La encarcelada activista iraní Narges Mohammadi reclamó este domingo, por medio de sus hijos, al recibir el Nobel de la Paz en el ayuntamiento de Oslo, apoyo internacional para acabar con un régimen iraní "en su nivel más bajo de legitimidad y respaldo popular".

"La juventud de Irán ha transformado hoy las calles y los espacios públicos en un escenario de resistencia civil generalizada. La resistencia está viva y la lucha perdura", señaló Mohammadi en un discurso escrito desde la cárcel de Evin (Teherán) y leído, por deseo de la premiada, por Kiana y Ali Rahmani, sus dos hijos gemelos de 17 años.

Mohammadi, de 51 años y que este domingo comenzará una nueva huelga de hambre para solidarizarse con la persecución a la minoría religiosa bahaí en su país, se mostró "confiada" en que "la luz de la libertad y la justicia brillarán intensamente en la tierra de Irán".

La galardonada, "una de las millones de orgullosas y resistentes iraníes alzadas contra la opresión, discriminación y tiranía", resaltó que el movimiento "Mujer, Vida, Libertad", nacido el año pasado tras la muerte de Mahsa Amini, arrestada supuestamente por violar el código de vestimenta, es una continuación de luchas históricas.

"Este movimiento ha contribuido significativamente a expandir la resistencia civil en Irán, abarcando movimientos de mujeres, jóvenes, estudiantes, profesores, activistas y otros. En esencia es un movimiento por el cambio fundamental", dijo en un discurso leído en francés, ya que sus hijos residen desde hace años con su padre en el exilio en París.

El movimiento contra el régimen sigue vivo

El régimen iraní ha bloqueado sin embargo cualquier cambio, reduciendo la participación política a "cero", respondiendo con "arrestos, encarcelamientos y balas" a las demandas de democracia, sostuvo Mohammadi, quien acusó a Teherán de discriminación religiosa, de género y étnica, así como de promover la injusticia y la corrupción.

La activista aseguró que el movimiento sigue "vivo y dinámico" pese a todo y, aunque agradeció el apoyo de organizaciones y medios globales, criticó a Occidente por falta de "atención seria, coherencia práctica y enfoque proactivo".

"Las políticas y estrategias de los gobiernos occidentales han sido inefectivas para empoderar al pueblo iraní para lograr sus objetivos", lamentó Mohammadi, quien sucede en el palmarés del Nobel de la Paz al bielorruso Ales Bialiatski, el ucraniano Centro para las Libertades Civiles y la organización rusa Memorial.

Mohammadi, quien recordó a su compatriota Shirin Ebadi (Nobel de la Paz en 2003 y presente este domingo en la ceremonia), defendió que el uso del hiyab no es una obligación religiosa ni una tradición cultural, sino un medio para mantener la autoridad y la sumisión.

Una silla vacía

Defensora de la resistencia y la no violencia, Mohammadi -representada por un retrato suyo colocado tras la silla que debía ocupar- se mostró confiada en el impacto "innegable" del Nobel para el movimiento opositor en Irán, lo que le da "esperanza" e "inspiración".

"El Nobel de la Paz de este año reconoce a todas las mujeres valientes de Irán, y de todo el mundo, que luchan por derechos humanos básicos y por poner fin a la discriminación y segregación de las mujeres", dijo en su discurso previo la presidenta del Comité Nobel noruego, Berit Reiss-Andersen, en una ceremonia presidida por los reyes Harald V y Sonia.

Reiss-Andersen comparó la lucha de Mohammadi con la de previos ganadores del Nobel de la Paz como Martin Luther King, Desmond Tutu o Nelson Mandela.

Una vida de activismo

Mohamadi, de 51 años, se ha pasado la mayor parte de los últimos 20 años de su vida en prisión y ha sido condenada hasta en cinco ocasiones hasta acumular una pena total de 31 años de cárcel.

A lo largo de toda su vida de activismo, Mohamadi ha fundado asociaciones por los derechos de las mujeres y escrito libros y artículos para denunciar especialmente los abusos de los que son objeto, en particular en las cárceles del país.

Por su labor periodística, Mohamadi fue galardonada en mayo de este año con el Premio Mundial a la Libertad de Prensa de Naciones Unidas, junto a sus colegas iraníes Niloofar Hamedi y Elaheh Mohamadi.

Su última sentencia en contra le añadió diez años y ocho meses de prisión, así como 154 latigazos, por la comisión de "delitos relacionados con la seguridad nacional y propaganda contra el Estado" en lo que organismos humanitarios internacionales denuncian como una condena relacionada por su activismo.

Familiares y allegados de la activista han pedido en innumerables ocasiones la excarcelación de Mohamadi por motivos humanitarios tras el ataque cardíaco que padeció el año pasado y por el que acabó sometida a una operación de urgencia.