Sí, ese elemento que sube y baja en los termómetros al uso. Agua plateada, le llamaban los griegos. En los termómetros está preso, pero anda suelto, vertido a lo loco en el agua de los ríos y los mares: un desahogo más de los humanos, una estupidez más. Y en esas aguas resulta que viven los peces. Y esos peces los pescan para darnos una de las mayores alegrías alimentarias. Y lo disfrutamos a la brasa, a la plancha, en salsa, albardado, con patatas, con aceite... al atardecer, a mediodía... y cuando queremos celebrar algo importante. Los peces pequeños almacenan su dosis de mercurio. Los grandes como los atunes y los tiburones se tragan a los pequeños y se llevan ración múltiple por el mismo precio en una dentellada. Llegan a las pescaderías y nos lo sirven a trozos o en conserva, que da gusto verlos y nos chupamos los dedos. Esto es el misterio de la cadena alimentaria.
El mercurio, que mata y te deja más seco que la mojama si lo tragas directamente del termómetro, te lo suministras poco a poco a través del atún. El tiburón tres cuartos de lo mismo; pero, además, este último posee otras virtudes venenosas: los agentes de cambio y bolsa nos suministran el veneno con la mano negra en el proceloso mar del mercado; y poco más tarde nos devorarán de un golpe, a través de la bolsa, del banco-caja o del gobierno de turno. A gusto del consumidor y por imperativo legal.