LA reflexión invita a pensar: José Mourinho, indiscutiblemente es uno de los grandes entrenador a tenor de su hoja de servicios, encarna, lenguaraz, aquello que no deben aprender los jóvenes que viven en proceso de formación como personas, es vanidoso, hipócrita, ególatra...; pero, ¿qué sería del fútbol sin José Mourinho? Es esa clase de personaje que invita a todo el mundo a mirar lo que hace el equipo que dirige, es un reclamo para la atención de orden mundial, único, especial, una marca registrada. Y bueno, ¿hasta qué punto el fútbol tiene que ser escuela? Con el dinero que hay en juego, más bien parece cosa de adultos.
Ayer Mou regresó a las portadas, su hábitat natural. El Chelsea ahondó su crisis la víspera. Volvió a perder: 1-3 contra el Southampton. Las orejas de los futboleros se hacen entonces de elefante. La rueda de prensa se atesta. Entonces aparece el mejor Mourinho, el que se añora, el que vive en un mundo paralelo, el exclusivo. “No voy a dimitir”, apostilla, en un acto de valentía y servicialidad: “¿Por qué? El Chelsea no puede tener un entrenador mejor que yo; hay muchos de mi nivel, pero no mejores”. Un diálogo consigo mismo.
El mejor entrenador para el Chelsea se acuna sobre el peor comienzo de una temporada del club londinense desde la 1978-79, curso en el que terminó “bajando a la B”, que dicen los argentinos. La pasada campaña el equipo encajó 32 goles en 38 partidos; esta ha recibido 17 perforaciones en 8 duelos de liga. Ahora reside en el 16º peldaño de la Premier y está a 10 puntos del líder; en Champions es tercero de grupo con un triunfo y una derrota; el sexto debacle, que fue el primero en los dos meses de competición, fue en la final de la Community Shield ante el Arsenal (1-0).
Y... ¿qué es lo que sucede? “Hay un problema mental en el equipo”, dice, clínico, el luso, que días antes del partido reconoció que atraviesa su peor época como entrenador. Demasiado sincero para ser Mourinho. Ese día fue el frágil Mou, vulgar e impropio. Por eso el sábado fue incendiario, su mejor versión: “Los árbitros tienen miedo de tomar decisiones a favor del Chelsea. Es una gran pena. No lo entiendo”. O sea, jugadores, árbitros... y falta de profesionalidad, como la de Eva Carneiro... Así entiende esta patente del fútbol su profunda crisis. Un día se le echará de menos. Es un profuso animador del balompié, un icono, sin duda, imprescindible.