LOS números cantan, y lo hacen en contra de los intereses del Gobierno vasco. Lo que tras las elecciones del 1 de marzo fue presentado por el frente formado por el PSE y el PP, y por los medios de comunicación que secunda su apuesta, como la apertura de un periodo en el que la acción de gobierno insuflaría nuevos aires a la sociedad vasca, ha desembocado en una situación de distanciamiento cada vez mayor de los ciudadanos con respecto al Ejecutivo de Gasteiz. El Sociómetro vasco, primero, y el Euskobarómetro, después, han puesto de manifiesto el divorcio existente entre la nueva mayoría política en el Parlamento Vasco (obtenida a la sombra de la Ley de Partidos) y la mayoría real de la sociedad vasca. La última muestra de ese divorcio se ha producido con el mensaje de fin de año de Patxi López, que no llegó al 10% de la audiencia en la Comunidad Autónoma Vasca. Si alguien quisiera refugiarse en la explicación de que a los ciudadanos no les interesa oír a un político en Nochevieja, los 120.000 telespectadores que escucharon a Juan José Ibarretxe en 2008 frente a los 46.000 que hicieron lo propio con López, le darán motivos para la reflexión. El tan cacareado cambio ha quedado limitado a un mero relevo institucional. No es que la sociedad haya cambiado el Gobierno, sino que es ese Gobierno el que está intentado cambiar a la sociedad (con muy poco éxito, por cierto, a tenor de los resultados de las encuestas). Los ciudadanos sienten mayor preocupación por los temas que condicionan su vida diaria, como la situación económica, y así lo manifiestan cuando son consultados por los sociólogos. Ante esto, se encuentran con un Ejecutivo que no aporta medidas para paliar los efectos de la crisis y sí, en cambio, se dedica a hacer bandera de la lucha antiterrorista y a poner en el centro del debate una guerra entre la simbología nacionalista vasca y la nacionalista española. El Gobierno de López ha querido explicar el desapego de los ciudadanos hacia su gestión en una supuesta mala venta mediática de la misma. Basta echar un vistazo al quiosco y a los diales de radio y televisión para comprobar que si de algo no carece este Ejecutivo es de apoyo incondicional y entusiasta por parte de los grandes grupos de comunicación. No se trata, pues, de que el Gobierno no sepa comunicar, sino más bien de que no sabe interpretar aque-llo que la sociedad le comunica. El pacto PSE-PP no goza de la simpatía siquiera de muchos de los votantes socialistas, mientras que son los populares los que aparecen como los grandes impulsores y controladores de ese acuerdo. El gran peligro que esta situación puede acarrear a futuro al país es que el distanciamiento entre los ciudadanos y la clase política lleve a una desmovilización que haría muy vulnerable a nuestra sociedad. Y todo ello, por las ansias irresponsables de poder de algunos.