Jueves, 23 de mayo de 2024. Llega un mensaje de texto a un móvil. Literal, informa: “La luz de Maricuela se apagó hoy a las 13.09 horas. Nos queda la luz compartida con nosotros en el alma y en el corazón”. El autor, Antoine, hijo de Ángeles Florez Peón, la confirmada última miliciana viva de la Guerra Civil y de ya eternos 105 años.

Tan solo una semana antes, había llegado un vídeo de esta mujer conocida desde su juventud como Maricuela –por una obra de teatro que interpretó entonces –. Aparecía de pie, bailando con prestancia una versión de la canción Cara de gitana, de Daniel Magal, en un restaurante.

Siete días después, el propio presidente, Pedro Sánchez, en la red social X –antes Twitter– despedía a la última mujer que seguía con vida y había estado en el frente durante la guerra. “105 años de dignidad, compromiso y lucha por la igualdad, la libertad y la justicia social. Hasta siempre, Maricuela”, publicó con admiración a su compañera afiliada al PSOE.

A modo de breve avance de su vida, imaginen estos sucesos que le tocó vivir: su padre tras separarse por solicitud de su madre murió atropellado por un coche. Ella ese día sumaba tan solo 9 años. A su hermano Antonio lo asesinaron junto a otros 23 hombres durante la represión de la huelga revolucionaria de octubre de 1934 en Carbayín. Por si fuera poco, su hermana Argentina –miliciana de su mismo batallón– con quien sufrió cárcel en Oviedo y Saturraran y que fue enviada sola a la de Durango encontró la muerte junto a su marido Andrés, vizcaino, viajando en un tren que descarriló. A su otra hermana, Aurora se la llevó un cáncer y a su hermano Secundino un medicamento “lo envenenó”, lamentaba la antifranquista. “Yo soy una privilegiada”, insistía quien debió salir adelante con ese bagaje emocional y con un peso más: dijeron que había matado a una persona durante la Guerra Civil.

Ángeles nació solo 19 meses antes que Argentina. Ambas sufrieron consejo de guerra tras ser detenidas en noviembre de 1937. Tras ser encarceladas en Oviedo les destinaron a Saturraran (Gipuzkoa). “Era horrible”, enfatizaba Maricuela a DEIA, reclusa de las monjas de la Caridad durante cuatro años. “Nos daban dos mantas: una para poner en el suelo y otra para taparnos”, relataba.

En una visita a su hogar en Gijón en 2022 para profundizar en su pasado en Euskadi, Ángeles evocaba un infortunio. “En el comedor, me senté junto a una mujer a la que le dejé la poca ropa que tenía porque estaba temblando. Nos obligaron a rezar y a cantar el Cara al sol y ella no levantó el brazo por cómo se sentía. La monja que marcaba se confundió y pensó que yo no había levantado el brazo y me mandaron a un sótano castigada cinco días a pan y agua”, detallaba quien aseguraba que los últimos días no se tenía en pie en aquel lugar tan húmedo en noviembre y con los ratones como única compañía. “Me pasaban por encima, pero no me daban miedo. Lo de afuera, las monjas, era peor”, sonreía.

Estando incomunicada, oyó a su hermana que se la llevaban de Saturraran no pudiendo ella remediarlo ni tratar de acompañarla, como quería. Días después supo que la habían dispersado a la prisión de Durango, narraba Maricuela quien sufrió las vejaciones de aquellas “caritativas” religiosas. “La peor era la superiora. Fea como un demonio y mira que yo no creo en esas cosas. La que me marcó fue una joven y muy guapa, pero malísima”, apostilla quien recordaba que se hablaba de que había una presa famosa sin mano, en clara referencia a la histórica Rosario Sánchez Dinamitera. “Yo no la conocí directamente, pero sí sé que estuvo allí y que perdió la mano al tirar una granada. Y que Miguel Hernández le había dedicado un famoso poema. ¡Éramos tantas!”, exclamaba.

Argentina, mientras tanto, recalaba en la cárcel de Durango. “Tuvo suerte. Cayó bien a una mujer de allí y la pusieron a trabajar en la cocina. Ella comía mientras yo me moría de hambre”. Ángeles salió de Saturraran tras casi cuatro años de represalias diarias. Pidió un permiso para en el viaje de vuelta a Asturias poder visitar a su hermana que ya vivía en Barakaldo. Nos vimos. Ella se casó allí y tuvo un hijo que falleció el marzo pasado (de 2022), así como dos nietas”, agrega.

Más adelante llegó la muerte de aquella miliciana antifascista junto a su marido en el descarrilamiento de tren en Oviedo. “Éramos uña y carne. Nos queríamos muchísimo. Fue curioso cómo se quedó en Barakaldo”, matizaba e iba más allá: “Resulta que una presa que estuvo con ella era de allí y le mandó a donde su hija. Estaba encarcelada porque había matado sin querer a una niña con su camión echando hacia atrás”.

A continuación, llegó el exilio de Ángeles en Francia, tras echarle encima la muerte de un hombre, dato que ella siempre negó “de corazón”. Retornó medio siglo después con una familia rota y muerta por las desgracias. En su testimonio regresaba a días de cárcel en Euskadi: “Nos obligaban a rezar. A mí, que siempre tuve una cosa clara: si Dios existiese, no habría permitido que yo empezara a trabajar siendo solo una niña”.

En 2016, fue quien inauguró una placa que recuerda la resistencia de las mujeres en la Guerra Civil y franquismo en Elgeta. “Estuvo bonito aquel homenaje que nos hicieron en el frontón a un montón de mujeres represaliadas”, agradecía quien, a pesar de haber sido miliciana, se consideraba mujer de paz. “Yo fui miliciana del Batallón Mártires de Carbayín, socialista, con denominación en honor a mi hermano Antonio al que mataron con bayoneta para no hacer ruido. Nunca cogí un fusil y ni hubiese querido porque era y soy revolucionaria, pero pacifista y sin rencores. No mataría a mi más firme enemigo, ahora bien, estos del PP son iguales que Vox, no confundamos, todos son extrema derecha, ultraderecha”, enfatizaba y lamentaba que “la derecha aquí no sea como en Francia con la que podemos unirnos”.

Ángeles, afiliada al PSOE desde joven, recibió su apodo por una obra de teatro que protagonizaba titulada Arriba los pobres del mundo. Al final de aquel estreno, los presentes avisaron de que había habido un golpe de Estado y que comenzaba la guerra. Los socialistas pidieron voluntarios para ir al frente y Ángeles ni se lo pensó junto a su hermana y otra amiga más. “Con solo 17 años ya era consciente de que nos estaban robando algo que era nuestro, y que nos correspondía defender la República”. Asturiana de pro, la afable última miliciana del ejército de la Segunda República también fue vasca por un tiempo. Bailó hasta su último día.