Entre la prosa garciamarquiana de Cien años de soledad destaca el siguiente pensamiento del nobel colombiano: “Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón”, haciendo referencia a una de las protagonistas de la novela. Luis Mari Ormazabal Pérez (Muskiz, 1924) conserva intactos su corazón y pensamiento hoy domingo día en el que llega a hollar la cumbre de los cien años “inconmensurables”, según califica en su hogar a DEIA, quien lamenta, abreviando un siglo, que “queríamos justicia y libertad y nada obtuvimos”.
Natural del molino de Castaños de Muskiz, este histórico miembro del PCE-EPK recibirá un homenaje hoy en Arrigorriaga, municipio del que era natural su compañera Jovita Neira y en el que asentaron su residencia hace 74 años. Tendrá lugar en la casa de cultura Edurne Garitazelaia a las 12.00 horas. Continuará en la conocida popularmente como plaza Argala y con posterior comida fraternal en Elizondo taberna. Ormazabal ha vivido un siglo de experiencias que curten la piel, la mente y el corazón. Ha sido resistente en la clandestinidad sin bajar la guardia.
Según valoraciones de su amigo Josemari del Palacio, miembro del Ateneo Republicano de Araba y enlace de contacto con el antifranquista, el comunista “ha conocido el odio de los sabuesos de la dictadura, en distintas detenciones, interrogatorios; palizas, humillaciones, torturas de día y de noche…”.
Ormazabal, asimismo, sintió en la sien ese frío chasquido de la ruleta rusa y que aún seguía con vida. “Estuve cerca del suicidio”, enfatiza. “Me marcó la guerra”, observa a través de sus abisales ojos azules este hijo de gudari de ANV e intelectual escritor y poeta. “Ya con ocho años me mandaron a comprar tabaco, pero con los 30 céntimos me compré un libro”.
Luis es hijo de Antonia Pérez y Tomás Ormazabal, ambos de Muskiz, matrimonio que tuvo dos hijos, el hoy centenario y Natalia. Su padre era “un revolucionario” de ANV, gudari del batallón Olabarri. “Mi padre no contaba mucho. Sé que luchó por Villarreal, Albertia, Legutio, Otxandio, Kalamua, Sollube y hecho prisionero en Santoña. Lo enviaron a batallones de esclavos de Franco a San Juan de Mozarrifar, en Zaragoza, y a Calamocha, “donde más frío pasó”. Enfermó de pulmón. “Intercedió para su liberación el alcalde franquista de Muskiz, que lo llevó a trabajar a su mina”.
Aquel exponerse a la persecución policial y la muerte, precipitó a Luis a recordar cómo los franquistas le hicieron en dos ocasiones la denominada ruleta rusa. “Fue en la Dirección general de seguridad. Nunca supe si la pistola tenía bala de verdad o no, pero cuando me disparaban en la sien sentía el vacío. Fue en los años 60”, contextualiza quien entre otros torturadores históricos conoció al sádico Melitón Manzanas.
Ormazabal hace cronología de sus 1.200 meses vividos. Desde los tiempos felices de la escuela, de su vida junto a su madre y abuela y entregado a la poesía, de cómo veía pasar a los Flechas Negras fascistas italianos, de cómo se refugiaron en Karrantza en casa de un familiar. “En la casa de los abuelos cayó un obús. Y hubo bombardeos en las minas de Carrascal. Entonces, yo aún no sabía nada del comunismo ni de Marx”. A día de hoy escribe: “El ser comunista dilató mis sentidos, con los mismos latidos que dan vida a la sangre que habito; no conseguí la utopía que marcó mi destino. Estoy en el mismo camino por este mundo incierto, seguiré en la batalla cuando me haya muerto”.
Con 16 años se alistó al Socorro Rojo Internacional. Con 20 años le tocó la mili en Loiola, en el batallón de montaña. “Pasé como mugalari a un guerrillero a Elizondo por Urdazubi. Si me llegan a pillar igual me fusilaban”.
Pasada la mili se empleó en AHV de Sestao, donde entró en contacto con partido PCE-EPK. Junto a su compañera habitaron un tiempo en el molino de Muskiz “sin luz ni electricidad”. Se mudaron a Arrigorriaga. Consiguió trabajo en Papelera Española donde “tuve que emplearme a fondo para mejorar las condiciones de trabajo y salario, que eran malos”.
En Papelera creó una “célula” comunista y comenzó su periplo como enlace sindical. “Pero querer cambiar el mundo y hacerte rico es imposible”, remata Ormazabal, quien en diciembre de 1959 tomó parte en el histórico VI Congreso del PCE en Praga. A su regreso, el franquismo le detuvo durante 40 días que pasó con la misma ropa y sin poder bañarse a pesar de haber duchas. “Parece que hubo un topo en el congreso”.
Sufrió interrogatorios con el comisario Castro. “Tenía a mi alrededor a ocho policías a la vez. Me ponían a cuatro patas, humillante. La tortura psíquica era peor que la física. Todo eso durmiendo en el frío suelo de cemento y sin manta. Pasé unos 80 interrogatorios. Sí, 80. Me preguntaban e inmediatamente me interrumpían las respuestas incómodas. A este si no le cortas, te convence”, se decían entre los torturadores.
La cárcel de Carabanchel fue “mejor, iba hasta contento”. Sobre la denominada Transición tras la muerte del sanguinario Franco no tiene palabra positiva. “No hubo ruptura con el franquismo ni hostias. No hubo posibilidad de referéndum. Y Santiago Carrillo, cedió, nos vendió”, abunda.
En su vista atrás también habla de ETA. “Nunca estuve con la izquierda abertzale ni en concentraciones de apoyo. Argala era de aquí de Arrigorriaga, pero no tenía relación con él, porque éramos de muy distinta edad. Él era bastante marxista, aunque le costó admitirlo. Yo lo sabía todo de ellos. Sobre la dinamita de Carrero Blanco, la conexión con Peixoto, carlistas,…”, enumera y va más allá: “ETA sabía que no tenía salida”.
En un momento sí apoyó a Herri Batasuna cuando Ormazabal era edil del PCE en el Ayuntamiento de Arrigorriaga con el fin de que la izquierda ganara al PNV en el municipio. Según valora Del Palacio, esa decisión le costó “la dimisión de concejal, aunque no fue expulsado del partido”. Luis Mari lo recuerda así: “Fue en las primeras elecciones de la democracia. Di mi voto a HB, que con el de EE, dábamos la alcaldía a Alberto Ruiz de Azua”. “Tiempo después el Constitucional falló que no había lugar a la destitución”, agrega Del Palacio.
A juicio de Ormazabal, Alberto Ruiz de Azua “no era revolucionario. Era una persona buena, tranquila. Para la alcaldía valía, pero para ir a un acto político de los de salir corriendo, pues no. Yo en esos casos veía mejor a un tal Pradera”, concluye quien conoció a muchos personajes históricos como Ignacio Hidalgo de Cisneros, Antonio Cordón de Artillería, Juan Modesto, Enrique Líster, Dolores Ibarruri, Leandro Carro, Jorge Semprún, Luis Goytisolo, Marcos Ana o Josep Renau. “Todo esto así contado, parece un tanto corto, pero os puedo asegurar que fue largo, muy largo: una noche de piedra y espanto”, concluye con su corazón centenario de poeta.