NI las encuestas ni los sondeos a pie de urna vaticinaban el batacazo de CiU, sin duda, la gran sorpresa de las recientes elecciones catalanas. Después de semanas de oír "CiU se queda a tocar de la mayoría absoluta" (68 diputados necesarios) y de leer encuestas que mayoritariamente no daban menos de 60 escaños para la formación, nadie esperaba un resultado así. No fueron pocas las voces que, en plena noche electoral, comentaban con sorna que no hay dinero más malgastado que el de las encuestas. Quizás. Antes del análisis político propiamente dicho, vale la pena intentar comprender qué puede haber pasado.
Es posible que las casas de encuestas cocinaran algo más de la cuenta. Todas las encuestas necesitan de una interpretación para convertir los desnudos porcentajes provinciales en escaños: suponer un nivel de participación, proyectar el voto de los indecisos, y aplicar la ley d'Hondt. Quizás los datos reflejaron un descenso que resultaba poco convincente en el ambiente psicológico creado desde la manifestación del 11 de setiembre. Y se cocinó en la dirección equivocada. O bien esta campaña ha resultado ser más decisiva de lo habitual. A menudo, son muchos los que desprecian las encuestas como las campañas, por considerarlas innecesarias. Pero, en algunas ocasiones, pueden contribuir a cambiar tendencias y, sobre todo, a movilizar un voto difícil de prever. En estas elecciones catalanas, la participación ha alcanzado un récord histórico para unas autonómicas, con casi un 70%, un nivel equiparable a unas elecciones generales. ¿Se pone fin así a la abstención diferencial, según la cual una parte del electorado hispanocéntrico se abstenía en las elecciones catalanas? Lo que está claro es que, en esta ocasión, la mayor participación ha favorecido tanto a fuerzas soberanistas (ERC, CUP, ICV) como unionistas (PP, C's). Una primera conclusión, pues: estas elecciones rompen la tesis, con diversas décadas de apoyo, según la cual a más participación, peor para las fuerzas catalanistas.
Este fue uno de los primeros eslóganes de ICV, substituido después por una referencia doble al derecho a decidir y a los derechos sociales. Si los ecoprogresistas querían criticar a una CiU autoinvestida como representante exclusiva de Catalunya, la realidad no les podía dar más la razón. Nadie podrá ya, definitivamente, atribuirse en exclusiva el éxito monumental de la manifestación del 11 de setiembre, organizada desde una sociedad transversal y diversa y al margen de los partidos. No la organizaron ni la encabezaban. La campaña en clave mesiánica -un gran error- parecía decir todo lo contrario. Sin embargo, CiU sí ha protagonizado los recortes al estado de bienestar. Pese a que puedan ser necesarios, ha habido muy poca empatía con el sufrimiento que esos recortes provocan. La campaña de CiU respiraba un cierto elitismo distante, centrada exclusivamente en el liderazgo de Mas en unas elecciones que no eran presidenciales. La humildad que parecía haberse forjado con las derrotas anteriores, en las que CiU ganó en votos pero no en escaños, esta vez se ha esfumado. La prepotencia ha sido castigada.
El resultado de estas elecciones nos da una imagen más acorde con la realidad y, sobre todo, más precisa acerca del apoyo social al derecho a decidir y a la independencia. Estas elecciones han servido para que todos los partidos se quitaran las máscaras de la conveniencia y el tacticismo y, por primera vez, mostraran explícitamente su posicionamiento sobre la independencia y un posible referéndum. Y sin ambigüedades en este punto, los y las catalanas han elegido, participando más que nunca.
Los votos a CiU (30,6%, 8 puntos menos) son, en esta ocasión, todos soberanistas. Los votos al PSC (14,5%, 4 puntos menos) ya no incluyen catalanistas. Estos comicios han servido también para que ICV (9,9%, 3 puntos más) se declarase, por fin, abiertamente a favor del derecho a decidir. Catalunya no es Girona. Por si alguien lo dudaba.
Si dividimos el Parlament entre las fuerzas soberanistas y las fuerzas unionistas, observamos que las cosas apenas han cambiado. El bloque soberanista ha ganado un pírrico diputado. Es cierto que, durante unos meses, y con esteladas visibles en múltiples balcones, los independentistas habían imaginado la eclosión de una transformación social que los resultados muestran más lenta. Pero, igualmente, real. Muchos soberanistas han recelado del independentismo sobrevenido, al menos públicamente, de los dirigentes de CiU y han preferido asegurar el tiro votando a fuerzas tradicionalmente por la independencia, como ERC (13,7%, 7 puntos más) y la recién llegada al ámbito parlamentario CUP (3,5%). El castigo en clave social también ha ayudado a decantar el voto hacia estas opciones. Es cierto que el liderazgo de Mas ha resultado tocado, pero cuántos de estos independentistas no hubiesen firmado a favor de una situación con un presidente del gobierno soberanista y un jefe de la oposición independentista.
En este trimestre de ensoñación independentista algunos han podido pensar que las razones bastan para conseguir cambios. Pero la política, como la vida, es dura. Hemos podido comprobar cómo los aparatos del Estado se empezaban a movilizar para interferir en las elecciones. Filtración de borradores policiales, dificultades como nunca para votar desde el extranjero... El PP, a nivel estatal, también se ha movilizado. El desembarco de sus líderes ha sido tan incesante, como sorprendente la excursión dominical de centenares de apoderados traídos -y pagados- desde todas las provincias. Pese a todo, el PP catalán no ha capitalizado el voto radicalmente unionista (13%, 1 punto más) que se ha ido a Ciutadans (7,6%, 4 puntos más), el segundo triunfador, tras ERC, de la noche. La incógnita ahora es saber si la caja de los argumentos del miedo que estas fuerzas han abierto (Catalunya se quedará fuera de la UE, las pensiones no se pagarán, etc.) ha quedado definitivamente vacía o si todavía hay margen para asustar más.
No hay que olvidar que ese ha sido, es y será el principal motor de creación de independentistas en una Catalunya tradicionalmente deseosa de cambiar a España y que ya ha renunciado a ello. La única fuerza que aún lo propone, PSC, está en total declive, pese al aparente respiro de una caída algo menor de la esperada. Pero no parece que el PSOE esté en disposición de ayudar. Y mucho menos parece posible una oferta de diálogo por parte del gobierno del PP, ahora más envalentonado que nunca.
Las fuentes del soberanismo siguen muy vivas. El tropezón de CIU dificulta la narración del proceso especialmente en clave exterior al difuminar los liderazgos. La transición catalana ya no tiene un capitán tan claro. Pero sigue con viento a favor.