Bilbao - "Todavía no nos den por muertos", clamaba el pasado martes Javier Mascherano, el Jefecito, y efectivamente, al día siguiente el Barça derrotó al Manchester City (2-1) tras un bronco y disputado partido, y eliminó al campeón inglés de la Liga de Campeones por un global de 4-1. Es decir, acreditando, al menos desde el punto de vista de los números, una superioridad tremenda. No en vano, cuando el sorteo emparejó estos equipos, se dijo que esta eliminatoria de octavos tenía sabor a final.

El Barça ha pasado por el City como una apisonadora y está condiciones de optar a todos los títulos, y sin embargo en el entorno culé se palpa el desencanto. La sensación de crisis.

La razón principal es que la cita europea, resuelta prácticamente en el partido de ida, ha pillado al barcelonismo despatarrado sobre el diván, aún impactado por el shock que supuso la impensable derrota en Valladolid (1-0) y sobre todo por las formas en la que se produjo, trasmitiendo desgana y apatía, especialmente en su gran referente, Leo Messi, pero también en su otra megaestrella, Neymar Junior.

En poco más de un mes el Barcelona, que entonces lucía con tronío el liderazgo en la Liga BBVA, ha perdido tres encuentros (2-3 ante el Valencia, en el Camp Nou, en la 22ª jornada; 3-1 en Anoeta contra la Real Sociedad, en la 25ª jornada, y el 1-0 de Valladolid, en la 27ª jornada). Una racha sin precedentes en los últimos años, desde que irrumpió el fenómeno Pep Guardiola, el técnico que vertebró un equipo formidable, el mejor Barça de la historia y probablemente el equipo más espectacular de todos los tiempos a nivel mundial.

Con esta referencia inmediata, al menor estornudo del Barça se llama al servicio de urgencias y cunde el pánico con cualquier contrariedad.

Sucede que la afición culé se había acostumbrado a la excelencia. Teniendo en cuenta además que la felicidad o desdicha en el barcelonismo también es directamente proporcional al estado de gracia del Real Madrid, la solvencia que acredita ahora el conjunto blanco intimida y desalienta.

Pero el barcelonismo saldrá pronto de dudas. Tendrá respuestas inmediatas. El próximo domingo Real Madrid y Barcelona se citan en el Santiago Bernabéu para reeditar un clásico que será clave en la lucha por el título liguero. Si ganan los locales, el Madrid sacaría siete puntos de distancia a su gran antagonista, y a la inversa, una victoria blaugrana pondría a los discípulos del Tata Martino a un solo punto de distancia y con el golaverage particular a favor. La Liga recobraría toda su emoción (siempre y cuando gane hoy a Osasuna), sazonada además por el Atlético de Madrid, que definitivamente está en la carrera por el título.

Y el 16 de abril, Miércoles Santo, ambos gigantes volverán a verse las caras en pos del primer título importante en liza, la Copa, en la final de Mestalla. Y a poco que el azar sea caprichoso se puede orquestar otro Barça-Real Madrid en cuartos de final de la Liga de Campeones.

Para bien y para mal, los problemas del Barça comenzaron en el primer año de Pep Guardiola al frente de la plantilla. El Barça lo ganó todo en la temporada 2008-09. Seis títulos. Desplegando un fútbol exquisito, embriagador. Alcanzada la cumbre del Everest, más temprano que tarde se tenía que iniciar el descenso. La cuestión era saber si la bajada sería cadenciosa, con los pulmones llenos de oxígeno, sin accidente ni percance alguno.

el declive "Me voy del Barça porque si sigo acabaremos haciéndonos daño". Guardiola se fue dejando este lapidario epitafio, cuatro temporadas gloriosas, una sensación de orfandad y a su mano derecha a modo de herencia, pero no de garantía para reeditar tanto éxito. Ya nada sería igual. Tito Vilanova vio cortada su trayectoria por serios problemas de salud, que repercutieron en el colectivo. Además y ante el quebranto que ocasionaba Puyol a causa de sus lesiones solicitó a la directiva la contratación de un defensa central solvente y de categoría contrastada (el brasileño del PSG Thiago Silva), Zubizarreta desestimó la petición por caro (40 millones) y en su lugar gastó 19 millones en el fichaje de Song, un despilfarro para un suplente cuya demarcación corresponde al de un centrocampista de brega. El Barça, en realidad, necesitaba liquidez porque estaba macerando una gran operación de futuro: la contratación de Neymar, y mientras fraguaba la operación Zubizarreta cometió otro error de bulto, como fue no renovar a tiempo (y en consecuencia ampliar su cláusula de rescisión) a Thiago Alcántara, llamado a ser el sucesor de Xavi en la dirección del equipo, y que ahora luce su clase en el Bayern de Múnich, que se lo llevó abonando tan solo 25 millones, al amparo de Pep Guardiola.

El obsesivo empeño del técnico argentino Gerardo Tata Martino de dosificar los minutos de juego de la plantilla, tomando buena nota de cómo llegó la pasada campaña a la recta final y que trajo consigo las lesiones de Messi o la histórica paliza ante el Bayern en semifinales de la Champions, tampoco fue bien entendido por la afición, que también critica al entrenador su forma de concebir el fútbol, en ocasiones traicionando las esencias legadas por Guardiola.

Pero lo que ha tumbado en el diván al barcelonismo es el rendimiento de sus máximas estrellas, Messi y Neymar, que padecieron lesiones y enredaron al club con pleitos del fisco y la Justicia, lo cual provocó la dimisión del presidente, Sandro Rosell, amén de propalar por el mundo una imagen de club tramposo.

El crack brasileño, que escancia su virtuosismo a cuentagotas, fue pitado en el partido frente al Almería y ante el Manchester City, reflejando el descontento del socio hacia un futbolista que está rindiendo por debajo de su nivel. El propio Martino admite que los líos derivados de su contrato le están pasando factura sobre el terreno de juego. De Messi nada se supo en Valladolid, pero reapareció ante el City con sus mejor galanura. Ahora todos los culés preguntan: Si son los mejores, que lo demuestren. Ya.