ANOCHE se cumplió un año desde que el secretario general del PSE-EE, Patxi López, decidiera tras el recuento electoral incumplir su principal promesa de la campaña de las autonómicas del 1 de marzo de 2009 -"He dicho una y mil veces que no vamos a buscar acuerdos con un Partido Popular que lo único que sabe hacer en Euskadi es antinacionalismo y antisocialismo" (Patxi López, Basauri 3-2-2009)- al buscar y obtener el apoyo de Antonio Basagoiti y el PP para desalojar del Gobierno vasco al PNV y al lehendakari Juan José Ibarretxe pese al claro triunfo jeltzale (80.644 votos más, 8 puntos porcentuales más y 5 escaños más que los socialistas) en las elecciones. Un año. Y aun siendo cierto que la asunción del cargo y la consiguiente formación de gobierno aún tendrían que esperar hasta mayo, no lo es menos que si los socialistas aspiraban a un triunfo electoral, como se encargaron de anunciar durante meses, debían haber preparado, por mera responsabilidad, siquiera un esbozo de organigrama de su posible Ejecutivo y el boceto de las acciones a desarrollar con la inmediatez que la crisis y la situación económica y social de Euskadi requerían y aún demandan. No fue así. Hubo, por tanto, la misma ambición desmedida por alcanzar el poder que imprevisión para ejercerlo. Y aún hoy, un año después, el programa de gobierno sigue siendo, según mantienen los socialistas, su programa electoral, al que es posible atribuir sin embargo el mismo nivel de fiabilidad que a la promesa de López en Basauri, por cuanto quedó condicionado a raíz del pacto con los populares. Es decir, el denominado Acuerdo de Bases, cuya firma tuvo una rapidez inusitada para dos formaciones tan antagónicas en el Estado español, fue también fruto de la premura y ésta llevó a supeditar principios electorales enarbolados por los socialistas a su deseo de desalojar al nacionalismo. Pero es que además, la llegada a Lakua del PSE careció de diligencia. El primer gobierno de obediencia estatal en la Comunidad Autónoma Vasca tampoco se puso inmediatamente en marcha y hasta bien entrado setiembre, ya a la vuelta de las vacaciones estivales, el Ejecutivo López sólo tomó y ejecutó decisiones en los campos de la simbología y el orden público, anteponiendo su interés por ofrecer la imagen del cambio hacia el resto del Estado a las necesidades socioeconómicas vascas. Si a todo ello se añade, finalmente, la dependencia del Ejecutivo vasco respecto a las políticas planteadas por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero frente a la crisis, tan criticadas a todos los niveles, y su incapacidad para utilizar las herramientas del autogobierno y plantear medidas que contrasten con las de Madrid; es más que comprensible que Patxi López cierre su primer cuarto de legislatura con la mayoritaria reprobación a un gabinete subordinado a intereses que no son los de la sociedad vasca.