La hibridación sin enchufe conquista adhesiones de manera paulatina. Sus ventas progresan en detrimento de las que alcanzan motorizaciones convencionales que recurren solo a la combustión. La electromovilidad recargable mediante cable también experimenta un fuerte ascenso, propiciado por los incentivos económicos para la renovación del parque. Este crecimiento, probablemente puntual, no saca a los eléctricos puros y a los PHEV de su papel secundario en el mercado. El público asume la electrificación, pero en dosis moderadas. No quiere complicaciones ni dispendios de dinero, por lo que apuesta decididamente por la hibridación ligera (MHEV) y la autorrecargable (HEV), soluciones asequibles y fáciles de usar.
Una y otra modalidad de impulsión han persuadido a 122.000 clientes en los tres primeros meses de este año, muchos más que en el mismo periodo del ejercicio pasado, cuando los convencidos no llegaron a 90.000. Las personas y empresas que han apostado por estas declinaciones gradualmente electrificadas representan el 37% del público comprador. La popularidad de los eléctricos puros y los híbridos enchufables no llega tan lejos, puesto que juntos solamente concitan por ahora 43.134 operaciones y son el 13% del mercado.
La tendencia ascendente, constante en las motorizaciones parcialmente electrificadas y a tirones en las enchufables, contrasta con el declive que experimentan tanto la oferta como la demanda de las alternativas de combustión. Los propulsores clásicos únicamente a gasolina van perdiendo fuelle. Aportaban el 54% de las matriculaciones en enero de 2020 y hoy apenas generan el 31.4%. Los modelos alimentados solo por gasóleo lo llevan aún peor y se encuentran en trance de extinción. Cinco años atrás, iniciada ya la cuesta abajo, suponían el 27,7% de las ventas, y ahora solamente suscitan el 5,8% de los pedidos; los superan ya los modelos a batería (6,9%).
No sorprende que descienda el número de interesados en algo que cada vez ofrecen menos fabricantes. Es una deriva bastante lógica a la vista de la política medioambiental de la Unión Europea, que ha impuesto la electrificación del sector del automóvil en aras de la reducción de emisiones y la descarbonización. Así que, desde hace un tiempo, comprar coche se ha complicado y encarecido.
Las versiones a gasolina y los diésel tradicionales, borrados de los catálogos por muchas marcas, solamente atraen a los más fieles. Esa clientela devota mantiene aún su condición de exigua mayoría -90.061 compradores de gasolina y 61.159 de gasóleo en el primer trimestre -, aunque más pronto que tarde se verá superada por la que prefiere las nuevas tecnologías. Y entre estas triunfan las más sencillas y accesibles, tanto por precio como por comodidad de utilización: las híbridas que no dependen de un cable.
De no tener una convicción absoluta de las ventajas que reportan los modelos enchufables, parcial o plenamente eléctricos, la gente opta antes por esas otras soluciones que no le complican la vida. Más aún cuando no dispone de la infraestructura necesaria que garantice la posibilidad de recargar la batería siempre que sea preciso. Y si es en el garaje de casa, en horario nocturno y tarifa reducida, mejor. De otro modo, la perspectiva de salir obligatoriamente cada poco en busca de una toma pública, libre y en funcionamiento, disuade a cualquiera que no sienta un auténtico fervor por la electromovilidad y goce de mucho tiempo libre.
Es una incomodidad que los híbridos convencionales evitan. Eso sí, no tienen etiqueta medioambiental ‘0’, sino ‘Eco’, con similares ventajas a la hora de circular sin restricciones por cualquier escenario urbano. La única diferencia es que los enchufables quedan absueltos del impuesto de matriculación, mientras el resto de híbridos paga el tipo reducido del 4,7 del precio de fábrica. En algunos municipios, ninguno de la CAV, uno y otro distintivo disfrutan de ventajas como la exención del pago de tasas de aparcamiento en la vía pública.
Entre los argumentos económicos en favor de los híbridos sin cable está el precio de adquisición, inferior al de los PHEV enchufables y, sobre todo, al de los eléctricos de emisiones ‘0’. Ese factor diferencial es más acusado en los mild hybrid o microhíbridos, bastante más asequibles incluso que los considerados autorrecargables. En honor a la verdad, su grado de sostenibilidad también es algo inferior al de estos y, sobre todo, al de los PHEV.