"Quería contar esta historia, tanto por mi padre como por la familia. Sé que ellos quedarían satisfechos por esto". Estas hermosas palabras son de Pedro Pablo Arrinda, docente de Humanidades, que ha querido describir investigando en la hemeroteca de la época, las tribulaciones de su aitite paterno Julián. Relata a DEIA, lamentando su pérdida en plena Guerra Civil a causa de una larga enfermedad el 16 de octubre de 1937, tan solo seis meses después de haber sufrido la muerte de su hija, Asunción, fallecida en el bombardeo fascista de Durango.

El hermano de aquella joven, Demetrio, también sufrió el ataque aéreo. Siendo menor de edad ayudaba a hacer trincheras a los gudaris, uno de ellos era su hermano Eusebio, del batallón Kirikiño. “Mi padre –aporta Pedro Pablo- estaba en misa de Jesuitas y con el raid perdió el conocimiento. Se despertó en el Hospital de Zornotza y fue allí mismo donde y cuando le dijeron que su hermana, Asunción, había muerto en el bombardeo durante la eucaristía de Andra Maria”. El cuerpo de la joven sin vida fue llevado al cementerio de Durango y hasta el lugar se aproximaron otros dos hermanos de la finada. En ese momento un avión caza italiano comenzó a ametrallar a los presentes y ellos sacaron al exterior el cuerpo de la joven y trataron de salvarse escondiéndose en el panteón.

Medio año después, murió Julián, el mayor de la familia y quien bien merece una página de diario porque a principios del pasado siglo XX, se hizo popular como meteorólogo. Sus predicciones salvaron vidas. “Aitite fue un aficionado a la meteorología de Durango, que carecía de cualquier instrumento de medición, pero que tenía el don de registrar en su prodigiosa memoria las vicisitudes y cambios del tiempo mediante el estudio de todas sus variantes”, transmite Pedro Pablo.

El afamado Julián Arrinda Oregi nació el 6 de agosto de 1872 en el caserío Belakortu en el término municipal de Berriz y contrajo matrimonio con Eusebia Berasaluze Azpitarte del baserri Mailaldekoa de Mallabia. El matrimonio se mudó a vivir en Durango. Él trabajaba en una brigada de obreros reparando vías de la compañía de Ferrocarriles Vascongados. Ella también tenía su salario como empleada en una taberna de la calle Kurutziaga. Más adelante, Eusebia y Julián se trasladaron a Ezkurdi, al edificio en el que hoy está la sucursal del BBVA. Abrieron un restaurante con pensión llamado Fonda Arrinda, Comidas Arrinda y aprovecharía su fama para publicitarlo como Restaurant Julián Arrinda. Según relata su nieto, en un principio, la ciudadanía no daba credibilidad a sus pronósticos. Sin embargo, a raíz de que predijo un temporal que asoló las costas del Cantábrico y en el que perecieron varios arrantzales de Bermeo que habían salido con un mar apacible, le dieron más crédito. “Tanto es así, que algunas veces las cofradías colocaban sus telegramas a las puertas de los Depósitos de Pescadores, para una mayor difusión”.

Fotos de la portada del diario El Liberal.

Su fama se fue extendiendo. Cofradías de pescadores cántabras le pidieron envío de telegramas. Quedan publicados en El Liberal, El Noticiero Bilbaíno, Euzkadi, El Nervión o Excelsior. Textos como “en la Diputación se recibió ayer el siguiente despacho telegráfico de Arrinda: ‘Viene borrasca de Oeste Noroeste. Téngase cuidado en el mar”. O en 1927: “Telegrama de Arrinda: ‘Viene temporal, importancia costas’”. En el Euzkadi: “Arrinda no acertó, por lo que se refiere a nuestra comarca en su pronóstico atmosférico último”. El Nervión: “Solo nos falta alguna predicción de Arrinda que confirme esa esperanza honda que todos los sábados tenemos y todos los domingos suele desvanecerse, de que el día de fiesta sea un día de sol”.

El durangarra José Camarero, diputado provincial, logró que el ente foral “le sufragara el costo de los telegramas con una asignación que le quitaron varias veces alegando que tenían que hacer economías por falta de recursos en la Caja Provincial”. “Arrinda se halla muy sentido con la Diputación porque le ha negado una subvención de 325 pesetas. En cambio, las Cofradías de pescadores están a punto de aceptar sus servicios, dotándolos con una cantidad. Tal es el crédito que dan a sus pronósticos”.

En ocasiones, no disponía de dinero suficiente para cursar los despachos, “pero el jefe de Telégrafos de Durango, se los fiaba. Si dentro del mes se producían dos pronósticos, la situación se ponía más difícil, pero al fin dicho funcionario accedía a cursarlos”, explica su nieto y va más allá: “Los amigos le recriminaban el gasto que hacía teniendo tantos hijos e hijas. Eran seis, aunque en algún escrito de mi padre pone que fueron 10. Los cuatro de los que yo no oí hablar quizás fueron muertes prematuras. A esa crítica de gasto, él contestaba que pronosticar el tiempo era un don de Dios y que lo tenía que poner al servicio de los demás”. También le consultaban para corridas de toros o partidos de pelota en el frontón descubierto. “Hecho el pronóstico, le regalaban un par de entradas, pero nunca fue a ver una corrida”, acota.

En 1930 ya había enfermado, pero en El Liberal imprimían el siguiente párrafo: “La lluvia ha amainado. Arrinda está enfermo desde hace unos días, pero ayer se levantó para tranquilizar a los periodistas, y aseguró que la corrida de toros de mañana se celebrará con tiempo espléndido”. Su fama llegó a tal punto que en la primera página del mismo rotativo el 15 de junio de 1928, las fotografías que representaban las fiestas de Durangaldea no eran otras que el parque de Ezkurdi –Ezcurduy entonces- de Durango, el Santuario de Urkiola y “el popular meteorólogo Julián Arrinda, que ha aplazado una tormenta en obsequio de los durangueses”.

El Liberal fue muy crítico con él en 1913. Bizkaia, a diferencia de Gipuzkoa, carecía de un observatorio meteorológico, dejando la labor del pronóstico del tiempo en manos de una persona sin base académica ni medio técnico. “Lamentamos de corazón el fracaso de la excursión nacionalista a Valmaseda (…) El famoso Arrinda, el sabio astrónomo ha tenido la culpa”. “Hombre casi analfabeto”, le calificaba. No obstante, el diario reconoció su labor desinteresada solicitando para él la medalla del trabajo, que “nunca le concedieron”. El sacerdote Juan Miguel Orcolaga, fundador del Observatorio Meteorológico de Igeldo con el apoyo de la Cofradía de Pescadores de Gipuzkoa, quedaba asombrado cuando Julián pronosticaba el estado de la mar desde el interior. En una ocasión, el Observatorio anunció un temporal de agua. Arrinda predijo que “Orcolaga, con todos sus aparatos no acertaría, que se produciría el temporal, pero no de agua, sino de viento. Y así fue”. Aquel cura le invitó a Igeldo y le cuestionó en qué se fundaba para emitir sus pronósticos. Julián le contestó que, en la dirección de los vientos, clases de nubes, teniendo presente el tiempo que había hecho días antes, semanas e incluso meses atrás. Las observaciones las hacía dos veces al día en su recorrido de guardavías de Durango a Abadiño, por la mañana y anochecer.

Cuando no acertaba y acarreaba que algunos se mojasen, solía comentar: “Total, para lo que han pagado por la consulta”. O cuando con sol salía con paraguas y su mujer le decía que se iban a reír de él, Arrinda objetaba: “Si hablan de mí, no hablarán mal de los demás” o “para cuando venga la noche, lloverá. No está bien que un meteorólogo se moje”. El sacerdote Juan de Olazarán, organista de la parroquia de Santa María, escribía en el Programa de Fiestas de los Sanatonios del año 1951 que un día de partido de pelota, la gente se resistía a entrar en el frontón porque el cielo amenazaba lluvia. Los empresarios consultaron el caso al meteorólogo local, y viendo que el pronóstico era favorable, le rogaron lo transcribiese para que al leerlo los aficionados se animaran a entrar. “A los pocos minutos aparecía colgado con letras muy visibles en la puerta de entrada un cartel: Aunque caigasen algunas gotas, no lloverá. Julián Arrinda”. Y no llovió. Se llenó el frontón y hubo guasa a cuenta de sus licencias gramaticales, las de un hombre bondadoso, que socorría a los pobres. “Conoció a un mendigo que se llamaba Miguel. Todos los días le llevaba un pucherito de alubias, pero inesperadamente Miguel recibió una herencia y en gratitud Arrinda recibió diariamente un pan de kilo”. A comienzos de la Guerra Civil, una vez que Donostia cayó en manos faccionsas, el observatorio de Igeldo se trasladó a Bilbao. Poco después, “el humilde y generoso meteorólogo que intentaba hacer el bien y salvar vidas, falleció el 16 de octubre de 1937”.