El sabio escribió para el devenir de la historia que “los ricos no pueden comprar el privilegio de morir viejos”. Ignacia Altolaguirre Camarero falleció a los 108 años el 2 de julio de 2023 en Hernani tras una vida rica en recuerdos: de gratas evocaciones como, también, indeseadas cuitas de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. El historiador, Jimi Jiménez, fue uno de sus buenos amigos. “Yo quería mucho a Ignacia. Tuvo una vida muy completa. Vivió muchísimas vivencias. Fue monja. Colgó el hábito al acabar la Segunda Guerra Mundial y vivió durante dos o tres décadas en París”, valora.
En ese capítulo de su biografía, por ejemplo, esta vasca trabajó en la capital bañada por el río Sena como ama de llaves del político republicano francés de ascendencia polaca Michel Maurice-Bokanowski (París, 1912– 2005). Fue ministro de Correos y Telecomunicaciones y de Industria de Charles de Gaulle. También, fue senador. Todo ello en la década de los 60. “Ella tenía dedicación plena y cuando el ministro tomaba vacaciones, Ignacia se desplazaba a la casa de campo a la que iba también con aquel político”, apostilla Jiménez.

Nacida en Urnieta, era hija de Florentina Camarero, burgalesa de Huerta de Abajo, y de Eustaquio Altolaguirre, natural de Igorre. “A ella siendo niña le diagnosticaron tuberculosis, de la que acabó sanando. Sin embargo, eso lo llevó como una mancha durante toda su vida porque en aquel entonces estaba mal visto por la sociedad padecer esa enfermedad. En 1935, antes del comienzo de la Guerra Civil, le dieron una tarjeta sanitaria que debía mostrar en muchas ocasiones”, pormenoriza Jiménez.
Cuando los generales españoles dieron el golpe de Estado contra la legítima Segunda República y estalló la guerra, huyeron hacia Arrasate y también Abadiño. En este último municipio, ella aseguraba haber visto un bombardeo. “Ella decía que fue el bombardeo del 31 de marzo de 1937 de Abadiño, y con razón porque el bombardeo de Durango empezó como tal en el barrio de Matiena, en Abadiño”, enfatiza Jiménez, quien se ha encargado durante tres años de una investigación para Gerediaga Elkartea que ha demostrado el pasado marzo con documentos que así ocurrió.
Desde Abadiño, se fueron replegando hacia Bilbao y Santander. Desde esta última ciudad –según figura en unos documentos hallados por el investigador en el archivo del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, antiguo Archivo General de la Guerra Civil Española– se embarcaron y exiliaron con rumbo al Estado francés. “De allí pasaron a Catalunya, donde su hermana Guadalupe confeccionaba uniformes para el Gobierno Vasco, y desde allí, al acabar la guerra e instaurarse el franquismo volvieron a Gipuzkoa”, agrega Jiménez y detalla un nuevo imprevisto ante las autoridades franquistas ocurrido en Sala de los Infantes. En la localidad burgalesa, detuvieron a su padre y madre, que eran ya muy mayores, y enviados a la cárcel de Ondarreta. En Donostia, les hicieron un sumarísimo, juicio que por ser muy claro o grave tiene una tramitación brevísima según señala la ley. De hecho, Ignacia y una hermana también acabaron detenidas y aisladas en aquella prisión guipuzcoana franquista para prestar declaración. Los padres salieron absueltos de la cárcel y afianzaron su residencia en Hernani.
En tiempo de la durísima posguerra, la familia estuvo formada por los progenitores y seis hijos: Faustina, Guadalupe, María, Jesús, José y Manuel. En ese tiempo, Altolaguirre decidió entrar en un convento navarro con el objeto de tomar los hábitos. Ingresó en la orden de las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos, en el convento que la orden tenía en Oharriz, barrio del municipio de Lekaroz, cerca de Elizondo. Allí hizo el noviciado y después la trasladaron al monasterio de la congregación en Burdeos, donde permaneció hasta mediados de los años 40, década en la que “colgó los hábitos”. Entonces, partió a París y acabó trabajando para el ministro Michel Maurice-Bokanowski como ama de llaves. “Ella me contaba que dejó la vida religiosa porque consideraba que era rebelde y no llevaba bien la disciplina de la orden”, detalla Jiménez, quien da a conocer su figura y se publica en DEIA hoy por primera vez su biografía, rescatando del olvido, de este modo, una vida más.
Dos de sus hermanos fueron milicianos, del batallón Dragones, número 22 del Euzkadiko Gudarostea, adscrito a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Jesús sufrió los campos de concentración burgaleses de Valdenoceda y Lerma. “De hecho, el de Lerma era para personas con taras físicas, y este hermano de Ignacia era manco. Ella misma fue a buscarlo a Valdenoceda y le respondieron que no había muerto nadie al que le faltara un brazo, lo que no quiere decir que no ocurriera”. En Lerma, habló con el párroco local y le explicó que había muerto y que estaba inhumado allí. “Tenían apuntado que estaba enterrado a tantos pasos de la entrada y a otros tantos de una pared. Aquella triangulación coincidía con un hueco sin sepulturas. Ella, entonces, con su dinero, construyó una sepultura con su nombre en aquel sitio”, apostilla Jiménez.
Su otro hermano miliciano, José, fue juzgado. Además, el padre de familia, Eustaquio, se sabe que trabajó como capataz en la construcción de la trinchera ferroviaria en la zona de Atapuerca, Burgos. La familia tuvo a una persona religiosa en el bando franquista: al superior de la orden de los Religiosos Trinitarios en Jaén, Santiago Altolaguirre o Mariano de San José. Asesinado en Villanueva del Arzobispo, Jaén, fue beatificado en Roma en 2007.
La finada el 2 de julio de 2023, tuvo un amor de juventud. Contaba que un novio llamado José Altuna, trabajador en la biblioteca de Astigarraga, desapareció en la guerra. “Eso se me quedó grabado, como su rostro en un retrato en el que parece una estrella cinematográfica de Hollywood”, sonríe con cariño hacia su persona y familia, el arqueólogo Jimi Jiménez. Esa imagen complementa hoy este reportaje memorialista.