La política estatal y mundial tienen como protagonistas en estos días diferentes conceptos o protagonistas. Entre ellos, se habla aquí o allí de amnistía, de judíos, nazis, de Catalunya; Felipe González vuelve a la palestra defendiendo no se sabe bien si a los socialistas o a quién, la Guerra Civil, el comodín de ETA, las cloacas del Estado... Todo estos ingredientes también formaron parte de la controvertida vida de un policía republicano que, fascista a la postre, por notoriedad, pasó arrasando y, dicen asesinando, por encima de todos incluso de su conciencia, si la tuvo.

Pedro Urraca

Y es que hay pájaros de todos los pelajes. Uno se llamó Pedro Urraca Rendueles. Era de naturaleza pucelana. Llegó al mundo en Valladolid el 22 de enero de 1904. Fue un agente de la ley republicano traidor que mudó el plumaje en el bando franquista. Fue amnistiado, extorsionó a familias judías que huían de los nazis en Francia, detuvo y entregó al presidente de la Generalitat Lluis Companys (Tarrós, 21 de junio de 1882-Barcelona, 15 de octubre de 1940) que acabó fusilado, y murió con sus medallas puestas en el mandato del presidente de la pana de postal Felipe González. Este vallisoletano que conoció Euskal Herria desde niño –donde nunca arraigó ni como residencia ni en sentimiento de vasco– fue uno de los primeros en perseguir a presuntos miembros de ETA, o al histórico miembro del MIL, Salvador Puig Antich.

El cineasta Felip Solé, quien rodó el documental Urraca, caçador de rojos, aporta a DEIA información sobre la conexión del policía con Euskadi. “La madre de Pedro Urraca y su padrastro tenían alquilada una casa en Donostia donde pasaban los meses de verano. A pesar de que veraneaba con su familia y, por lo tanto, frecuentaba el ambiente de los veraneantes madrileños, hasta hoy no se conoce ninguna noticia y en sus diarios manuscritos –conservados en la Biblioteca Nacional de Catalunya, en Sant Cugat del Vallès– no hace ninguna referencia sobre el Euskadi que él conoció”.

Solé va más allá en su investigación. Apostilla que durante la Segunda Guerra Mundial visitó de forma asidua Euskadi en sus múltiples viajes entre París y Madrid. Con frecuencia, cuando llegaba a la frontera en Irun, para entregar sus prisioneros a agentes enviados desde Madrid, “él se quedaba unos días en Donostia y visitaba Euskadi aunque no se sepa qué pudo hacer o dejar de hacer para después viajar hasta Madrid para rendir cuentas a sus jefes. Solo cuando su o sus prisioneros eran de marca o muy importante para los fascistas él seguía la caravana de coches oficiales hasta Madrid”.

El 22 de febrero se cumplirán 120 años de su nacimiento. En palabras de Solé, la “férrea disciplina militar impuesta por su padre, el médico Emilio Urraca Álvarez, unida a una indisimulada hostilidad sentimental provocaron no solo el radical alejamiento personal entre padre e hijo, sino también el odio profundo de Pedro hacia la ciudad en la que vino al mundo”. Y al poco, llegó su primera relación con el país de los vascos. A los seis años, en 1910, le enviaron interno a Donostia donde cursó, como en Bilbao, estudios de Comercio. En 1922 finaliza sus estudios de perito mercantil e hizo la mili. Estuvo en Cuba hasta 1925 y un año después es enviado al Batallón de Radiotelegrafía de Campaña de las Islas Canarias.​

Regresó a Valladolid en 1928, habiendo viajado antes por las colonias francesas, inglesas y españolas de la costa africana. En 1929 logró ingresar en la Escuela de Policía en Madrid, donde se licenció ese mismo año. Fue un policía de segunda que fue tratando de demostrar su ambición.

Este agente, que en su ficha para la Gestapo nazi figuraba con el alias del escritor vizcaino Unamuno, murió no hace tanto: el 14 de septiembre de 1989 en Madrid. Había llegado a tener altas responsabilidades en la Policía del Estado totalitarista de Francisco Franco. El castellano se encargó de investigar en el exilio a las principales autoridades democráticas de la Segunda República española como el presidente Manuel Azaña y también, entre muchos otros, al lehendakari Aguirre o presuntos miembros de ETA. Era frase suya, de sus apuntes: “Los vascos, por naturaleza, son cobardes” y se quedaba tan a gusto el también calificado como “espía de espías”.

La periodista catalana Gemma Agilera es la autora del libro Agente 447, el hombre que detuvo a Lluís Companys, número secreto de Pedro Urraca. “Para Urraca, catalanes y vascos en el exilio francés fueron su obsesión, y en sus dietarios personales hace diversas referencias sobre ello”, enfatiza Aguilera. En su obra, la licenciada demuestra con los propios documentos cedidos por el hijo de Urraca, –quien reniega de su padre– que el franquista “tiene una historia bastante bestia porque, para empezar, fue un policía republicano que se pasó de bando porque sus ambiciones eran el reconocimiento y se adaptó a lo que fuera”.

Un “criminal protegido”

Por ello, fue lo que la autora denomina un “criminal protegido”, un espía a sueldo del franquismo que dirigió parte de la represión exterior de republicanos, comunistas y, finalmente, miembros de ETA. En su hoja de servicios aparece que en agosto de 1940, detuvo e interrogó a Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya que sería ejecutado más tarde. Los dietarios personales, así como la documentación y el archivo fotográfico que dejó han permitido a la periodista reconstruir la vida de un “personaje funesto del que hasta hace poco no se sabía prácticamente nada”, anuncia la editorial RBA. Trabajó en colaboración con la Gestapo y el régimen de Vichy.

Documento de la red de agentes españoles en el París ocupado. F. SOLÉ

Urraca también espió al lehendakari José Antonio Aguirre o a presuntos militantes de ETA. “Es curioso que en 1941, Urraca hace un informe asegurando que había limpiado Francia de catalanes y vascos, cosa que no fue cierta”, subraya Aguilera. Durante su labor en París, trabajó desde los locales de la sede del PNV en la Avenida Marceau incautados por el franquismo pasando a ser embajada española. Más adelante cuando los españoles “tuvieron que huir de la Francia liberada” el partido jeltzale pudo recuperar el inmueble y allí halló documentación.

El siguiente vuelo de Urraca tras la supuesta limpieza de vascos y catalanes, fue a Bélgica. Desde Amberes redactó las fichas de presuntos miembros de ETA. “Él nunca les llama en sus documentos terroristas, sino activistas o separatistas. En realidad, nunca tuvo una ideología, pero su obsesión era ser reconocido por el régimen franquista”, concluye la escritora catalana.

El agente acabó robando a la embajada española en Bélgica y se retiró a los 82 años. Y con todo, “cobró de la democracia entre 1976 y 1982 por su actividad en Bruselas, por los informes sobre presuntos miembros de ETA que luego ninguno de ellos tuvo relevancia. Acabaron quitándole la pensión y él aseguró no comprenderlo con todo lo que había hecho por España y en la represión contra ETA y pidió que se le devolviera la ayuda”. Así las cosas, continuaría robando “allí donde iba”. Este policía, ladrón y estafador murió en Madrid en el año 1989 –arruinado, dicen algunos– amnistiado, sin rendir cuentas a nadie, mientras en la capital española gobernaba Felipe González.