La presencia militar francesa en el norte de África era constante en la época colonial. A menudo, su Legión Extranjera patrullaba desiertos a lomos de meharis, los grandes y resistentes dromedarios. Alguien en Citroën consideró que no cabía mejor denominación para el insólito modelo que iban a lanzar en 1968.

Sin pretenderlo, aquel liviano y funcional producto, destinado originalmente a fines laborales, comenzó a desempeñar cometidos propios de un desenfadado modelo pensado para el ocio. El proyecto inicial no brotó en la marca de los galones; fue iniciativa de uno de sus proveedores, concretamente de plásticos. Citroën lo hizo suyo después, tomando como base del mismo el binomio 2CV/Dyane 6.

Distinguía al Mehari su esquelética carrocería abierta, integrada por once piezas de fibra ABS ensambladas prácticamente a mano. Esa constitución lo convertía en un automóvil más liviano que consistente – el concepto ‘seguridad’ es posterior–. Además, era un producto sencillo. Su primer motor, de 600 CC, entregaba 26 CV a las ruedas delanteras, rendimiento que después aumentó hasta 32,8 CV; esa potencia procuraba una cierta alegría de movimientos a un coche que no llegaba a los seiscientos kilos. El Mehari también era fácil de usar y mantener. Una capota de lona y plástico recubría el habitáculo, con dos o cuatro plazas, que se podía limpiar con una manguera.

La producción del modelo cesó en 1987, tras acumular 145.000 unidades; 1.200 de ellas, ensambladas entre el 79 y el 82, llevaron tracción 4x4. El Mehari se ha convertido en uno de esos cotizados iconos con ruedas objeto de la pasión de los coleccionistas.