HUBO un tiempo en el que algunas personas sentían la necesidad de justificar la compra de un Dacia en su entorno social, como disculpándose por elegir un producto tan modesto. La marca rumana tutelada por Renault arrancó su internacionalización aplicando una estrategia comercial low cost de manual: ofrecía coches tecnológica y estéticamente simples, con dotaciones espartanas y tarifa imbatible. Los vendía, eso sí, con mucha gracia, por medio de una campaña publicitaria que bromeaba con esas hipotéticas carencias (“¡No podemos pagar tan poco!”, se escandalizaba una presunta clienta). Hoy el planteamiento es otro. Los precios continúan bajo control, pero el producto tiene más enjundia y mejor pinta. Por eso, el público continúa depositando su confianza en la marca, que crece un 28% en 2023 y afianza al Sandero al frente del mercado una vez más.

En la eclosión y posterior consolidación de Dacia concurren tres factores claves. El primero es indudablemente económico: quien se acerca a la firma lo hace atraído por la posibilidad de adquirir un automóvil honesto y fiable por una cantidad comedida, inferior a la que reclaman teóricos competidores. Se suele afirmar que un producto de precio bajo despierta en quien lo adquiere expectativas limitadas, fáciles de cumplir. Sea como sea, los índices de satisfacción de la clientela son ciertamente elevados en el caso de Dacia.

Su éxito no es ajeno a las circunstancias que vive el sector. La marca, renacida en 2004 con el austero Logan, comenzó a ser tenida en cuenta a partir de 2007, con el estreno del Sandero. Su aparición coincidió con una severa crisis financiera mundial, que provocó una recesión en las ventas de automóviles que aún perdura. Cabe pensar que algunos compradores bajaran entonces el punto de mira, para apuntar hacia coches más funcionales y económicos (y por ello más satisfactorios) que los inicialmente pretendidos. Es posible que esta vía haya permitido a buena parte de la clientela ir descubriendo el potencial de un Sandero o un Duster que, modestia aparte, son capaces de competir con cualquier semejante de gama media.

El tercer factor que explica el auge de Dacia es más reciente y, probablemente, más determinante de cara al futuro. Tiene que ver con la adopción de una nueva imagen de marca, más sofisticada y prestigiosa, capaz de generar a la persona o empresa propietaria un orgullo de posesión inusitado. Junto al cuidado de las apariencias, también reviste crucial importancia la decisión de la firma de incorporar innovaciones tecnológicas decisivas de ahora en adelante. Esos progresos pasan por la electrificación paulatina de la gama, completa en el caso del Spring y ligera en el del Jogger.