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La crisis poliédrica de Europa

La UE soporta el complicado cóctel formado por la omisión de principios de la integración, el trance económico, la insolidaridad interna y hacia el exterior y la desafección que provocan ciertas actitudes y privilegios en el plano institucional

EUROPA, su Unión política y económica, más de seis décadas después de la Declaración de Schumann en el salón de l'Horloge del Quai d'Orsay parisino, empieza a dejar aflorar síntomas de una crisis de proporciones desconocidas y futuro impredecible que, sin embargo, posee las mismas raíces que ya se trataban de evitar en la primera integración a que aquella declaración dio lugar y que, bajo la denominación de Comunidad Europea del Carbón y del Acero, fue rubricada hace exactamente 60 años -el 18 de abril de 1951- por Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos: los intereses particulares de los firmantes del acuerdo, no necesariamente entendido el término particular como el del Estado-miembro y quizás sí como el de quien lo gobierna. Es el primer lado de una crisis poliédrica, el lado de los principios, que ha hecho evidente Nicolas Sarkozy al saltarse, con la aquiescencia posterior de la propia Comisión Europea, el Acuerdo de Schengen que, impulsado en primera instancia por los mismos cinco países de la CECA pero en 1985, suprimía las fronteras comunes y permitía la libre circulación entre la mayoría de los estados miembros que, paulatinamente, se han ido adhiriendo al mismo con su incorporación a la UE. Sarkozy, al cerrar la frontera francesa al paso de inmigrantes tunecinos provenientes de Italia y documentados por este país, ha antepuesto a un hito fundamental de la integración europea sus propios intereses electorales ante la amenaza de la ultraderecha de Marine Le Pen en un momento en el que, además y como se comprueba con la irrupción del populista Auténticos Finlandeses en las elecciones finesas, se produce un avance de los partidos xenófobos y un endurecimiento de las políticas de inmigración en los principales países de la Unión aun a costa de hacer caso omiso de fundamentos de los tratados sucesivos de Amsterdam, Niza y Lisboa. Ello lleva al segundo lado de la crisis: la insolidaridad derivada de la situación económica. La más que presumible entrada de la ultraderecha de Timo Soini en el Gobierno de Finlandia irá acompañada del veto de este país al rescate a Portugal que otros países ya esbozaron -aunque no llegaran a concretarlo- por una creciente corriente crítica popular en los casos de Grecia e Irlanda y, lo que es quizás más relevante, desharía cualquier intento de gobernanza económica común. Pero la Unión no solo enfrenta la elusión de sus principios políticos, los problemas económicos y, relacionada con ambos, la insolidaridad; sino que todas esas caras de la crisis se unen a través de la de la credibilidad que ciertas actitudes y privilegios provocan en su plano institucional y, en consecuencia, la fuerte desafección ciudadana. 60 años y 22 nuevos miembros después, la UE exige una reformulación, una restauración de los ideales que la alumbraron para superar las estructuras estatales que, sin embargo, se han apropiado de ella.