El libro titulado El árbol de Guernica, un ensayo sobre la guerra moderna, del reportero sudafricano George L. Steer, está valorizado como uno de los diez más importantes y de consulta académica sobre aquel desventurado periodo bélico que a nuestras personas mayores tocó digerir. La originaria versión anglosajona de la publicación no contó con fotografía alguna en su cubierta. La primera edición en castellano, sin embargo, aún muestra un retrato tomado en la primera línea del frente por el comandante de gudaris José María Anzola, considerado por algunos como el Robert Kapa vasco.

La instantánea es poderosa. Tan sobria como distendida, a pesar de acontecer en un escenario belicoso. Obrada con conocimientos avanzados en la materia por quien rubricaba en revistas nacionalistas vascas como Antzola, particularidad que investigó con acierto el fotógrafo vizcaino Mauro Saravia y permitió dar también con su identidad completa y su familia para el mejor conocimiento de su cardinal legado. Al descubrirla, la mirada enfoca, por su cercanía, hacia una ametralladora apoyada sobre su trípode. Hoy, gracias a la familia del comandante la publicamos completa en este diario a partir del negativo original obtenido hace más de 85 años. A continuación, la imagen positiva nos informa de que un combatiente está apuntando a través de la mira de esta arma de fuego. Tras él un camarada de combate, día a día mientras la supervivencia lo permita. Y al fondo, en lontananza, montañas nevadas que evidencian que las noches serían aún más gélidas.

Salió ileso de la guerra

DEIA ha localizado a la familia descendiente del republicano al cargo de aquella ametralladora. De este modo, se pone nombre y apellidos por primera vez a aquel antifascista que saldría ileso de la guerra: Eugenio Zabaleta Garate. Natural del pueblo rural guipuzcoano de Berastegi, que ronda en la actualidad el millar de habitantes, portaba orgulloso la chapa de gudari número 84.995, tal y como asiste el investigador Kepa Ganuza, de Euskal Prospekzio Taldea. “Eugenio fue integrante de la Compañía de Ametralladoras del Batallón Loyola, adscrito a la disciplina del PNV”, posdata el de Larrabetzu.

Consultada la familia del combatiente, su nieta Amaia Olano Zabaleta, retoma un testimonio de su abuelo. “Fue un cura jesuita de Azpeitia quien le reconoció en la foto de la portada del libro El árbol de Guernica, un ensayo sobre la guerra moderna de George L. Steer. De hecho, se lo envió por correo para que lo tuviera. Según contaba aitona, posaron para esa foto. No sabemos el nombre de su compañero”.

Si se escudriña la imagen, sí parece una recreación por un detalle que salta a la vista: la ametralladora no parece estar cargada al carecer de cinta de munición. La fotografía, que ha dado la vuelta al mundo en esa portada del histórico libro, formó parte de una exposición antológica de vida y obra de José María Anzola. La muestra estuvo organizada por Mauro Saravia en Durango en 2020. Aquel histórico mendigoixale, por su parte, fue miembro activo de Juventudes Vascas y cofundó el grupo alpino Aldatz-Gora. Más adelante, estuvo al frente de los batallones Ochandiano y Malato, en el que llegó al grado de comandante, y fue enviado a documentar e inmortalizar con sus cámaras los efectos del bombardeo fascista contra Durango y contra su hermana Gernika. De hecho, la familia es conocedora de que “durante el día del bombardeo de Gernika estaba en algún monte de alrededor y vio cómo la bombardeaban y cómo se quemaba el pueblo”. Y las casualidades se concatenan. “En esos días también estaba en Gernika la amona, Felipa Azurmendi Alustiza, de Andoain, que como nos contaba había ido a Gernika a ayudar en lo que podía. Creemos que allí se conocieron, la amona decía que al aitona, además, le llamaban el rubio de Gernika”, quien en caso de estar vivo hoy sumaría 102 años. “Ella nos contó que tras el bombardeo reconoció a un vecino de Andoain muerto en una calle”.

Eugenio nació el 8 de febrero de 1912. Con únicamente tres años quedó huérfano de madre, María Francisca Ignacia Garate Garmendia, natural de Azkoitia. Su padre, José Manuel Zabaleta Odriozola, al quedarse viudo volvió a su caserío familiar de origen, Berrosueta, en Azpeitia. Poco antes de la guerra, cuando Eugenio alcanzó la veintena, se fue junto a una hermana a vivir a casa de otra, con vivienda en la calle Puerto de Donostia. Fue allí cuando comenzó a trabajar como mecánico en las cocheras del Tranvía de San Sebastián, lo que en la actualidad es el conocido Topo, sistema híbrido entre ferrocarril metropolitano (metro) y tren suburbano que da servicio a la capital, a otras localidades anejas, así como a la ciudad de Hendaia, en Lapurdi.

Al estallar la guerra, tras un golpe de Estado militar español fallido contra la legítima Segunda República, Eugenio y su hermano Luis no dudaron en alistarse de forma voluntaria para defender la Euzkadi en la que creían. Su consanguíneo tenía tres años más y había nacido en Azpeitia. Vecino de Donostia, estuvo afiliado a STV. Fue moldeador de profesión. Según un libro de biografías de Azpeitia “actuó en varios frentes de guerra como combatiente del batallón nacionalista Aralar”. Por ello, el 12 de octubre de 1937 fue condenado en consejo de guerra celebrado en Santoña a la pena de reclusión perpetua por un supuesto delito de “adhesión a la rebelión”.

Acabada la guerra continuó represaliado por el desgobierno de aquel régimen sanguinario. Cada vez que el dictador Franco visitaba Donostia, tenía la obligación de “presentarse en la cárcel de Ondarreta primero y más adelante en Martutene, y le mantenían esos días encerrado”, agregan. La mujer de Eugenio, Felipa, por su parte, testimoniaba a su familia que en una ocasión “les subieron a las mujeres y los menores a un barco diciendo que les iban a exiliar a Francia, pero no acabó siendo así. Tras horas en alta mar, les devolvieron a tierra”. Su marido, el gudari de la fotografía, “no solía contar mucho de la guerra”. Se lo guardaba para sí, como muchas otras personas que sufrieron tiempos tan complicados de gestionar emocionalmente.

Al finalizar la guerra, pudo retornar a Donostia. “El aitona volvió a trabajar al tranvía y la amona siguió trabajando como sirvienta en casa de los Andonaegi”, en referencia a la familia de armadores, cuya hija contrajo matrimonio con Ramón Labayen, exalcalde de Donostia y primer consejero de Cultura del Gobierno vasco.

Eugenio y Felipa, por su parte, se casaron tres años después y fijaron su residencia para toda la vida en Astigarraga. Dieron a Euskadi un total de ocho hijos, aunque, por desgracia, la mitad de ellos recién nacidos murieron.