Trincheras, fortificaciones de hormigón, grafitis, cráteres, campos de concentración, espacios de trabajos forzados o monumentos son el origen del libro ‘Euzkadi en ruinas’. El valioso documento es firma del Doctor en Historia y Arqueología, Josu Santamarina (Legutio, 1983), actual profesor en la Universidad Pública de Nafarroa.
‘Euzkadi en ruinas.’ ¿Cómo han llegado hasta nuestros días los vestigios después de casi nueve décadas de erosión más que climatológica por parte de la ciudadanía?
—El panorama actual de los restos de la Guerra Civil es muy diverso. Aquí hay que diferenciar de qué tipos de vestigio hablamos. En el caso de los restos defensivos, como trincheras, búnkers o refugios, algunos han sufrido los rigores de la explotación del territorio y el crecimiento urbano. Buena parte del patrimonio de los frentes de guerra que aún se conserva bien se sitúa en el norte de Araba y el sur de Bizkaia… No es por casualidad: los parques naturales de Gorbeia y Urkiola han posibilitado que así sea.
También habla de las fosas comunes producidas por la represión franquista.
—En este caso, el problema es el tiempo: faltan los testimonios directos y para los equipos forenses de Aranzadi cada vez es más difícil localizar enterramientos clandestinos. Finalmente, también hablo de los monumentos franquistas: estos han sido sistemáticamente borrados, sobre todo en los últimos años. Supongo que es una buena noticia para el espacio público… pero, al ser destruidos o retirados sin haber sido llevados a ningún depósito o museo, son un tipo de “resto arqueológico” de la dictadura que ya no se conserva.
¿Ha hecho uso de la grafía ‘Euzkadi’, con zeta, por ser la de la época?
—Euzkadi era el nombre del proyecto autonómico y republicano que se puso en marcha en otoño de 1936. Desde el principio, fue un proyecto político hecho para la resistencia, pero también era un territorio. Quería reivindicar la existencia de ese territorio, así como visibilizar los restos que quedan de aquel proyecto colectivo.
¿Es la primera ‘Arqueología de la Guerra Civil en el País Vasco’?
—Es la primera ‘historia arqueológica’ de la Guerra Civil en el País Vasco que se publica en formato de ensayo. Es decir, es una obra que pretende analizar y relatar la guerra de una forma novedosa, sin poner el foco en las batallas o en las decisiones políticas, sino más bien en los procesos y eventos que han dejado su impronta en los paisajes y en la arquitectura de decenas de pueblos
¿Por qué acota entre 1936 y 1948?
—En primer lugar, el ‘estado de guerra’ mediante el cual se inició el golpe de julio de 1936 no fue completamente derogado hasta 1948. La dictadura franquista empleó la guerra como mecanismo de conquista, represión y control de la población. En segundo lugar, para el franquismo, con la conquista del territorio no llegaba la ‘paz’… sino la imposición de la ‘victoria’: se exterminó políticamente toda posible oposición. Por eso, es difícil pensar en 1937 o en 1939 como los momentos en los que llegó la ‘paz’ a Euskadi o a España. Y, finalmente, cada vez más investigadoras e investigadores proponen la idea de una ‘larga Guerra Civil’. Es una manera de comprender cómo perduró la represión, por qué siguió habiendo guerra en forma de lucha guerrillera (el ‘maquis’) o qué motivó la militarización de las fronteras, como la famosa “Línea P” en el Pirineo.
Partiendo de los enseres hallados, ¿cómo podríamos retratar a los milicianos y su rutina?
—En general, los objetos recuperados nos dan una visión cruda y muy poco épica de la contienda. En lugares como el monte San Pedro/Askuren, junto a Orduña, los restos muestran la dureza de la vida en las trincheras del Ejército Vasco: pastillas para la tos, fragmentos de ropa hecha girones, cantidades importantes de botellas para el consumo de alcohol, cenizas de alguna precaria fogata… La de los gudaris y milicianos era una vida a la intemperie, en un contexto de aburrimiento y violencia, aunque suene los dos conceptos juntos puedan sonar algo contradictorio. Muchos meses de espera y trabajo fortificador y de pronto un bombardeo terrible y un ataque incontenible… Además, en las excavaciones vemos cómo la guerra fue haciéndose cada vez más mortífera en términos culturales y tecnológicos: el paisaje arqueológico de la última ofensiva franquista sobre Euzkadi, la de la primavera de 1937, se caracteriza por los fragmentos de metralla y los cuerpos desmembrados. Lejos de la propaganda franquista ‘victoriosa’, todo fue a peor...
Leo entre otros que cita a Mogrovejo, historia que usted descubrió de un ‘apátrida’ vasco que sobrevivió a Mauthausen. ¿Qué otros nombres se cuelan por sus páginas?
—La arqueología es una disciplina que desentierra lo anónimo. Los documentos vienen firmados o recogen nombres en listados. Bajo tierra no es así. En las exhumaciones a veces tienen suerte de hallar chapas de identificación junto a los cuerpos. En nuestro caso, encontramos la chapa de un miliciano que sobrevivió a los combates en San Pedro/Askuren y que incluso logró salir vivo de los campos nazis… Pero es difícil encontrar nombres y apellidos. Otra excepción es la que nos ofrecen los ‘grafitis de guerra’: las inscripciones dejadas por combatientes en las paredes de hormigón o piedra en pleno frente. En 2017 estudiamos el caso de unos fortines en Ketura (Zigoitia, Araba) con más de 30 grafitis de este tipo, hechos por milicianos del Batallón ‘Madrid’ de la UGT. Incluso aparece un nombre de mujer: ‘Katalina’. Pero nunca se ha podido saber quién es. En cualquier caso, me gustaría recordar a Mateo Balbuena, fallecido el año pasado y quien está muy presente en este libro, tanto por ser ‘el último gudari’ como por las ocasiones que compartimos cuando excavábamos en su pueblo adoptivo, Lezama (Amurrio), entre 2016 y 2020.
¿Los restos vascos se diferencian a los de Madrid, Aragón o Catalunya?
—Sí. En nuestro caso, el aislamiento respecto al resto de la zona republicana hizo del vasco un escenario bélico extraño. El material militar se obtenía de manera casi clandestina, por vía marítima, y eso se ve en las trincheras: encontramos municiones de más de 6 países, con calibres diferentes, para casi todo tipo de armas… Además, el Ejército Vasco mantuvo un carácter más ‘político’ y ‘miliciano’ por más tiempo. En otros frentes de la península, se suele apreciar un mayor grado de uniformización y profesionalización. Aquí la resistencia fue más precaria, aunque sorprendentemente efectiva… Casi un año sin que fuese conquistado todo el territorio.
¿Los restos está considerados patrimonio histórico o arqueológico?
—Este ha sido otro de los empeños de la investigación de la cual deriva el libro. Lo único que sí está bien protegido el Cinturón de Hierro de Bilbao, que fue declarado ‘Conjunto Monumental’ por el Gobierno Vasco en 2019. Es un buen comienzo. Pero la mayor parte de los nuevos sitios arqueológicos que hemos identificado y en los cuales hemos excavado aún no está calificado de forma oficial. Lo cual no quiere decir que no tenga valor arqueológico… Los restos que nos van guiando por esta historia de la guerra son patrimonio colectivo, forman parte de nuestra memoria histórica. Las asociaciones locales suelen ser conscientes de ello y por eso lo cuidan y señalizan. En los últimos años, las administraciones también están empezando a tomar conciencia de ello.
Un periodista me dijo que “de la guerra en Euskadi está ya todo escrito”. Su libro echa abajo esta valoración.
—Alguien que se dedica a la investigación nunca te debería decir “sobre eso ya lo sabemos todo…”. Eso va contra el espíritu de curiosidad que alimenta este oficio. Cada cosa que conocemos nos plantea decenas de nuevos interrogantes. En este caso, ‘Euzkadi en ruinas’ es un nuevo análisis sobre la guerra y la sobre la dictadura que tiene la peculiaridad de nutrirse especialmente de restos arqueológicos y arquitectónicos como principal fuente de información. Es un primer intento, pero confío en que habrá más y mejores en el futuro.