Moscú. La madre de Serguei Dudko, uno de los 118 marineros rusos muertos el 12 de agosto de 2000 en el submarino nuclear Kursk, acude a menudo al monumento en memoria de las víctimas en el cementerio de Serafimovskoye, en San Petersburgo. Pero tampoco ahí Sofia consigue mitigar el dolor por la muerte de su hijo. El nombre de Dudko también está grabado en el bloque de granito sobre el cual una gaviota de piedra estira sus alas. Sólo los de los responsables del hundimiento del Kursk en el mar de Barents, la peor catástrofe de la historia de la Marina rusa, siguen sin conocerse.

"La pérdida del Kursk fue el resultado directo de la negligencia del comando de la flota", sostiene el abogado Boris Kuznezov, que representó a varios de los familiares de las víctimas del hundimiento del submarino. "Pero cuando surgió la pregunta sobre la culpa jurídica se tomó la decisión política de no llamar la atención", agrega. La Justicia, en efecto, suspendió el proceso contra la cúpula de la Marina antes de que se cumpliera, incluso, el primer aniversario.

Las familias de las víctimas recibieron 720.000 rublos de indemnización, actualmente equivalentes a unos 24.000 dólares. El diario Novaya Gazeta destaca que se trató de la primera vez en la que el Gobierno ruso compró el silencio de los parientes de las víctimas. Algunos de ellos, sin embargo, siguieron realizando pesquisas. Roman Koleznikov, que perdió a su hijo Dimitri, presentó, por ejemplo, una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo para que se retomaran las investigaciones.

Por lo menos parecer estar claro cuál fue la causa directa de la tragedia. Un torpedo defectuoso ocasionó la explosión, según el informe final de la comisión gubernamental. Gran parte del documento sigue estando, sin embargo, clasificado como secreto. Hasta ahora no se sabe, por ejemplo, cómo llegó a bordo del Kursk un explosivo averiado. Vladimir Putin, entonces presidente ruso, contestó en septiembre de 2000 de forma lacónica a la pregunta sobre las causas del accidente: "Se hundió", dijo el mandatario a secas.

Sábado trágico La tragedia tomó su curso un sábado por la mañana, cuando los sismólogos registraron dos explosiones bajo el agua. Sólo 12 horas después empezó la búsqueda del submarino K-141, uno de los más modernos de la flota rusa. Pero los trabajos de rescate fracasaron por las malas condiciones técnicas. Debido a que se trataba de "secretos de Estado", Moscú informó sólo dos días más tarde sobre el hundimiento, sin dar informaciones claras a los familiares, después de haber señalado, incluso, que la tripulación se encontraba bien. Por miedo al presunto espionaje, Rusia rechazó luego ofertas de ayuda de Noruega y el Reino Unido.

Los responsables dejaron pasar varios días hasta que permitieron finalmente el trabajo de expertos extranjeros. Los restos del fuselaje y los cadáveres fueron hallados a 110 metros de profundidad. "No hay que perder las esperanzas", reza una frase sobre el granito en el cementerio de Serafimovskoye.

La consigna proviene de una carta del lugarteniente Dimitri Koleznikov, escrita cuando ya estaba atrapado en el submarino nuclear Kursk. Su padre, sin embargo, ya se ha rendido. Roman Koleznikov ha retirado su demanda en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por motivos económicos. "La verdad no se conocerá nunca", sentencia al respecto el periódico Novaya Gazeta.