La construcción social de la igualdad
Más de un siglo después de las primeras luchas concienciadas por la igualdad, la sociedad moderna aún reproduce condicionantes de carácter discriminatorio y tiene pendiente la verdadera equiparación cultural que llega a cualquier ámbito
MÁS de un siglo después de lo que se ha venido luego en denominar la primera ola de la conquista por la mujer de sus derechos, a finales del siglo XIX y principios del XX, especialmente entonces a través de la lucha por el sufragio como primer hito del difícil, lento y exasperante a veces pero inexorable camino hacia la igualdad, entrados ya en la segunda década del siglo XXI aún no se ha llegado a corregir lo que Simone de Beauvoir definió hace más de sesenta años como la imposición de un "producto cultural" que se ha venido construyendo socialmente: "No se nace mujer, se llega a ser mujer" en una sociedad que, también aquí, en Euskadi, sigue condicionando el rol a desempeñar en función del género. No es casualidad, por ejemplo, que la incorporación de la mujer al mercado laboral aun sea, en nueve de cada diez casos, a través del sector servicios; que por cada hombre con una ocupación parcial haya cinco mujeres en esa situación, que sólo uno de cada cuatro contratantes y el 20% de los directivos de empresa sean mujeres o que la diferencia en el reconocimiento salarial a igual categoría y trabajo desempeñado ronde de media los seis mil euros anuales. Y que aún hoy las políticas de conciliación resulten -a pesar de que no sea ese su objetivo- en condicionar el horizonte profesional femenino en lugar de en fomentar la corresponsabilidad familiar. Hoy, ocho de marzo de 2011, de nuevo Día Internacional de la Mujer, la moderna sociedad postindustrial, con crisis o sin ella, reproduce un aggiornamiento de las características con las que Beauvoir definió en 1949 al segundo sexo. Y esto, que se traduce también y todavía en un mayor peligro de exclusión social -la tasa de riesgo de pobreza femenina en Euskadi es cuatro veces superior a la masculina- y en la incuantificable dificultad para erradicar la lacra de la violencia machista que ayer, ayer mismo, provocaba nuevas víctimas; también tiene otras consecuencias que aun siendo menos dramáticas poseen idéntica genética discriminatoria y condicionan el desarrollo de la mujer evitando su equiparación total con el hombre desde el mismo periodo formativo, repitiendo pautas de conducta que ya se describieran en aquel Token Learning de Kate Millet en 1967. En Euskadi mismo, pese a que el 55% de las matrículas universitarias pertenecen a mujeres y ese porcentaje se eleva por encima del 65% en el caso de las licenciaturas, sólo suponen un tercio en carreras como arquitectura e ingeniería y no llegan al 40% en el caso de la formación profesional... salvo en ramas directamente relacionadas con el sector que mayoritariamente las ocupa, el de servicios. Es decir, el "producto cultural" sigue vigente y exige de todos una revisión del modelo, de la relación, porque, como decía Beauvoir, "el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres".