Algunos creadores tienen la bendita costumbre de no repetir sus hallazgos y exploran nuevos cauces expresivos con cada proyecto que emprenden. Les confieso que soy de las que cree que Tarantino está entre ese grupo de cineastas en activo, junto con Haneke, Eastwood, Soderbergh, Audiard y muchos otros, cuyas nuevas películas son siempre una aventura. Y Tarantino es sin duda el más divertido, lo que no es cosa menor. Cuando el de Tennessee se aburrió de reinventar el cine de gánsters con Reservoir Dogs y Pulp Fiction, posó sus ojos en el cine oriental más pedestre para regalarnos el díptico maestro de Kill Bill. Tras su revisitación del cine de persecuciones de coches en la descacharrante Death Proof, abordó Malditos bastardos, su chocante visión de la Segunda Guerra Mundial, cruce de fantasía y realidad que procura algunos de los mejores momentos del cine reciente. Lo curioso del tema es que pese a que se suele descalificar al norteamericano por su utilización gratuita de la violencia, cosa que es cierta, Tarantino ha realizado en esta ocasión una de las películas más moralistas de la actual pantalla: en Malditos Bastardos hay muchas muertes, y buenos y malos; los primeros se sacrifican por el bien común y los segundos son castigados sin misericordia para purgar sus crímenes, incluso si con ello se trastoca la Historia con mayúsculas. Tarantino y sus bastardos, para quienes todo es blanco o negro hacen justicia, también con mayúsculas. ¡Qué diferente de la vida real, plagada de zonas grises!
- Multimedia
- Servicios
- Participación
