El Castillo de Cullera, el reino de la Vuelta, convocó una lucha de poder por el trono de la carrera. Un castillo con vistas a la mar es un reclamo extraordinario después de despreciar el Picón Blanco, donde los favoritos, temerosos del viento de cara, cautos y prudentes por las rampas, decidieron firmar un armisticio. Lo que no sucedió en la montaña de Espinosa de los Monteros, donde anida una base militar abandonada, se produjo en otra cima de pasado belicoso que tomó el Cid campeador. Siglos después, Primoz Roglic se adueñó del Castillo de Cullera, donde el triunfo lo celebró Cort Nielsen, el último hombre en pie de la fuga.

En su nuca sopló el esloveno, que recogió el liderato, aniquilado Elissonde, al que la fortaleza le cayó encima piedra a piedra. Aplastado por un puerto de brazos cortos, apenas 1,9 kilómetros, pero con pegada de peso pesado. Roglic, que es una roca, se catapultó a la gloria. Es una trayectoria que conoce al milímetro. Calculó la distancia, que en realidad son todas, y se impulsó al liderato de la Vuelta. A Mikel Landa le delató la subida. Le agrietó el rostro que enmascaró en el Picón Blanco. El escalador de Murgia se cuarteó. “La subida era muy explosiva he llegado muy justito, me he defendido como he podido”, dijo Landa. Tardó medio minuto más que Roglic en alcanzar la cima con el rostro desenmarcado, con la mueca de la derrota surcándole el gesto después de la indigestión que le provocó un alto hosco, con el ceño fruncido. Roglic, el rostro impenetrable, la pose hierática, ondeó su bandera de campeón. Segundo tras Cort Nielsen, cazó seis segundos de bonificación. El bocado en Cullera alimentó la despensa de Roglic, siempre hambriento. Manda en la general. El esloveno dispone de una ventaja de 25 segundos con Enric Mas, 36 con López, 41 con Valverde y el mismo tiempo con Bernal. Landa es noveno, a 1:12 de Roglic, que marcó territorio tras saquear la fortificación. El Cid esloveno.

Después de dimes y diretes varios, Joan Bou (Euskaltel-Euskadi), Bol (Burgos-BH), Cort Nielsen (EF Education), Lindeman (Qhubeka), y Gibbons (UAE) agarraron el petate de la fuga y lo llenaron de rebeldía. Joan Bou contó su segunda aventura. La que imaginaba por la mañana. “Puede ser un día para fuga, depende de lo que tarde en hacerse y con uno o con otro seguro que alguno de Euskaltel vamos a estar”. Bou acertó en todo. La escapada tardó en amanecer y él estuvo allí. Otra vez. No existe día sin fuga en la que no se cuele el Euskaltel-Euskadi, diestro con la ganzúa. Siempre hay alguien en el equipo para bajar la cremallera a la etapa y descubrir los entresijos de la Vuelta. Bingo para Bou, el novicio que se hizo hueco en el primer vagón arengado por el motor de la algarabía y la llamada de su tierra, Valencia.

Los huidos tomaron tanto vuelo que el BikeExchange se asustó y elevó el tono de la persecución; la dotó de alto voltaje. El Ineos también alzó la voz. Los australianos querían brillar en la Montaña de Cullera, casi dos kilómetros de subida al 9,4%, con el Bling-bling de Matthews. El castillo lo tomó en 1980 Sean Kelly, que se catapultó para lograr la cuarta de las 16 victorias de etapa que acumularía en la Vuelta. El rey irlandés. King Kelly. El rey de la Vuelta es Roglic. El esloveno, Landa y Bernal enfilaron entre arrozales, rotondas e isletas la gimkana y los nervios que deletrearon la desembocura en Cullera. Ah y el viento. Ineos afiló el colmillo de inmediato. Carapaz, hombre de guerra. Apretó el botón del ventilador. Abanicos. El Movistar y el Jumbo se sumaron al centrifugado y el pelotón se fragmentó.

A Kenny Elissonde, ligerísimo, un colibrí, el viento le arrastraba sin solución cuando sonó el chasquido cruel de los latigazos. El líder era una cometa sin sedal. Un ciclista sin timón. Después de luchar contra su propio cuerpo, de padecer en cada palmo, el líder pudo engancharse al primer grupo tras una tunda tremenda. Se le quemaron las piernas. La cara roja, a juego del maillot. Los pulmones, de arena. La carrera, desbocada, era pura excitación. El reloj de arena de la fuga goteaba en Cullera, asomada al mar. Oleaje. Salitre y sudor. En ese ambiente de pelea por la supervivencia, Carthy, tercero en la pasada edición de la Vuelta, se deshilachó. Deshabitado por dentro. Vacío. Sus compañeros le rescataron. Cirugía de urgencia. En el foso del castillo, la escapada se arrugó, pero siguió jadeando.

CORT NIELSEN RESISTE

El asalto a la cumbre lo encaró el Ineos con la idea de llevar a hombros a Bernal. Se encendió Narváez para lanzar a Carapaz. Bou, valiente, quemó el último cartucho. Traca final. Se extinguió el valenciano. Cort Nielsen y Lindeman aún respiraban por delante de los favoritos, reunido en un rock&roll de trallazos. La violencia de Narváez ahogó a Landa, que implosionó. Al de Murgia le sentó fatal la explosividad de las rampas. López y Mas se acomodaron alrededor de Carapaz y Bernal. Roglic también se ató a las descargas eléctricas. Tormenta. Elissonde, el líder, se electrocutó en una ascensión sin resuello.

Cort Nielsen liquidó a Lindeman, que boqueaba. El danés era el único que resistía el empuje de los favoritos. Landa no estaba en ese salón. Penó. El de Murgia tuvo que agarrarse a la penitencia. Lo intentó Matthews.Le respondió Vlasov. Roglic, calculador, capaz de prestar su piel roja durante tres días, se erizó en el momento exacto. Él marca el tiempo de la Vuelta. Arrancó y dispersó al resto con su habitual esprint. Día de furia. Solo Cort Nielsen escapó a su dominio. Los demás contaron segundos en el retrovisor del esloveno, que se sentó en el trono de la Vuelta. Roglic reina en el Castillo de Cullera, donde se agrieta Landa.