bilbao. Hace un año, Marruecos arrasaba el campamento de protesta saharaui de Gdeim Izik, en el que 20.000 personas reivindicaban desde hacía semanas una mejora de sus condiciones sociales y económicas. Según los saharauis, aquella protesta, la mayor desde que el Estado español abandonó su colonia en 1975, fue la primera revuelta de la Primavera Árabe, a la que después se sumarían los tunecinos, egipcios, libios, sirios, yemeníes y bahreiníes.

Todo comenzó un 8 de noviembre a las 07.00 horas, cuando el Ejército marroquí comenzó a desmantelar el campamento de protesta por la fuerza. Desde un helicóptero, las fuerzas de seguridad alertaron a la población por megafonía para que desalojase el lugar. Posteriormente, utilizaron cañones cisterna para rociar las 6.500 jaimas con agua caliente, lanzaron gases lacrimógenos y quemaron algunas tiendas. Tras la irrupción marroquí, no quedó ni una sola jaima en pie.

Pero, además, aquella acción dio paso a uno de los peores enfrentamientos en los territorios ocupados saharauis y a una campaña brutal de represión por parte de las fuerzas marroquíes, apoyadas por los colonos. Durante aquellos días, la policía marroquí registraba las casas saharauis de El Aaiun una por una, decenas de activistas desaparecieron, otros fueron encarcelados y la mayoría fue víctima de torturas. Debido al bloqueo informativo, aún hoy en día es difícil conocer la cifra de víctimas en la parte saharaui, aunque sí consta que entre los fallecidos había un niño, Nayem Elgarhi, muerto cuando el vehículo en que viajaba fue ametrallado por el ejército marroquí, y el ciudadano español Babi Hamday Buyema, obligado a bajarse del autobús en el que viajaba y atropellado en repetidas ocasiones por la policía.

huelga de hambre El primer aniversario de aquella brutal intervención marroquí coincide con la huelga de hambre que han iniciado 24 activistas presos durante aquellos días. Todos ellos llevan un año en prisión preventiva, a la espera de ser juzgados por tribunales militares, a pesar de que todos ellos son civiles. Los activistas están encarcelados en la prisión marroquí de Salé, cercana a Rabat, a 1.500 km del Sahara Occidental.

Un año después, las cosas no han cambiado mucho en el territorio ocupado. La desaparición forzosa, los asesinatos extrajudiciales, la persecución, la represión, el acoso, las agresiones sexuales siguen siendo prácticas de Marruecos frente a los activistas que defienden la autodeterminación y la independencia del Sahara Occidental. Así lo certificaron el pasado fin de semana varios defensores de derechos humanos en el Foro Derechos Humanos en el Sahara Occidental celebrado en Santander, organizado por Cantabria por el Sahara y la ONG vasca Mundubat. "En las calles hay blindados, en cada escuela hay coches de policía, Marruecos está movilizando a los colonos para atacar a los saharauis en Dajla, en El Aaiún en los últimos meses, hay agresiones por las noches", explica Brahim Dahan, defensor de los derechos humanos e integrante del conocido como grupo de los siete -detenidos en octubre de 2009 en el aeropuerto Mohamed V cuando regresaban de los campamentos de refugiados de Tinduf-. Las prácticas de las autoridades marroquíes en el Sahara Occidental las conoce también muy bien Sukeina el Idrissi, presidenta del Fórum Mujeres Saharauis para el futuro. Esta mujer fue secuestrada con 24 años por la policía secreta y encarcelada durante diez años en diferentes cárceles marroquíes por su defensa de la independencia de su pueblo. "En la cárcel sufrí todo tipo de violación, de vejación, de violencia", relata. Su sobrecogedora historia habla de torturas físicas y psicológicas, de una familia rota por la tragedia, de la insistencia de las autoridades marroquíes por minar su lucha por la libertad de su tierra, de la brutalidad de las desapariciones forzosas, pero también de una mujer fuerte y luchadora.

"Cuando salí, todo el mundo había cambiado, hasta su carácter había cambiado, todos tenían miedo. Mi hija había muerto y no se atrevían a decírmelo. Yo tenía un proyecto para mi familia y me encontré una familia rota". Pero el coraje de esta mujer y su determinación hicieron que continuara su lucha y que, a consecuencia de ella, volviera a ser detenida, esta vez junto a su hijo adolescente. "Le torturaron y a mí me pusieron una cinta en los ojos. Le echaban agua fría encima y, después de torturarlo, me hacían pasar por encima de su cuerpo y me decían que era una mala madre. La tortura psicológica era muy fuerte", recuerda. Sukeina cuenta que cuando ella era joven, la gente desaparecía por las noches, como ella, "pero ahora se hace a plena luz del día".