EL primer discurso de fin de año de Patxi López a la sociedad vasca resultó un fiel y al mismo tiempo escandaloso reflejo de sus siete meses de gobierno: ni una idea novedosa, ni una propuesta, ni una respuesta, ni una concreción. Ni una brizna de autocrítica en un discurso más de partido que de gobierno. Y, lo que es peor, con una significativa muestra de desdén hacia el euskera, una de las dos lenguas oficiales de la comunidad que preside, y por tanto hacia los ciudadanos euskaldunes a los que también se debe el autoproclamado "lehendakari de todos". De hecho, y sin entrar a valorar ni la calidad ni el contenido, López invirtió en la lectura de su discurso en castellano un tiempo de siete minutos y dos segundos, mientras que su mensaje en euskera se redujo a 3,49 minutos, es decir, poco más de la mitad. Con respecto al contenido de su mensaje, López no hizo una sola concesión al más mínimo desvío respecto a los ejes sobre los que ha pivotado su gestión al frente del Ejecutivo vasco. Entre palabras aparentemente grandilocuentes referidas al tan traído y llevado "cambio", a la unidad de la sociedad vasca para salir de las dificultades que nos acucian -"superar juntos los problemas", llegó a decir-, a la "libertad" y a no hacer "política contra nadie", López no ofreció a los vascos ninguna propuesta esperanzadora para afrontar un año 2010 que reconoció que va a ser "también difícil". Tan vacío fue su mensaje en relación a cómo afrontar la crisis económica que se limitó a enumerar las medidas ya adoptadas -y de muy limitada eficacia, por cierto- y a lanzar un nuevo desiderátum de cara al futuro: "Tengo una gran confianza en la fortaleza de la economía vasca. Confío en los trabajadores y en los empresarios vascos", afirmó textualmente. Todos tenemos esperanza y confiamos en nuestro tejido económico, pero con eso no es suficiente. Se echan mucho de menos iniciativas reales por parte del Gobierno y de su lehendakari que fortalezcan nuestra economía y fomenten el empleo. Lo que no sirve es justo lo contrario, es decir, sembrar dudas e interrogantes. López lo hizo en la última noche de 2009 con inusitada naturalidad al preguntar directamente a los vascos sobre las líneas básicas y los grandes modelos de crecimiento económico, fiscal, energético, educativo, sanitario o de política social. La ciudadanía quiere certidumbres, propuestas y liderazgo, algo que López no ha transmitido durante estos meses, tal y como se refleja en el Euskobarómetro, que evidencia que más del 70% de la población no tiene confianza en el actual Gobierno vasco. Y después del discurso de López, probablemente sean aún más. Pero si en materia propositiva su mensaje fue vacuo, en política general resultó hiriente al abundar, en un discurso institucional, en los aspectos identitarios habituales de su gabinete para reforzar sus propias posiciones.