121 días después de las elecciones legislativas del pasado 13 de junio, los 150 diputados y 71 senadores del parlamento belga retomaron ayer su actividad -el segundo martes de octubre según la Constitución- de una forma totalmente atípica. Por segunda vez desde 1830 -la última fue en 2007- lo hicieron sin los ministros en sus asientos, sin la tradicional declaración de política general del primer ministro y en medio de una profunda crisis política por la incapacidad de flamencos y francófonos de llegar a un acuerdo para formar el nuevo ejecutivo federal.
Mientras tanto, el líder nacionalista de Flandes, Bart De Wever (N-VA), continúa con su misión de "clarificación". La que le encomendó el rey Alberto II el pasado viernes y que es para muchos la última oportunidad de lograr un consenso. El próximo lunes, 18 de octubre, deberá presentar su informe ante el monarca y concretar si ve definitivamente posibilidades de acuerdo entre norte y sur. A seis días de la fecha límite la situación parece complicada. El propio De Wever, gran vencedor en los últimos comicios, advertía el pasado sábado en las páginas de la Gazet de Antwerpen que "están a años luz de un acuerdo" y que es quien aspira al cargo de primer ministro quien debe hacer el mayor esfuerzo.
Aún así, el líder de los nacionalistas aceptó la petición del rey y desde ayer y hasta mañana jueves se entrevistará con los jefes de filas de los siete partidos que negocian desde hace cuatro meses las líneas maestras de la futura reforma del Estado, que debe desembocar en una mayor autonomía para Flandes. Precisamente, el último con quien hablará será con el líder socialista francófono, Elio Di Rupo, ganador en Valonia. De Wever no descarta, sin embargo, hablar también con los liberales a quienes ansía incluir en las negociaciones y que servirían para inclinar la balanza hacia la derecha y no tanto a la izquierda como está ahora.
Frente al pesimismo de las últimas semanas y los ataques verbales protagonizados por las distintas formaciones políticas, el presidente de la cámara, el socialista André Flahaut, pidió ayer a sus colegas en la apertura del curso parlamentario que trabajen "para encontrar el equilibrio" y que lo hagan "de forma respetuosa". Y es que los mensajes lanzados a uno y otro lado de la frontera lingüística, tras el abandono por parte de la Nueva Alianza Flamenca de las negociaciones, demuestran que la tensión es máxima. Para el presidente del CD&V, Wouter Beke, las declaraciones de hace unos días de Di Rupo a favor de una Bélgica compuesta por Valonia, Bruselas y la seis comunas de facilidad y reivindicando una revisión de los límites territoriales fue "particularmente indigno" de parte de un candidato a primer ministro. En la misma línea, el presidente de los liberales flamencos, Alexander de Croo, cree que "con los insultos de uno y otro lado" no se avanza y que "hablar de planes B no lleva a ninguna parte", advirtió ayer en un receso de la cámara.
La posibilidad de la escisión En todo caso, esas ideas están en el sentimiento de una buena parte de la población belga como lo demuestra un sondeo efectuado por la cadena RTL. Apenas un 16% de los encuestados son partidarios de mantener Bélgica en su forma actual, frente a un 20% que abogan por una Bélgica federal con más autonomía para las regiones, un 24% a favor de una confederación belga al estilo de Suiza e incluso un 36% partidario del fin de la Bélgica actual. Aunque sin rigor científico, la encuesta revela que la mayor parte de los que respondieron creen que el bloqueo se debe a las exigencias desmesuradas de la N-VA, al tiempo que estiman que Bélgica debería inspirarse en la escisión de checos y eslovacos. No son los únicos signos de que el país no marcha. Otro sondeo realizado entre el 4 y 6 de octubre, esta vez por el diario francófono Le Soir, apuntaba a que el 72% de los encuestados creen que no habrá gobierno antes de Navidades, mientras que el 60% de la población opina que "el país va a morir" y que la comunidad francófona debe preparar un plan B a partir de una federación entre Valonia y Bruselas.
Y es que pese a los cuatro meses que han transcurrido desde que la N-VA se convirtiera en la primera fuerza política de Flandes y el Partido Socialista hiciera lo propio en Valonia, flamencos y francófonos siguen sin acuerdo sobre cuestiones que les dividen desde hace años y que han situado al país en crisis permanente desde hace tres años como la escisión del distrito electoral de Bruselas-Hal Vilvoorde, la regionalización del impuesto sobre la renta, la ley de financiación y la financiación de la región Bruselas-Capital. Ayer nadie quiso torpedear el trabajo de Bart De Wever y se mantuvo la calma dialéctica. "Hay que dejar trabajar a Bart (De Wever) para encontrar una solución. Es nuestro objetivo desde hace 120 días", aseguraba ayer el jefe de filas de la N-VA en la cámara, Jan Jambon. Pese al intento de demonizar al líder nacionalista flamenco por parte de las formaciones francófonas, De Wever sigue siendo la figura política a batir. Según otra encuesta publicada el sábado por la prensa flamenca, no sólo es el político más popular en su región sino que seduce a uno de cada tres flamencos y su formación aumentaría un 4,8% el número de votos de celebrarse elecciones anticipadas.