bilbao - La irracionalidad solo se comprende dejando a un lado la racionalidad. El fútbol hoy pierde la cordura. Hoy es el principio y el fin. Hoy el balón tatuará para la eternidad el destino de clubes, jugadores y aficionados. Hoy se sirve la responsabilidad de sujetar el futuro. Hoy habrá vencedores y vencidos para la perpetuidad. Hoy se reparte la gloria o la condena infinitas. Boca Juniors y River Plate, River y Boca, dos equipos y un destino: la Copa Libertadores.
Cuando en Argentina hay porras de dos variables, resultado y número de muertos, o el presidente de River habla de los altercados de Buenos Aires -incidentes que han supuesto el aplazamiento de la final y el traslado del escenario al Santiago Bernabéu- apelando a que “debería ser el 11-S argentino”, el fútbol pierde la racionalidad. Despoja su alma. Se vuelve un deporte de locos. Al menos de unos locos que han transformado el derbi por antonomasia del fútbol mundial en un argumento de la irracionalidad del ser humano. La pasión o el fanatismo sobrepasan los límites que distinguen al hombre del animal.
Boca y River pisan hoy el césped con esa responsabilidad de la significación; ser finalista no tendrá sentido si no se gana el Superclásico. Perder será la vergüenza hasta que el fútbol recupere su razón de ser. Solo cuando la vida cobre sentido, el fútbol volverá a ser ocio. Mientras tanto, hoy, el fútbol será cuestión de honor. La rúbrica de vidas exitosas o ruinosas.
Decía el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, en una entrevista publicada por El País que “la Libertadores era una copa dormida, olvidada en el tiempo”, como si Boca y River hubieran venido a rescatarla. Es triste, pero lo sucedido en Buenos Aires ha otorgado a la final una repercusión mundial, precisamente porque es difícil encontrar explicación a las imágenes. Los sucesos se han superpuesto al derbi argentino. Hoy es Madrid la ciudad que se examina en nivel de seguridad con sus más de 4.000 efectivos. Desde luego, hará caja, por encima de los 40 millones de euros de impacto económico. El negocio de la pasión siempre es rentable porque no responde a criterios racionales. Pura metafísica.
Objetivamente, el 2-2 del partido de ida de la final de la Libertadores convierte el encuentro de vuelta en una final en sí misma. Porque la Conmebol no tiene en cuenta el valor de los goles fuera de casa. Por tanto, River, que ejerce de local, no gozará de ventaja alguna contra Boca.
Ambos afincados en Buenos Aires, Boca es el único plantel argentino que no ha descendido; el penúltimo en hacerlo fue precisamente River, que desde las catacumbas de la B se ha impulsado hasta la final de clubes más importante de sudamérica. En este desenlace es precisamente favorito. Lo es porque su juego se caracteriza por la elaboración, por el equilibrio que trasciende de la pizarra, porque es metódico en la combinación, mientras que Boca es un estilo visceral e imprevisible, impulsivo, hijo de la verticalidad y el músculo. Una confrontación de maneras de interpretar el desarrollo del fútbol. Pero en una final, esta con corazones en los puños, los a prioris se invalidan con una imponderable nimiedad. A nadie sorprenderá el campeón.
Boca ha campeonado en seis ocasiones, mientras que River lo ha hecho en tres. De ganar los xeneizes a los millonarios, igualarían el récord de Independiente. Si nada lo impide, como ocurrió el 25 de noviembre, la denominada diametralmente final del siglo o final de la vergüenza, desde luego una final inédita, de decidirá cuatro semanas después del partido de ida y dos semanas más tarde de lo previsto. River o Boca, Boca o River. Se juega la gloria o la condena.
el recurso de boca, rechazado El Tribunal Arbitral del Deporte rechazó ayer la solicitud urgente de medidas provisionales presentada por Boca, que pedía la suspensión de la final y la descalificación de River.