencia única. Por una parte, puedes empaparte de la efervescencia callejera de miles de personas recorriendo las zonas comerciales de la villa y afianzando el consumo navideño. Se observa el devenir de las parejas con hijos en edad escolar y sin ikastola ni colegio que les ocupe. A cuadrillas de ejecutivos que salen de una comida navideña. Y señoras de buen ver cargadas de bolsas que encubren regalos. Cierto es que este último grupo escasea. Porque la crisis marca una Navidad que, aunque sigue preñada de ilusión, está mediatizada por la psicosis que ha cubierto, cual pesada manta, toda la sociedad. Son pocos los que viven estas fechas de modo idéntico al de años atrás. Los comercios lo están notando. Y mucho. Ese andar escrutador por las tiendas y grandes almacenes demuestra que los consumidores observan los escaparates, incluso entran y preguntan por los regalos, pero muchos no pasan de ahí, no culminan el proceso que tantos comerciantes anhelan, la compra. Lo mismo ocurre con esa fauna festiva que surge en las aceras ofreciendo todo tipo de productos. Algunos son solidarios, apelando al espíritu navideño, otros son buscavidas que intentan atrapar clientes con ofertas baratas venidas de China... y también los hay que, simplemente, piden dinero. La necesidad. Más extendida ahora. En definitiva, la calle refleja estos días el estado de una ciudad que, aunque sigue adelante, está también marcada por esta maldita crisis que no se va.