MARTIN Luther King tenía muchas cosas en la cabeza la mañana del martes 27 de agosto de 1963. Un día antes de su intervención en las escaleras del Lincoln Memorial, apenas había esbozado un discurso de no más de cinco minutos. A King no le convencía la metáfora del “cheque sin fondos” de sus asesores, que representaba la incapacidad de la república de garantizar los derechos fundamentales a todos los ciudadanos por igual. Pero, sin darle más vueltas, llegó al podio y leyó: “Hace un siglo, un gran estadounidense, bajo cuya sombra simbólica nos encontramos hoy, firmó la Proclamación de emancipación…

Pero cien años después, el negro aún no es libre. Cien años después, la vida del negro sigue lamentablemente impedida por los grilletes de la segregación y las cadenas de la discriminación… Y así llegamos aquí hoy para exponer esta vergonzosa condición. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque”. Y continuó diciendo, “cuando los arquitectos de nuestra república redactaron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de independencia, estaban firmando un pagaré del que cada estadounidense iba a ser heredero.

Este pagaré era una promesa de que todos los hombres, sí, tanto los negros como los blancos, tendrían garantizados los derechos inalienables de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Es evidente hoy en día que Estados Unidos ha incumplido este pagaré en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, América ha entregado al pueblo negro un cheque sin fondos”.

Era muy tarde para cambiar el ritmo del discurso, y decidió continuar, pero se fue alejando del texto escrito. “Hay quienes preguntan a los defensores de los derechos civiles, ¿cuándo estarán satisfechos? Nunca podremos estar satisfechos mientras los negros sean víctimas de los horrores inenarrables de la brutalidad policial… No podemos estar satisfechos mientras la movilidad básica del negro sea de un gueto más pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos mientras nuestros niños sean despojados de su identidad y robados de su dignidad por letreros que dicen: solo para blancos.

No podemos estar satisfechos mientras un negro en Mississippi no pueda votar y un negro en New York crea que no tiene nada por lo que votar. No, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que la justicia fluya como el agua”.

Había hablado por doce minutos, y tenía que terminar, pero no estaba satisfecho; no había llegado al corazón del público. En ese instante, Mahalia Jackson, “la gran estrella del gospel”, que se hallaba a pocos metros a su izquierda, exclamó: “¡Háblales de tu sueño, Martin! ¡Háblales de tu sueño!”.

Ante más de 250.000 personas

King se giró hacia ella, deslizó el texto del discurso y, agarrándose al atril, miró de frente a las más de 250.000 personas allí reunidas e improvisó: “A pesar de enfrentar las dificultades de hoy y de mañana, aún tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres han sido creados iguales. Sueño que un día en las rojas colinas de Georgia, los hijos de antiguos esclavos y los hijos de antiguos dueños de esclavos podrán sentarse juntos en la mesa de la hermandad. Sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocado por el calor de la injusticia, sofocado por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y de justicia. Sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por su carácter. Tengo un sueño hoy. Sueño que un día en Alabama, con sus viciosos racistas, con su gobernador de cuyos labios rezuman palabras de interposición y nulificación…, un día en Alabama, los pequeños niños negros y las niñas negras podrán entrelazar sus manos con los pequeños niños blancos y las niñas blancas como hermanas y hermanos. Tengo un sueño hoy. Sueño que un día cada valle será elevado y cada colina y cada montaña será rebajada, los lugares abruptos serán nivelados y los lugares tortuosos serán enderezados, y la gloria del Señor será revelada, y toda la humanidad lo verá. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regreso al Sur”.

17 minutos de una joya política

Estas palabras improvisadas, que dilataron el discurso hasta los 17 minutos, se convirtieron en un icono de la lucha por los derechos civiles y se consideran una de las joyas de la literatura política estadounidense.

En 1963 había aún mucho por hacer, pero en cinco años se logró lo que no se había obtenido desde 1866. El 23 de enero de 1964, el Congreso ratificó la enmienda 24 a la Constitución por la que se prohibió la imposición de impuestos electorales en elecciones federales, asegurando que el voto fuera gratuito. El 2 de julio de 1964, el presidente Lyndon B. Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohibió la discriminación laboral por motivos de raza, color, sexo, religión u origen y creó la Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo.

El 6 de agosto de 1965 Johnson firmó la Ley de Derecho al Voto de 1965 prohibiendo las pruebas de alfabetización para votar e introdujo observadores federales para asegurar el libre ejercicio de este derecho. El 24 de septiembre de 1965, Johnson emitió la Orden Ejecutiva 11.246, que requería que todas las entidades del gobierno tomaran medidas afirmativas para garantizar las oportunidades laborales de las minorías, y se estableció la Oficina de Cumplimiento de Contratos Federales.

El 12 de junio de 1967, en el caso Loving vs. Virginia, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que era inconstitucional prohibir los matrimonios interraciales. Y los dieciséis estados que los prohibían se vieron obligados a revisar sus leyes. El 11 de abril de 1968, una semana después del asesinato de Martin Luther King, Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles de 1968.

Pero, a pesar de los considerables avances en la búsqueda de la igualdad y la integración, existen aún graves disparidades sistémicas.

La lucha por los derechos civiles exige implementar programas integrales de capacitación laboral y asegurar el acceso equitativo a una educación de calidad. La lucha por la igualdad se extiende a la universalización de la atención médica y el acceso a la riqueza y a la vivienda, enmendando cuestiones de discriminación y gentrificación. Desmantelar el racismo sistémico fomentando una mayor representación afroamericana en el liderazgo político, áreas de toma de decisión y procesos cívicos para generar una sociedad más inclusiva es urgente.

Recuperar la memoria histórica

Es también relevante recuperar la memoria histórica, y reconocer el sufrimiento y también el gran aporte cultural de las minorías, abogando por incluir estos aspectos en el currículum escolar y otros medios sociales. Pero aún queda mucho por hacer. El mismo día de la conmemoración del discurso de King, un joven de 21 años tomó un rifle semiautomático AR-15 y salió a descargar su odio racial en Jacksonville, Florida. Disparó 11 balas a Angela M. Carr, de 52 años, y posteriormente mató a tiros a Jarrald Gallion, de 29 y, Anolt J. Laguerre, de 19. Luego se suicidó. Hoy su pesadilla ha podido más que el sueño de King. ¿Cuánto más nos costará despertar?