EL del automóvil es un sector convulso sometido a múltiples factores, muchos de los cuales escapan a su control. Los fabricantes que lo integran no crean y producen lo que desean, sino aquello que las autoridades europeas y las circunstancias del momento determinan. Y ahora, en Europa, toca hacer coches eléctricos, un poco por contribuir a la descarbonización del planeta y otro poco por evitar las cuantiosas multas a quien supere los límites de emisiones medias. Legisladores y constructores han excluido de la ecuación al público al que imponen esas creaciones a pilas; siguen haciéndolo pese al nulo entusiasmo que despierta el drástico cambio de movilidad, que muchos consumidores no consideran prioritario o no se pueden permitir.

Con todo, el dogma eléctrico impera en el escaparate de modelos que la industria pondrá en el mercado este año. El número de candidatos 100% a batería aumenta mucho más que el de sus partidarios. Esa pobre acogida induce a algunas marcas a modificar su estrategia, para conceder mayor protagonismo a soluciones de compromiso con motorizaciones parcialmente electrificadas, que sí gozan de buena aceptación. Especialmente las que no dependen de un cable, principal factor de rechazo por detrás del precio de adquisición.

Cada vez son menos las firmas que plantean versiones puramente térmicas de sus productos, suplidas a menudo por interpretaciones microhibridadas, casi siempre a gasolina. La oferta de bloques a gasóleo apunta a la extinción. Curiosamente, varias firmas que hasta hace nada eran grandes productoras y abanderadas del diésel son hoy las primeras en renegar de él alegando sus efectos contaminantes; la paradoja es que buena parte de su clientela reciente continúa empleando ese denostado combustible.

La temporada recién comenzada presenta un panorama atípico, repleto de novedades de dudosa trascendencia comercial. La lista contiene superdeportivos fuera de órbita, mucho SUV de talla media, berlinas despistadas en busca del comprador perdido y alguna que otra propuesta estrafalaria. Vamos, lo de siempre. Este año, no obstante, llama la atención la desaparición del primer plano de actualidad de las marcas generalistas de toda la vida, desplazadas por firmas emergentes, y por ello aún poco conocidas.

Son sobre todo, chinas. Han dejado de representar un peligro en la sombra para plantarse en el mercado a disputar cada cliente a las clásicas casas europeas. Carecen de historia, es decir, de reputación: no la tienen ni buena ni mala. Diseñan ya al gusto occidental y van por delante en tecnología. En cuanto el gran público se libere de posibles prejuicios y valore objetivamente la relación calidad-precio, estos competidores orientales van a poner contra las cuerdas a algunas de las firmas tradicionales del Viejo Continente, seriamente amenazadas de muerte.