no toleraré más fallos de seguridad". Así de contundente se expresó el presidente norteamericano, Barack Obama,tras analizar los motivos por los que sus servicios de inteligencia no lograron detectar y frustrar el intento de atentado contra un avión de pasajeros en Detroit la pasada Navidad. En resumen, el presidente de EE.UU. ha llegado a la conclusión de que la CIA y demás servicios de inteligencia a su servicio recabaron la suficiente información como para detectar que Umar Farouk Abdulmutallab -el joven nigeriano que subió al avión dispuesto a detonar en pleno vuelo la carga explosiva que llevaba- podía ser un fanático terrorista. Sin embargo, esa información no fue convenientemente analizada e interpretada. Es decir -vino a decir Obama-, los espías hicieron su trabajo pero no se calibró suficientemente, circunstancia que considera "un error que podría haber acabado en desastre". Obama y su Administración deben, en efecto, analizar porqué fueron incapaces de evitar que un pasajero al que consideraban peligroso pudo subir a un avión lleno de pasajeros con explosivos, por más que su composición fuera en cierto modo novedosa. Pero el presunto mea culpa del presidente norteamericano esconde una intención clara, además de intentar lavar su imagen, seriamente deteriorada por este asunto, junto al affaire del doble agente que asesinó a siete miembros de la CIA en Afganistán. Y más temprano que tarde nos va a tocar a todos, con el inevitable incremento de las ya asfixiantes medidas de seguridad en los aeropuertos y, de forma más subrepticia, del aumento del control general sobre la ciudadanía bajo el argumento de la búsqueda de células terroristas. Es evidente que el fallido atentado de Detroit ha tenido la virtualidad de devolver al imaginario colectivo -y en especial a la Casa Blanca- a la sensación de inseguridad y al temor del escenario posterior al acontecimiento histórico que marcó la entrada del siglo XXI: los atentados del 11-S. La casualidad ha querido que el final de la primera década del siglo prácticamente calque su inicio, con la reapertura del debate sobre las medidas de seguridad en los aeropuertos, la repetición de los fallos en el tratamiento de la información en manos de los servicios de inteligencia o la identificación de nuevos santuarios del terrorismo yihadista, en este caso en Yemen, y la conclusión -al parecer no demasiado discutida- de que Estados Unidos tome medidas de carácter militar en esos lugares. Ello, unido al aumento de la seguridad con sistemas al menos cuestionables como el escáner corporal, nos devuelven, corregido y aumentado, a la histeria de hace una década. Obama y EE.UU. tienen intereses especiales en que este clima se generalice, pero la UE debe tener también su propio criterio, que no atente contra la libertad y los derechos de la ciudadanía.
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