Las paradojas de la política vasca
Un dirigen nacionalista me dijo hace tiempo que la política vasca era diabólica; no anduvo lejos otro socialista que la comparaba con una zarzuela que se baila a los sones del siglo XIX. Ello nos lleva al descrédito de consecuencias imprevisibles
DESPUÉS de casi nueve meses de Gobierno López conviene hacer balance de todo lo que ha acontecido, de las iniciativas insinuadas, de las acciones emprendidas, de las reacciones provocadas y, sobre todo, de las interpretaciones que los ciudadanos han aplicado a todo ello. Este artículo no tiene como objetivo incidir de forma directa en estos aspectos porque esa es una misión más propia de los periodistas, informadores, estadísticos y sociólogos. No creo que sea necesario añadir nada a tantos estudios y sondeos, ya publicados, en los que se cuantifican las opiniones de los ciudadanos respecto a quienes les gobiernan. Con este artículo sólo pretendo relatar el comportamiento de las formaciones políticas, vascas, y también españolas, aunque en su ámbito vasco, desde que Patxi López llegó a la lehendakaritza tras un acuerdo PSE-PP, que parecía inevitable si lo permitían las cifras tras las elecciones, pero resultó algo inesperado por indeseado cuando se produjo definitivamente. El comportamiento posterior de los partidos políticos ha supuesto un rompecabezas difícil de completar e imposible de comprender. Eso para mí que soy político y con algunos años de experiencia. Por eso, y por las nefastas consecuencias que tienen tales prácticas en la percepción que los ciudadanos tienen de la Política y de los políticos, considero este artículo necesario.
Hace algún tiempo, un importante dirigente nacionalista me dijo que la política en el País Vasco era diabólica. No anduvo lejos otro dirigente socialista para quien la política en Euskadi es una pobre zarzuela en la que "se habla mucho, se canta algo y todos bailamos los viejos sones del siglo XIX". Para él se anhela con tanta fuerza llegar a Ajuria Enea y aposentarse cuanto más tiempo allí, que no duda nadie en recurrir a los sentimientos exacerbados, con muy poca razón práctica en que sostenerse, desde el absoluto afán por mantener vivas unas esencias que, en algún vericueto de nuestra Historia, fueron inventadas. He recurrido también a un dirigente popular y la ha calificado como apasionante y generadora de un ardor siempre excesivo. Todos tienen su razón, y habría otras razones si a otros se consultara. Nunca la política vasca ha respondido a tantos calificativos ajenos a ella, nunca ha provocado tantas incertidumbres ni ha provocado tantas valoraciones negativas.
Los partidos vascos viven sumidos en flagrantes paradojas, todas ellas basadas en contradicciones protagonizadas por ellos mismos. El PNV, enrabietado por haber sido descabalgado del Gobierno tras la llegada del lehendakari López, se ha mostrado como el más generoso colaborador de la estabilidad del Gobierno español de Rodríguez Zapatero, facilitando la aprobación de los Presupuestos Generales y de leyes tan importantes y controvertidas como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Aunque es cierto que PNV y PSE han firmado un acuerdo de Estabilidad Presupuestaria en Euskadi, a nadie se le oculta que se trata de un acuerdo demasiado poco ambicioso, mucho más dirigido a garantizarse mutuamente los presupuestos en las instituciones forales y locales en las que el PP, por su escasa representación, puede ser considerado más un factor desestabilizador que colaborador. El PP, socio preferente del PSE en el Gobierno vasco aunque ausente de él, se muestra como el más fiero opositor al PSOE (al que pertenece el PSE) y al gobierno de Zapatero. La consecuencia de ambos comportamientos es que sólo desde la esquizofrenia se pueden leer los periódicos con normalidad: quienes respetan y apoyan a Zapatero vituperan a Patxi López, a la vez que quienes consideran a Patxi López el artífice de un cambio provechoso para Euskadi consideran a Zapatero el causante de todos los males que aquejan a los españoles. Quienes asisten a estos cruces de acusaciones, que acontecen a diario, tienen que hacer importantes esfuerzos para interpretarlas con algún ápice de lucidez.
Es preciso hacer algún tipo de excepción con el comportamiento de las demás fuerzas del ámbito vasco que, de algún modo, se sienten inmersas en el maremagnum de estas desordenadas reyertas organizadas deliberadamente por las fuerzas mayoritarias y con opciones de gobierno, sea en Euskadi o en España. Ciertamente, los continuos desafíos dialécticos con los que el PP, -o la pulga inquieta UPyD- intentan poner a prueba a PSE y PNV en asuntos que tienen que ver con temas identitarios de los que decían huir cuando apoyaron a Patxi López, han venido enrareciendo lo que debía haber sido un cambio tranquilo. Las mociones relativas a la presencia de la selección española, o al paso de la Vuelta a España por Euskadi, o a la retransmisión de la Cabalgata de los Reyes Magos por ETB, han encontrado su contrapeso en las mociones nacionalistas en contra de la presencia de las autoridades vascas en fiestas españolas, o en la prohibición de entrar en la Casa de Juntas de Gernika a los representantes de las Fuerzas de Seguridad del Estado, o en la prohibición de maniobrar en nuestra tierra a los soldados de nuestro Ejército del mismo modo que en Madrid era reclamado para proteger a nuestros vasquísimos barcos pesqueros. Con estas absurdas propuestas unos y otros han perseguido el mismo objetivo: debilitar a los socialistas. El PNV sabe que sólo va a recuperar el gobierno de Euskadi cuando el PSE se debilite lo suficiente como para que la suma de escaños del PSE y PP no alcance a la mitad más uno del Parlamento Vasco. Y el PP también sabe que para ganar el Gobierno español es preciso debilitar al PSOE, pero también al PSE que constituye actualmente una de las federaciones socialistas más fuertes de España, y cuenta con la representación más copiosa de parlamentarios vascos en Madrid: nueve frente a los seis del PNV y a los tres del PP.
En esta vorágine no estaría de más preguntar a unos y otros qué equilibrios están dispuestos a hacer si las previsiones de futuro, en el marco electoral, terminan siendo las que actualmente dibujan las estadísticas. La escasa ventaja que apuntan a favor del PP sobre el PSOE en el ámbito español obligará al PP a extremar sus esfuerzos para conseguir apoyos de grupos regionalistas o nacionalistas. ¿Será capaz el PP de reclamar los apoyos del PNV si los necesitara? ¿Se mostrará generoso el PNV para cedérselos? ¿A cambio de qué? ¿Incluso de dinamitar el gobierno del cambio de Patxi López? Lo que provoca todas estas incertidumbres y algunas más son precisamente las enrevesadas paradojas que tienen lugar en la Política vasca. De todo ello resulta claramente perjudicada la figura institucional de la lehendakaritza, a la que el PP y el PNV pretenden restar trascendencia e importancia, convirtiéndola en una mera moneda de cambio o un Don Tancredo al que se le empuja en Vitoria para que, al final, termine cayendo el Gobierno de Madrid. Resulta perverso que el PNV se muestre dispuesto a debilitar y convertir en un presidente de segunda al lehendakari, justamente cuando no es nacionalista, después de que en el protocolo vasco fuera tan predominante frente a las autoridades del Estado cuando era de los suyos. Algunos errores habrá cometido el PSE, quizás la toma de decisiones con demasiada prisa en algunos asuntos, o quizás no haber tenido en cuenta esa transversalidad tan cacareada en la formación del Gobierno tras los desmanes de Ibarretxe, pero la figura del actual lehendakari está siendo decisiva a la hora de mitigar el enrabietamiento del PNV y la ansiedad desmedida del PP. Ante los primeros, aguantando las críticas despiadadas y, en gran parte, infundadas. Ante los segundos obviando las reacciones.
En un puesto como el suyo cabe ser (y mostrarse como tal) caudillo, líder o presidente. No se puede ser caudillo durante mucho tiempo porque, aparte de exigir demasiado esfuerzo, provoca antipatías que terminan por expulsarle del cargo. Para ser líder son precisas algunas cualidades que muy pocos tienen y que, además, mal administradas desembocan en convertir al líder en caudillo. Presidir es lo más complicado y, si se hace con comedimiento, lo más valioso, porque exige al presidente poner toda su responsabilidad al servicio de quienes le han puesto en ese lugar, que no son sólo quienes le han votado a él sino todos los que tienen derecho a voto. Por eso, la inquina y falta de compasión con que el PNV arremete contra Patxi López, tan parecida a la que usa el PP con Zapatero, tienen una cualidad común: el oportunismo electoralista, por cierto, nada constructivo. La gran paradoja de la Política vasca la constituye el hecho de que este modo de desarrollar la política a base de estrategias meramente partidistas, sometidas a los intereses (que no ideas) de las formaciones políticas, lleva inexorablemente al descrédito de la política y al deterioro de las instituciones.