HAY días en los que se juntan todas las cosas que pueden salir mal. Es lo que le pasó a José Mourinho (Setúbal, 1963) el 22 de febrero de 2002. Era su tercer partido como local desde que fichara por el Oporto. Enfrente tenía al Beira-Mar, una buena oportunidad para seguir enderezando el rumbo de su nuevo equipo.

El partido no tardó en complicarse. Jorge Andrade, uno de los referentes defensivos del Oporto, vio la tarjeta roja directa en el minuto 25. Sólo dos minutos después, un lateral brasileño del Beira-Mar, que caprichosamente se llamaba Cristiano, adelantó a los visitantes. Mourinho buscó en su libreta la manera de mantener vivo a su grupo. Sabía que la clave para escalar hasta los puestos de cabeza estaba en ser un conjunto sólido en casa, que no concediese ante su parroquia ni una sola brizna de aire a sus rivales. A tres minutos del descanso, Benni McCarthy consiguió el gol del empate.

Poco le duró la alegría al entrenador nacido en Setúbal. El Beira-Mar volvió a adelantarse. Para colmo de males, el árbitro expulsó por doble amarilla a Deco, quien se había convertido en el filtro por el que pasaban todas las jugadas del equipo blanquiazul. Con dos jugadores menos, el paraguayo Paredes hizo lo más difícil, igualar el marcador. Pero no era aquel el día de Mourinho. El senegalés Fary, un delantero que había entrado como suplente y que ya había marcado el 1-2, volvió a adelantar a los visitantes. Tras el pitido final, Mourinho recorría la banda escondiéndose en su gabardina gris. Fruncía el ceño maldiciendo los tres puntos que había dejado escapar en su propia casa. Era inadmisible. Aquello no podía volver a ocurrir. Se prometió a sí mismo que ése sería el último partido que perdería en casa.

Ocho años y nueve meses después, el portugués sigue fiel a su palabra. Ha puesto sus servicios a disposición de otros tres clubes, en tres Ligas diferentes, y sigue sin perder un partido liguero como local.

Polémico, arrogante, odiado, envidiado... José Mourinho no deja indiferente a nadie allí por donde pasa. Pero es innegable que, si no es el mejor, es uno de los mejores entrenadores del mundo. Su palmarés y sus números le avalan. El hoy entrenador del Real Madrid se ha plantado en La Castellana con un secreto escondido, con su fórmula para convertir la cancha local en un baluarte perfecto, en un fortín inexpugnable para los rivales.

racha triunfal Desde aquel partido contra el Beira-Mar, Mou ha disputado un total de 141 partidos ligueros como local con Oporto, Chelsea, Inter de Milán y Real Madrid. El portugués cogió al equipo blanquiazul en la mitad de la tabla y consiguió terminar la Liga lusa en el tercer escalón de la clasificación. Desde que perdiera en febrero su último partido como local, llegó al final de la temporada con tres victorias y un empate consecutivos en casa. Tras la última jornada avisó a su afición: "El año que viene ganaremos la Liga".

Dicho y hecho. Su equipo sumó 86 puntos sobre 102 posibles. En casa rozó la perfección: de los 17 partidos disputados, ganó 16 y empató uno. El Oporto rozaba el cielo, esa temporada se proclamó campeón de la Copa de la UEFA. Al año siguiente el súmmum llegó con la conquista de la Liga de Campeones. Pero él seguía a lo suyo y en la Liga portuguesa consiguió revalidar el título superando la extraordinaria marca de la temporada anterior: venció en los 17 partidos de casa.

Román Abramovich lo reclutó para su ambicioso proyecto en el Chelsea. Mourinho gritó a los cuatro vientos que en su primer año en el club no quería pelear por la Liga de Campeones, sino por la Liga inglesa. Eso sí, se marcó el objetivo de alcanzar los 100 puntos. Se quedó en 95, gracias en parte a la continuación de su racha victoriosa como local: 14 triunfos y cinco empates. En la segunda temporada volvió a proclamarse campeón de Liga (su cuarta consecutiva) y, por supuesto, siguió intratable como local: 18 victorias y un empate. Su tercera campaña en Londres fue algo más difícil por el deterioro de su relación con el magnate ruso. A pesar de estar siempre en entredicho, el portugués se llevó dos títulos menores y mantuvo su inmaculada racha en casa: doce victorias y siete empates. En la primera jornada de la temporada 2007-08 superó el récord de partidos sin perder como local de la Premier League, con 64 encuentros. El 20 de septiembre abandonó el club y dejó el banquillo en manos de Grant. Le dio tiempo a sumar dos victorias y un empate a su estadística como anfitrión.

Los dos últimos años Mourinho se hizo cargo del Inter de Milán. El cambio a otro país no le supuso un problema para establecer su manual de estilo. Tanto en la 2008-09, como en la 2009-10, se proclamó campeón de la Serie A... sin perder un solo partido como local: 29 victorias y nueve empates. Ahora lidera el enésimo proyecto de Florentino Pérez y, tras once jornadas disputadas, el Real Madrid ya es líder de la clasificación. En sus cinco partidos como local ha sumado cinco victorias.

¿Pero por qué sus equipos no pierden los partidos de casa? ¿Se puede jugar igual con cuatro equipos diferentes en cuatro ligas distintas? Obviamente, no. El portugués sabe que Deco no puede jugar como Lampard y que un equipo con Eto"o y Milito no puede atacar igual que como lo hacen con Cristiano Ronaldo e Higuaín. Mourinho se adapta al plantel que tiene para crear... pero tiene claro muy bien cómo destruir el juego del rival. Apuesta por el músculo. Cuanto más fuerte y rápido es su equipo, menos tiempo tiene el rival para pensar con el balón en los pies. Sus jugadores presionan hasta la extenuación en todo el campo.

Así construye sus fortalezas inexpugnables. Con la máxima exigencia y ese toque de genio suyo. En su segunda temporada con el Inter viajó a Londres para enfrentarse al Chelsea en los octavos de final de la Liga de Campeones. Los italianos se impusieron por 0-1 y eliminaron al ex equipo de Mourinho. Ante la inquietud de los periodistas, el portugués hizo un guiño a su magnífica racha como local: "No sé de qué os asombráis: Yo nunca pierdo en Stamford Bridge".