Un adelanto

Todo lo que Aura Reyes pretende es continuar con vida diezminutos más.

No es tarea fácil.

Si tuviera que apostar, la propia Aura —cuya especialidad es el cálculo de riesgos y beneficios— pondría todo el dinero en contra de la débil figura acorralada en una esquina del patio de la cárcel. Al fin y al cabo, las otras son cuatro, son más fuertes que ella y Aura nunca ha sabido defenderse demasiado bien.

No hay testigos, algo de lo que el funcionario de guardia se ha asegurado. Nadie vigilando en los muros, las cámaras están apagadas. Tan sólo un desierto de emento sediento de la sangre de Aura, que gotea de su nariz rota y empapa la línea amarillenta que marca el final del campo de baloncesto.

—Ven aquí, pija —dice la líder de sus acosadoras. Bajita, sonrisa lobuna, camiseta reventona.

De todas las cárceles y correccionales del mundo, y aparece en el mío, piensa Aura, evocadora.

No son las notas de un piano en Casablanca las que han llevado a Aura por el camino de la memoria. Ni la voz de una antigua enemiga concede tiempo para filosofar acerca de cómo las historias se repiten, en círculos concéntricos cada vez más pequeños. Como el que forman las cuatro mujeres que convergen sobre ella.

Diez minutos, es todo lo que necesita.

Estará muerta en tres.

—Ven aquí, no me hagas enfadar —insiste la Yoni, cuya lengua ha comenzado a escurrirse un poco. O eso quiere pensar Aura, que sueña con un clavo ardiendo.

Hazle hablar, se ordena. Mientras siga hablando, tienes una oportunidad.

—Si no te hago enfadar... ¿no me matáis?

Ni siendo generosos podríamos decir que la línea de diálogo pase de mediocre. Para alguien con las capacidades comunicativas de Aura Reyes, aún peor. Pero está agotada de recular por el patio, su nariz es una masa pulsante de dolor, tiene un ojo medio cerrado —cortesía del último codazo de

una de las latinas—, y el patio se le está terminando.

La risa sin humor de la Yoni se funde con el sonido metálico que arranca la espalda de Aura al chocar contra la verja.

—Te crees graciosa. No eres graciosa.

Amaga un puñetazo de frente, pero no es ese el que golpea a Aura, sino el de una de sus secuaces. Y otro más, que llega desde la derecha.

Aura cierra los ojos, se desploma. El suelo le sienta bien, igual que una caricia. La grava del patio, tan suave y mullida como si la anunciase Pikolin. La pérdida de conocimiento canta una dulce nana en sus oídos. Está a punto de dejarse

llevar, hasta que escucha —por encima del arrullo— un adelanto

del futuro.

Trece espantosas palabras.

Y, de pronto, Aura descubre que morirse es mucho peor idea de lo que ella creía.

PRIMERA PARTE

AURA

Mucho vestido blanco

mucha parola,

y el puchero en la lumbre

con agua sola.

Canción popular

—¿Contra qué te estás rebelando?

—¿Qué tenéis?

Salvaje (The Wild One)

Una ilustración de 'Todo vuelve'.

Una ilustración de 'Todo vuelve'.

Un ingreso

si no contamos los intentos de asesinato —y lo que vendrá después, que será peor, la cárcel no está tan mal.

Aura Reyes ingresa en prisión a las ocho y tres minutos de un lunes cualquiera. No mira atrás para despedirse de la amiga que la deja en el aparcamiento de la cárcel de Estremera.

Mari Paz Celeiro, exlegionaria y exalcohólica —lo dejó esta mañana—, no le quita ojo mientras Aura recorre los cincuenta

metros que la separan de la garita de acceso. Cargada con una bolsa de deporte con la ropa más apropiada para la situación. Demasiado liviana para el gusto de Aura, lo que le recuerda la noche anterior.

—¿Crees que este jersey...?

Mari Paz había meneado la cabeza por enésima vez.

—Nada dice «pegadme» en el patio del talego como la angora, rubia.

Aura dejó caer la prenda al montón de los descartes, con un suspiro. Sobre la cama había una exigua selección de prendas.

Bragas y sujetadores viejos, calcetines de deporte, camisetas de publicidad con manchas de pintura. Todo lo que en su día había ocupado, literalmente, el fondo del armario pasaba ahora a primer plano.

—Ojalá una tienda con ropa de presidiaria.

—Si nos damos prisa pillamos el Bershka abierto —apuntó Sere, siempre dispuesta a ayudar.

Aura declinó la oferta con un gesto. Lo que había tendría que bastar.

Le habría gustado entrar en la cárcel con una maleta bien provista.

Su abrigo de Canada Goose, hace tiempo vendido en Vinted para pagar las costas del juicio. Unas buenas botas. 

Una Biblia hueca con un martillo dentro. Lo que fuera menos aquella semidesnudez, aquel sentimiento de vulnerabilidad.

La liviandad de la bolsa de deporte representa su indefensión en esta nueva etapa de su vida.

Por eso sigue caminando hacia la puerta de prisión, y hacia los tres periodistas que ya la esperan, con las cámaras en ristre, dispuestas a inmortalizar el glorioso momento.

Por eso no vuelve la vista en dirección al destartalado Skoda blanco de Mari Paz. Sabe que, si lo hace, no podrá evitar salir corriendo, gritándole que ponga en marcha el motor.

Cuando una es madre de dos niñas (ma-ra-vi-llo-sas, dicho así, separando mucho las sílabas y abriendo mucho la boca), no puede liarse la manta a la cabeza y entregarse a una vida de delito, como a ella le habría gustado. Tiene que cumplir con la justicia y entrar en prisión tal y como la jueza ha ordenado.

¿Es inocente del delito?

Sí.

¿Importa algo?

No.

A la antigua Aura sí que le habría importado. La antigua Aura era una exempleada de banca de inversión. Alguien que había ganado mucho dinero haciendo que sus clientes ganasen muchísimo dinero y que su jefe ganase cantidades obscenas de dinero. Tenía su chalet unifamiliar, su piscina y sus amigas.

Una mala noche de hace dos años, un hombre había asesinado a su marido y la había dejado a ella desangrándose en el parquet del pasillo del piso superior del susodicho chalet.

Aura se había dejado apuñalar en silencio para salvar a sus hijas, y así había sido.

Las niñas no se habían enterado de nada, siguieron durmiendo plácidamente en sus camas. Al menos hasta que una mujer diminuta y un inspector de policía enorme irrumpieron en la casa, salvaron la vida de Aura y llamaron a un montón de gente que vino con las sirenas a todo volumen.

Aura pasó seis meses recuperándose de las heridas. Seis meses en los que su jefe le insistió en que no había prisa porque se reincorporase al trabajo.

Por desgracia para Aura, lo que Sebastián Ponzano, el dueño del banco, estaba haciendo era utilizar el fondo de Aura de forma fraudulenta para sus propios fines fraudulentos.

Usar el fondo para maquillar sus cuentas y facilitar la fusión de su banco con otro para hacerse aún más asquerosamente rico.

Completamente in albis, Aura se dedicó a pasar tiempo junto a su madre, enferma de alzhéimer. Estaba con ella cuando descubrió —a través de la televisión— que Ponzano la había incriminado a ella en el escándalo de los fondos.

La traición de su jefe fue dolorosa.

Perder su trabajo, su chalet, a sus amigas, fue mucho peor.

La perspectiva de perder a sus hijas fue lo peor de todo.

Viuda, arruinada, viviendo con sus hijas en el piso de sus padres, a punto de entrar en la cárcel, Aura tuvo una revelación

trascendental con un bote de champú. 

Hace tan sólo tres semanas.

La revelación puso en marcha una serie de extraños acontecimientos. Eventos que convirtieron a una burguesa de mediana edad, falsamente acusada de delincuente, en otra cosa.

Aura se infiltró en una empresa de alta seguridad. Robó el nombre de la mujer que habían utilizado para incriminarla. 

Junto a ella y a una exlegionaria llamada Mari Paz Celeiro planificó un golpe contra un casino ilegal para poder pagar la fianza y eludir la cárcel. Cuando su plan descabellado falló por los tejemanejes de Ponzano, Aura urdió un plan aún más desesperado para recuperar su buen nombre.

Tampoco tuvo éxito. Pero al menos impidió la fusión que Ponzano tanto ansiaba. En el proceso le causó un gran perjuicio económico a él.

¿Qué ha conseguido para ella tras tantas aventuras y sufrimientos?

Un enemigo de por vida.

Dos amigas improbables.

¿Qué no ha conseguido?

Evitar la cárcel. 

La Nueva Aura camina hacia la entrada de la prisión con gesto cansado. La marabunta de medios de comunicación que había debido aguardarla para conseguir la foto de la manzana podrida que había puesto en riesgo el —por lo demás— sanísimo sistema financiero español no se había presentado. Hoy la noticia estaba en otra parte. En la fusión rota, en el fracaso del poderoso Ponzano.

Tan sólo un par de fotógrafos y una becaria recién salida de su primera comunión, que espera con gesto tan hastiado como el suyo. Le pone una grabadora delante y le hace un par de preguntas apresuradas, que Aura ignora.

Los fotógrafos disparan un par de veces y se marchan. La imagen destinada a ser portada de todos los diarios ha acabado relegada a la página doce. Nadie sabrá de lo que hicieron Aura, Sere y Mari Paz para frustrar la fusión del banco y evitar que miles de pequeños ahorradores y accionistas se quedaran con el culo al aire. Nadie publicará una —apasionante— novela de seiscientas páginas con sus alocadas aventuras.

Pero hoy la foto de primera plana, la imagen de la derrota, no es la suya, sino la de Sebastián Ponzano.

Aura sonríe cuando los deja atrás y cruza la puerta de la garita.

Quizás sí ha conseguido algo, después de todo.

Aura Reyes ingresa en la cárcel de Estremera a las ocho y tres minutos de un lunes cualquiera. Es atendida con amabilidad por la funcionaria de la entrada, que le explica sus derechos.

—Teniendo en cuenta que no tiene antecedentes, ni delitos de sangre, lo más seguro es que la asignemos a un módulo de respeto. ¿Tiene usted hijos?

—Dos niñas.

—Si todo va bien, en seis meses tendrá permisos de fin de semana y podrá ir a verlas, ya verá.

La cárcel no está tan mal, piensa Aura, mirando a su alrededor.

El suelo de terrazo está limpio, las sillas de la recepción son viejas pero están bien cuidadas. La celda en el módulo de adaptación a la que la asignan la primera noche tiene cuatro camas. Las otras tres presas son cordiales y le ayudan a instalarse.

Le enseñan las instalaciones, le explican cuáles son los horarios y algunos trucos para que su estancia sea lo menos deprimente posible.

Aura se esfuerza por sonreír y reparte una bolsa de sugus que sus hijas le han metido en la bolsa, lo cual genera un torrente de simpatía a su alrededor. Enseguida está en el centro de un círculo, cuyo suelo se va alfombrando de papeles de caramelos. Aura no protesta porque se los coman todos, ni siquiera porque se lleven los de piña.

—Tú no te preocupes, reina, que esto no es pa’ tanto —le dice una de las veteranas, dándole una suave palmada en el hombro—. ¿Cuánto te va a caer?

—Aún no es firme. Mi abogado dice que cinco años.

—Tú eres guapa y joven, ni te vas a enterar.

—La primera noche es la peor —advierte la segunda, con una sonrisa comprensiva.

—Es normal que te encuentres un poco triste. Pero esto es como un campamento, ya lo verás.

—¿Sólo traes esto? —dice la tercera, echando un ojo a la bolsa de Aura.

—Yo puedo dejarte cosas si hace falta. Somos de la misma talla. Será por chándales...

No, definitivamente la cárcel no está tan mal, admite Aura, cuando su cabeza toca la almohada. Barata, de poliéster y con poco relleno, pero limpia y seca.

Agotada, piensa en sus hijas. Si todo va bien podrá estar visitándolas pronto con permisos de fin de semana. Se imagina cómo será ese primer día, ese primer abrazo. Se queda dormida en mitad de esa ensoñación.

Dos horas después la arrancan del sueño entre gritos de terror.

Y comienza la pesadilla.

Portada de 'Todo vuelve'

SOBRE EL AUTOR

Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) es periodista y autor de varias novelas de gran éxito, traducidas a cuarenta lenguas. Las obras sobre el Universo Reina Roja (El paciente, Cicatriz, Reina Roja, Loba Negra, Rey Blanco, Todo arde y Todo vuelve, todas ellas publicadas en Ediciones B) se han convertido en el mayor fenómeno de ventas del thriller español y han consagrado a su autor como uno de los máximos exponentes del género a nivel internacional. Prime está adaptando la serie Reina Roja en uno de los proyectos audiovisuales más esperados en todo el mundo.

Actualmente colabora con varios medios y es cocreador de los podcast Todopoderosos y Aquí hay dragones.