Entre los escalofríos y el gustirrinín, la prensa diestra da cuenta del sarao rojigualdo de coros y danzas que se ha montado Abascal este fin de semana. "Abascal exhibe el ideario más beligerante de Vox", lamenta ABC en su primera. Al ir corriendo a la página de los editoriales, llega la decepción: ninguno de los dos pisa ese charco. Curioso.

El único opinador del vetusto diario que se ocupa del asunto es Ignacio Camacho, bajo el encabezado "El voto rocoso". ¿Y qué nos encontramos ahí? Un zig-zag cuyo resumen es que Abascal puede ser muy bruto y muy facha, pero también su corazoncito y, lo más importante, la capacidad de arruinar el sueño húmedo del PP: "Abascal intenta convertirse en el portavoz del descontento, del cabreo de ese ciudadano que se siente agredido por el sectarismo del Gobierno y al que los liberales le parecen unos pusilánimes sin remedio. Y por la misma razón le resbala que lo llamen ultra, fascista o lo carguen de estigmas: eso sólo consigue incrementar su sensación de víctima de una marginación política y estimular su rebeldía. Justo lo que pretende el sanchismo para dividir al bloque conservador y dificultar la alternativa".

No anda muy lejos de esa interpretación el editorialista de La Razón: "Abascal, por supuesto, está en su perfecto derecho a no dejar que su partido se convierta en un mero apéndice del PP, aunque sólo sea porque una parte de sus votantes, como señalan los estudios de opinión, no proceden de ese sector ideológico y difícilmente apoyarían a un centro derecha que perciben como liberal, pero el hecho es que VOX y el Partido Popular están condenados a entenderse y que cuanto antes se rebaje el tono de las críticas personales, mejor será".

"Condenados a entenderse", dice el editorialista del diario de Marhuenda. El de El Mundo utiliza otra fórmula en el titular: "Abascal y Casado están obligados a entenderse". La tesis es idéntica. Se trata de desalojar de Moncloa a los malos: "Pero Abascal no puede caer en el error de llegar hasta el insulto al líder popular, dando la sensación de una colaboración imposible entre ambos. Como Casado, él sabe que los dos están obligados a entenderse, no solo para conformar mayorías estables en las CCAA y las principales alcaldías, sino para sumar y convertirse en una opción real (es decir, aritmética) que ponga fin a un Gobierno que promueve políticas disolventes y es rehén de los independentistas y los herederos políticos de ETA".

En el recién alumbrado El Debate, silencio casi sepulcral. Ni editorial, ni columnas, ni información en primera. Para encontrar algo sobre el festejo de Ifema hay que bucear muy profundamente en la páginas bajo el epígrafe España. Casi al lado del fondo hay una pieza titulada "Todas las claves de la España que quiere Vox". Y sí, lo cierto es que enumera una tras otra las veinte. Pero no las he leído. Mi masoquismo no llega a tanto.

Lo mismo les digo respecto a Libertad Digital, que es, con mucho, el medio que más espacio le dedica a la cosa. "Vox afronta una profunda remodelación territorial para dar el verdadero salto que le permita gobernar", es el titular de la pieza central. Junto a ella, tres despieces sobre las bofetadas que le atizó Abascal a Casado, la versión corta de las medidas y la versión íntegra.

La guinda la pone Pedro J. Ramírez, que se apunta a verso suelto."Abascal contra la ONU, Sánchez se frota las manos", titula su videoblog el director de El Español. En el editorial, completa la abjuración: "De manera que Vox certificó ayer que se echa al monte de su propia caricatura, con expresiones de una excentricidad inaudita y con una ampulosa teatralización de sus diferencias "infinitas" con Pablo Casado (a quien equiparó al PSOE y auguró que no llegará al Gobierno) que debería invitar a los partidos centristas a la reflexión". ¿Partidos centristas?