EL uso de los tuits y de las informaciones que surgen como setas en Internet y los teléfonos móviles son algo así como la marca de fábrica de las nuevas generaciones, que aprenden a teclear antes que a escribir en la escuela. Tanto es así, que varios distritos escolares norteamericanos han decidido eliminar las clases de caligrafía porque los niños ya no escriben sobre papel, sino que utilizan pantallas y teclados. El acceso a tanta información a una edad tan temprana es vista por muchos como una ventaja para estos jóvenes, que gracias al estímulo cerebral precoz que reciben están destinados a ser casi una nueva especie de superdotados que saben más y mucho antes.

Está por ver si la Humanidad realmente disfrutará de tales seres superiores, pero de momento lo que han surgido son muchos problemas. Por una parte, están los millones de niños y jóvenes incapaces de concentrarse y de someterse a una disciplina intelectual -y mucho menos disciplina a secas -y, en mucho mayor medida, están las informaciones que proliferan en Internet y se meten en los móviles, transmiten todo tipo de datos erróneos, noticias falsas e incluso inventadas y análisis de los hechos desligados de la realidad.

La imagen del consumidor de tales informaciones es de un niño o un adolescente, o incluso un adulto joven sin gran preparación, fácilmente impresionable y manipulable. Pero la realidad es que las vías de acceso a Internet, que son los móviles y ordenadores, llevan ya mucho tiempo y sus usuarios no son ya todos tan jóvenes? aunque la edad no parece haberles hecho madurar mucho.

Un problema reciente son los médicos jóvenes que ya se han licenciado, han hecho sus prácticas y empiezan a trabajar en salas de emergencia y medicina crítica: muchos de ellos parecen tener demasiada fe en lo que para esta nueva generación pasa como letra impresa, es decir, los comentarios electrónicos que muchas veces contradicen lo que han aprendido en sus universidades.

Un ejemplo preocupante y de graves consecuencias es la difusión de opiniones acerca de los nuevos tratamientos para tratar los ictus, considerados por los principales centros médicos como una auténtica revolución capaz, no solo de salvar vidas, sino que evitar los frecuentes destrozos de áreas del cerebro provocados por estos derrames.

Médicos en EE.UU., a golpe de tuit Es porque, hace ya 22 años, un grupo de investigadores pudo comprobar que el uso del TPA (Activador de Plasminógeno) permitía a los pacientes recuperarse totalmente del ictus, pues disolvía los trombos y así se evitaba la necrosis del tejido cerebral, a condición de que el fármaco se administre en una ‘“ventana” de tres horas. Después de los ensayos, tanto la Asociación Nacional de Cardiología como la Asociación norteamericana contra los Derrames recomiendan administrar el TPA a la gran mayoría de los afectados por un ictus. A la hora de la verdad, no todos los enfermos aprovechan esta oportunidad, en muchos casos, porque los médicos jóvenes en las salas de emergencia no “creen” en el tratamiento y se han dejado seducir por artículos y tuits de autores espontáneos en Internet, advirtiendo de todo tipo de males derivados del tratamiento. La incredulidad de estos médicos no es simplemente cuestión de opiniones, sino que la aplican a la hora de decidir y se han dado casos en que se han negado a administrar el TPA, a pesar de las peticiones de la familia y de las recomendaciones de la medicina tradicional.

Es precisamente lo que le ocurrió al promotor de los ensayos, el Dr Lewandowski, cuyo padre ingresó en urgencias con un ictus y, a pesar de las súplicas de su mujer, el médico de guardia se negó a administrarle el TPA porque “no creía” en el tratamiento ni le importaba quien lo recomendase. El propio Lewandowski acudió al hospital, pero después de recorrer 700 kilómetros, era ya demasiado tarde. Su padre sobrevivió varios años con la cara deformada, incapaz de hablar ni de mover un brazo y una pierna.

Anualmente, hay 700.000 personas que sufren un ictus en EE.UU. y el 30% de ellas no reciben tratamiento con TPA. En algunos casos se debe a que el enfermo no llega a tiempo al hospital antes de que se cierre la “ventana”, pero en muchos otros es porque el médico se ha dejado “seducir” por artículos con opiniones personales contrarias a ciertos tratamientos.

A un nivel más general, están los artículos estremecedores dirigidos al gran público, en que advierten del peligro de las vacunas infantiles a las que atribuyen el autismo, con la triste consecuencia de que hay niños sin protección contra las paperas, la viruela, la varicela o el sarampión.