La estirpe de los Ercilla funciona como modelo para explicar algunos de los cambios sociales y políticos que en aquellos años transformaron su mundo y su época. El primer Ercilla que se instala en Bermeo llega, por lo que sabemos, en la primera mitad del siglo XV. Pertenecía a una familia de exitosos comerciantes guipuzcoanos que hicieron seguramente su riqueza a partir de las ferrerías y que luego buscaron su expansión por los puertos más importantes de la zona: “hasta estos tiempos –decía Garibay ya en el siglo XVI– solía estar la contratación principal de las gentes septentrionales en la villa de Bermeo”.

Al llegar a Bermeo, este primer Ercilla emparenta con una de las familias de mayor peso político de la zona: los Arteaga. De hecho, la torre que hoy conocemos como Torre Ercilla fue previamente la torre de los Arteaga. Esa familia había jugado un papel muy activo en las luchas banderizas, había gozado por muchos años de los mayores cargos de representación de la zona y había participado de las Juntas de Gernika. Por poner dos ejemplos, un Arteaga firma como testigo en el Fuero Viejo; y otro Arteaga fue el primer superior del convento que los franciscanos fundaron en la isla de Izaro. Ya bien entrado el siglo XV, Martín Ruiz de Ercilla, el segundo Ercilla del que tenemos noticia en Bermeo, representa aún la Bizkaia de la baja Edad Media, de la que Bermeo era Caput Vizcaiae.

La Torre en 1949, semiderruida años después de la guerra.

Pronto, Martín y el territorio en su conjunto se alían con Isabel en la disputa dinástica que la llevaría a ser reina de Castilla. Juan, el mayor de la siguiente generación de los Ercilla, heredaría la torre, los barcos y los negocios; y el menor, Fortún, el sutil cántabro, se convierte en un jurista y político de sabor e identidad ya plenamente renacentistas.

Fortún, que no por casualidad emplearía hasta bien entrada la madurez el apellido de su abuela, Arteaga, fue profesor en la Universidad de Bolonia y, más tarde, de la mano del primero príncipe, luego rey y finalmente emperador Carlos, fue regente de Navarra, negociador junto a Iñigo de Loiola ante la hermandad de las villas guipuzcoanas, miembro del Consejo de Castilla, miembro del Consejo de Órdenes y miembro de la más reducida Cámara del Emperador.

Su hijo menor, Alonso, quien también emplea con asiduidad el apellido materno, Zuñiga, es heredero de todas esas fuentes siendo al tiempo un hombre de un mundo nuevo. Ya no es un hombre medieval, como su abuelo Martín, ya no es un puro ejemplo del ideal renacentista, como su padre Fortún, sino que es un personaje del naciente Siglo de Oro.

Así como su abuelo sirvió a Isabel y su padre a Carlos, Alonso vivirá en su infancia muy cercano a Felipe II, siendo compañero de pupitre –si esa expresión se pudiera emplear en aquel contexto– y luego compañero de viajes juveniles. Pero Alonso no se contentaría con ser un cortesano a la sombra del rey, en una posición obtenida no por méritos propios sino por posición familiar. Ese modelo no tenía nada que ver con el concepto de nobleza que su padre primero y luego él mismo defenderían por escrito. Ellos creían que la nobleza era la que se construye uno mismo con su vida.

Fortún de Ercilla, quien entre otros cargos fue regente de Navarra.

Decidió salir a la primera oportunidad a Perú y de ahí a Chile, donde luchó contra el pueblo que él llamaba araucano con la ferocidad del militar y con una lealtad a su rey sin fisuras, pero al tiempo con una capacidad prácticamente única para reconocer las razones y las causas de su enemigo, para defender por escrito la legitimidad de su resistencia, para alabar la dignidad de su lucha, para transmitir su respeto por su identidad y sus formas políticas, para contarnos una historia con nombres propios que son los que nos han llegado como gigantes y como héroes que hoy lo son de un país cuya identidad está marcada por el relato de Alonso, como entre otros muchos defendía Neruda.

Esta historia de 200 años nos cuenta una saga familiar digna de la mejor novela histórica o de la mejor serie de Netflix. Nos cuenta el paso de la Edad Media y sus valores al Renacimiento y al nacimiento del Siglo de Oro español. Pero también nos cuenta la construcción política de nuestro propio territorio, la historia de un Señorío que se aferra a su identidad distintiva, un Señorío capaz de apoyar a Isabel aún en vida del rey Enrique por considerar a éste poco leal al Señorío, lo cual muestra una personalidad que hoy podríamos calificar empleando términos relacionados con el concepto de soberanía.

Esta historia nos habla de una reina que tendría que responder jurando repetidamente los fueros; y nos habla de un regente de Navarra, Fortún, al que las dos facciones enfrentadas de navarros consideraron justo y que, por primera vez en la historia, abogó por instituciones distintivas y comunes para los cuatro territorios que compartían una lengua y cierta identidad común.

Grabado de Alonso de Ercilla, tercera generación en Bermeo.

Y todo ello contextualizado en un Bermeo convertido en motor económico del Señorío y con un patrimonio cultural de indudable valor. Desde la imponente y desaparecida iglesia de Santa María de la Atalaya, pasando por la juradera de Santa Eufemia o finalizando en el convento de San Francisco con su claustro gótico; y una no menos espectacular arquitectura civil, entre la que podemos destacar la Torre Ercilla, casa solar de la familia Ercilla.

Esta historia nos habla también del papel invisibilizado pero fundamental de la mujer para entender la evolución de estos actores masculinos cuyos nombres son los que pasaron a la historia pero que estuvieron tan marcados por su madres y abuelas (prefiriendo sus apellidos en ocasiones) como por sus mujeres, que determinaron en numerosos casos la suerte y la dirección que tomara la familia.

Bizkaia necesita conocerse mejor a sí misma, su historia compleja y rica, que no debe reducirse a unos pocos lugares comunes de fácil explicación y transmisión que puedan ser utilizados con propósitos presentistas por unos o por otros. Es una historia que nos explica en el presente como país con identidad política propia, con voluntad de diálogo leal bilateral con el Estado y de participación en Europa y en el mundo. Para comprender quiénes somos y para mejor definir hacia dónde queremos caminar es necesario conocer nuestro pasado.

Hace cincuenta años escribió Julio Caro Baroja que “hoy, ante una conciencia colectiva, hipersensible para los asuntos del día pero desdeñosa para todo lo anterior, que se ha formado de un modo tan deliberado como torpe, acaso sea más necesario que nunca afinar en la empresa de estudiar los nexos de nuestra vida social y de nuestras ideas con la vida de los hombres de otras épocas y con lo que pensaron”.

Esta tarea parece hoy ineludible. La saga de los Ercilla nos ofrece una oportunidad inmejorable para hacer ese ejercicio, para mirarnos en el pasado, conocernos y así explicarnos.

Autores

Asier Romero es doctor en Filología Española. Profesor titular y exdecano de la Facultad de Educación de Bilbao (UPV/EHU). Es el investigador principal del Grupo de Investigación EUDIA (Grupo de Investigación acreditado del Sistema Universitario Vasco) y autor del blog itsosupetekondarea.eus relacionado con la difusión de la historia y patrimonio de Bermeo.

Mikel Mancisidor es doctor en Relaciones Internacionales y Diplomacia. Es profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Deusto y de Derecho Internacional de los Derechos Humanos en la American University, Washington D.C., y en el Instituto Internacional René Cassin, de Estrasburgo. Premio Eusko Ikaskuntza 2020. Actualmente finaliza una tesis doctoral sobre Fortún García de Ercilla.