La escoba es una herramienta esencial en cualquier hogar, pero pocas veces se piensa en cuándo debe sustituirse por una nueva. Según especialistas, una escoba debería cambiarse cada seis meses o, como máximo, una vez al año, dependiendo del uso y del tipo de suelo.
Con el paso del tiempo, las cerdas se deforman, se abren y acumulan polvo y bacterias, lo que reduce su eficacia y puede incluso dejar restos de suciedad en lugar de eliminarlos. Una escoba vieja no limpia, esparce. Si al barrer notas que el cepillo no arrastra bien la suciedad o deja rastro, ha llegado el momento de renovarla.
Factores que aceleran su desgaste
La frecuencia de uso es clave, pero también influyen otros factores. Las superficies rugosas o de exterior desgastan más las cerdas, mientras que los suelos lisos permiten que duren algo más. También importa la calidad del material: las escobas sintéticas suelen resistir mejor la humedad y el uso diario que las de fibras naturales.
Otro error común es guardar la escoba apoyada sobre las cerdas, lo que las deforma antes de tiempo. Lo ideal es colgarla o colocarla con el cabezal hacia arriba para mantener la forma y alargar su vida útil.
Los expertos recomiendan lavar la escoba una vez al mes con agua tibia y unas gotas de jabón o vinagre blanco. Después, se debe dejar secar completamente al aire, preferiblemente al sol, para eliminar bacterias y evitar malos olores.
Si se usa en zonas húmedas o con restos orgánicos como la cocina o el baño, conviene cambiarla antes, ya que el ambiente favorece la proliferación de gérmenes entre las cerdas. En esos casos, lo ideal es tener una escoba distinta para cada estancia.
Una cuestión de higiene
Cambiar la escoba con regularidad no solo mejora la limpieza del hogar, sino que contribuye directamente a mantener un entorno más higiénico y saludable. Aunque muchas personas la usan durante años sin pensar en reemplazarla, los especialistas en limpieza doméstica coinciden en que una escoba vieja puede convertirse en un foco de polvo, ácaros y bacterias. Cada vez que se barre, las cerdas desgastadas levantan más partículas de las que eliminan, esparciendo residuos invisibles por el aire y sobre las superficies.
Además, cuando las fibras pierden su rigidez, el barrido requiere más esfuerzo y más pasadas para conseguir el mismo resultado. En cambio, una escoba en buen estado con las cerdas firmes, limpias y alineadas arrastra mejor el polvo y los restos finos, incluso en esquinas o rincones difíciles.
Por otro lado, las escobas viejas tienden a retener humedad y residuos orgánicos, sobre todo cuando se utilizan en baños o cocinas. Este ambiente húmedo y cálido favorece la proliferación de hongos y bacterias. En esos casos, los expertos recomiendan tener una escoba específica para cada habitación.